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FRANCISCO GUERRERO: ENERGÍA
DIRECTA AL CORAZÓN
Por Ismael
González Cabral. Crítico
Musical.
Hablar de Francisco Guerrero
(1951-1997) es, ciertamente difícil. No sólo porque se trata de uno de
los más grandes compositores españoles, más aún, su obra, tan compleja
a simple vista como su personalidad, se resiste a ser analizada desde un
punto de vista estético o meramente crítico.
Por tanto, al referirnos a su música, lo primero que debemos desechar son
los axiomas. Nada hay más fascinante, y a la vez, peligroso que jugar en
el terreno de lo inestable. Y la música de Guerrero, es eso, y mucho más:
colérica, ambivalente, arrebatada, e inigualable.
Nacido en Linares (Jaén), educado musicalmente en Madrid y en Granada,
aquí con su Maestro, Juan Alfonso García – quién también lo fuera de
otro ilustre compositor de nuestro tiempo, Manuel Hidalgo -, fue
precisamente en esta ciudad donde, por vez primera se oyó hablar de su
nombre. Corría el año 1969, cuando su obra Facturas le alzó
como merecedor del Premio de Composición Manuel de Falla. Guerrero,
posteriormente, siempre considerará esta composición con cierto recelo,
pese a ello, se decidió a incluirla en su catálogo como “primera
obra”; anulando todo su trabajo hasta la fecha.
En 1974, tras su paso por la Tribuna Internacional de Jóvenes
Compositores de la UNESCO (1973) y por la Bienal de París, representando
a España, compone la que será primera obra con presencia electrónica: Jondo.
Instrumentos, voces y electroacústica interactúan en una composición,
que mereció el Premio de Composición Gaudeamus de Holanda. A partir de
este momento, Guerrero se dedicará plenamente a la composición.
Pese a que su primera obra orquestal, Ariadna, no llegará hasta
1984, en todo los años que median desde Jondo, Guerrero no cesará
en su labor compositiva, labrando a pulso su imagen de inconformista, y
situándolo la crítica internacional, como una de las voces más
interesante surgida en la nueva música de vanguardia española.
Será en la música de cámara, donde se concentren algunos de los más
grandes logros de su autor. Así, tras su Actus (1975), llegará
dos años después una obra, de auténtica envergadura en su catálogo, el
Concierto de cámara; esto es, un sexteto instrumental que ordena
el material sonoro mediante las estrictas leyes de la combinatoria. Matemática
y música unidas al servicio de una creación insobornable como pocas, y
de una fiereza absolutamente desaforada, que se hace, todavía más
latente, en Ars Combinatoria (1979-80), donde en palabras del
musicólogo Stefano Russomano "se construye un universo cerrado, sólido,
pero en absoluto estático y cuya superficie, en constante movimiento, se
carga y descarga de energía de continuo”.
Tras una breve pieza, Erótica (1978) para contralto y guitarra,
aparecerán otra importante composición: nos referimos a Anemos C
(1979). De ella diremos, que en su escucha se hace patente la admiración
que Guerrero sentía hacia Edgar Varèse; y es que las sonoridades
tumultuosas, la estratificación de los planos sonoros y la rugosidad en
las texturas, son características que se contemplan en la creación de
ambos músicos.
No cerraremos el apartado camerístico sin unir a otras dos obras, en un
particular y, no tan arbitrario, binomio: Rhea (1988) para doce
saxofones y Delta Cephei (1992) para conjunto instrumental. La
inusitada y violenta tímbrica de la primera da paso en la segunda, a una
de las partituras más avanzadas de Guerrero, donde ya se apunta, la que
será gran preocupación matemático-musical del jiennense: los fractales,
tomados de diversas teorías provenientes de la física del caos. Para José
Luis García del Busto el “procedimiento fractal implica la autogeneración
del material a partir de un pequeño núcleo – o semilla – para dar
resultados en los que cualquier parte coincide con el todo”. Dos
clarinetes y un trío de cuerda sirven a Guerrero para jalonar un discurso
de gran tensión y de sobrecogedora agógica.
Donde, sin lugar a dudas, Guerrero gestó su gran obra, fue en el terreno
del cuarteto de cuerdas. Ello hubiera sido imposible de no haber contado
con el entusiasmo y la implicación en el proyecto del soberbio Arditti
String Quartet. Sin más preámbulos, nos venimos refiriendo a Zayin
(I-VII), un monumental conjunto de cuartetos, tríos y hasta una página
para violín solo, compuestos a lo largo de catorce años (1983-1997), que
resumen, cada uno de ellos, las diferentes etapas compositivas de su
autor: desde la combinatoria a la fractalidad. En total, algo más de una
hora de música, de una elevada intransigencia instrumental, que
compendia, sin ambages, una obra esencial en la historia de la música
contemporánea, cuyo estreno completo tuvo lugar en 1997, en el sevillano
Teatro Central.
No es de extrañar, que en busca de ese “arte potente”, que Guerrero
preconizaba y que intentaba alcanzar en cada una de sus creaciones, el
compositor recalara en la electroacústica. Y pese a que su trabajo en
este ámbito no es nada extenso: sólo tres obras, dos de ellas han
quedado como ejemplificaciones perfectas de las indagaciones musicales de
su autor. Así Rigel (1993) pero sobre todo Cefeidas
(1990) pueden escucharse como sendas obras de arte electrónicas, que
llevan sus materiales al límite y que constituyen, tomándole prestada la
acepción al último Nono, una verdadera y singular “tragedia de la
escucha”.
El temperamento a menudo irascible de Guerrero encontró en la escritura
orquestal el medio más adecuado para expresarse a través de unas
partituras de un radicalismo sin concesiones, y a la vez, de un
estructuralismo tremendamente estricto y conciso, fruto de su interés por
la metodología científica. Si exceptuamos las obras fuera de catálogo,
nos quedamos con cinco composiciones orquestales: Antar Atman, Ariadna,
Sáhara, Oleada y Coma Berenices. En ellas, a
menudo, se ha querido ver cierta similitud con las obras sinfónicas de
Xenakis. Pero la construcción monolítica y más hierática de las
partituras del genio greco-francés, se torna en Guerrero, en una
musicalidad igualmente indomable y salvaje, pero de tonalidades más
mediterráneas y de contrastes menos abruptos. A tal efecto citaremos la
escritura indoblegable y extrema de Sáhara y la complejísima y
dramática Coma Berenices, cuya audición se nos antoja infinita,
pues es una obra que demanda volver a ella una y otra vez.
La repentina muerte de Guerrero en 1997, con tan sólo 46 años de edad,
nos privó de seguir disfrutando de uno de los más grandes talentos que
ha tenido la música española, y de conocer cómo hubiera sido su gran
proyecto operístico: Luz, Muerte y Desprendimiento de Juana la Papisa.
Su vida se apagó y con ella una música profundamente vital, creada
gracias a un pensamiento estructural y formal que, sin embargo, conseguía
esculpir obras que iban directamente al corazón, a las entrañas de los
oyentes. Una música, la de Guerrero, nacida del riesgo y que habita en el
sentir de los aficionados más inquietos. Una obra, en definitiva, que
permanecerá como faro de toda una generación - la de César Camarero,
Alberto Posadas, David del Puerto y un largo etcétera -, y que, estamos
seguros de ello, conservará intactos todos sus valores estéticos en el
futuro.
Discografía recomendada:
Compositores andaluces actuales en el Festival de Granada: Francisco
Guerrero: Concierto de cámara, Ars Combinatoria, Op.1 Manual, Delta
Cephei, Anemos C. Proyecto Gerhard. Ernest Martínez Izquierdo, director.
(+ obras de Castillo, García Román, Juan Alfonso García y Manuel
Hidalgo). (2cd) Almaviva DS-0133
Zayin (I-VII). Arditti String Quartet. Almaviva DS-0127
Obras completas para orquesta (Oleada, Antar Atman, Sahara, Coma
Berenices). Orquesta Sinfónica de Galicia. José Ramón Encinar,
director. Col Legno WWE 20044
(en los tres casos: distribuye Diverdi)
Música Electroacústica: Cefeidas y Rigel. Hyades Arts hyCDX-1
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