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En la estratosfera del piano Por
Víctor Pliego de Andrés.
Lee su curriculum. Recital
del pianista Jean-Yves Thibuadet. Nocturnos op. 9, núms. 1 y 2,
Estudios op. 25, núms. 1 y 3, Gran Vals brillante op. 34, núm. 2, y op.
18 de Fryderyk Chopin; Fantasía quasi una sonata, "Después
de una lectura de Dante" (de los Años de Peregrinaje, libro 2 núm.
7), de Ferenc Liszt; Estudios núms. 7, 11 y 5 de Claude
Debussy; Gymnopédies núms. 1 y 7, de Erik Satie; XX
Regard de L'Eglise d'Amour (de Vingt Regards sur l'Enfant-Jésus), de
Olivier Messiaen. Octavo
Ciclo
de Grandes Intérpretes, primer concierto. Fundación Scherzo. Auditorio
Nacional de Madrid, 27 de enero de 2003. Las manos de Thibaudet son las más perfectas que he tenido ocasión de escuchar en mucho tiempo. Sus dedos se deslizan por el teclado con la facilidad de un patinador artístico sobre la pista de hielo. No parece haber ningún obstáculo técnico que incomode a este gran pianista francés. Todo es suavidad, elegancia y suficiencia en sus versiones, en las que despliega una articulación de una igualdad inaudita. Thibaudet toca con la misma tranquilidad las piezas minimalistas de Satie que las enredadas notas de Liszt. Hay un sosiego en su presencia sobre el escenario que se transmite al público desde una esfera superior, estratosférica, rebosante de la elegancia que nace de una férrea seguridad interna. Su ejecución es prodigiosa y natural, al mismo tiempo, y emociona más por su perfección que por su expresión. No es este un intérprete que se permita muchas concesiones sentimentales. Tampoco baraja contrastes tímbricos Su sonido, que es personalísimo, se desplaza siempre dentro un margen de claridad y brillo exacto. Para su presentación como solista en Madrid escogió un programa fundado en tres ejes que fueron variedad, popularidad y academicismo. Variedad, por la elección de piezas de cuatro autores de personalidad y estilos muy distintos: Chopin, Liszt, Satie y Messiaen. Popularidad por recurrir en el centro de cada parte del concierto a piezas familiares y asequibles, como los Nocturnos o el Gran Vals brillante en mi bemol mayor, op. 18, de Chopin, en la primera, o a unas Gymnopédies de Satie, en la segunda. Academicismo por la presencia de estudios de Chopin y Debussy que los estudiantes de piano conocen bien. Los embarazosos ejercicios de notas fueron un juego de niños para el músico. Dentro de la impecable homogeneidad y limpieza de todas sus versiones, sus interpretaciones más logradas correspondieron a las páginas de mayor virtuosismo. Un pianista tan dotado parece crecerse ante las dificultades, cuyo sometimiento completo le inspiró los momentos más álgidos de una actuación siempre triunfal. La Última mirada al Niño Jesús que cerró el programa fue interpretada magistralmente y dejó con las ganas de escucharlas todas, tal vez en un monográfico sobre Messiean que tiene en Thibaudet al mejor intérprete imaginable. También hizo una creación extraordinaria de la Fantasía quasi una sonata, "Después de una lectura de Dante" que cerró la primera parte del recital. Creo que existen muy pocos músicos tan dotados y afines a la grandeza de Liszt, cuyo mayor obstáculo se encuentra en la escasez de intermediarios verdaderamente capaces. La mirada musical de Thibaudet sobrecoge por su altura, con una mezcla de frío y asombro. Tal vez sea esa variedad de arte, de especulación estética sobre lo infinito y lo real, que algunos sabios llaman "lo sublime". (Fotografía de Michael Tamarro. Decca)
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