Revista mensual de publicación en Internet
Número 39º - Abril 2.003


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ENTRE PARADAS
Sección del apócrifo (humor)

Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum.

Un medio de transporte público no parece el lugar más adecuado para oír música. Concretamente me refiero al autobús, ese habitante de los núcleos urbanos que en más de una ocasión (o habitualmente) hemos usado todos.

Casi no llego a tiempo para subirme, pero finalmente el conductor se apiada de mí y espera un par de segundos. Tras abonar el importe del viaje procedo a sentarme en uno de los primeros asientos. Hacía mucho que no subía a un autobús, pero las diferencias eran mínimas respecto a lo que yo recordaba.

Para mi disgusto no había hilo musical, y la verdad se echa de menos, porque siempre voy escuchando música en el coche (ese artefacto que estaba en el taller y que por lo tanto me había obligado estar donde estaba) y claro, uno se acostumbra pronto a lo bueno.

Pero cuál fue mi sorpresa cuando comencé a oir una melodía que me resultaba familiar. Se oían unos violines que ya había escuchado en otra ocasión. Intentar recordar el autor o el nombre de la pieza me resultaba imposible, de hecho me sorprendí a mí mismo intentando recordar algo que probablemente nunca haya estado en mi memoria.

Cuando finalmente desistí, me concentré en encontrar el lugar de donde procedía el sonido. Los altavoces del autobús fueron mi primer objetivo, pero era un disparate el mero hecho de pensar en la posibilidad de que un autobús urbano pudiera tener hilo musical. Cuando el autobús paró en un semáforo y el rumor del motor bajó en intensidad pude seguir el rastro con más facilidad hasta que lo encontré: unos walkmans a todo volumen.

La sujeta en cuestión (porque era ella) se encontraba sentada justo enfrente de mí. Sin querer nuestras miradas se cruzaron durante un segundo antes de que los dos las apartásemos y las bajásemos hasta el suelo.

Bajé la mirada y me concentré en la lectura del periódico. La música seguía flotando en el aire. Sin quererlo comencé a mover los labios como si estuviera tarareando. Esa canción me gusta mucho.

Al pasar de página veo que la chica me está mirando mientras esboza una sonrisa. Por lo visto le ha gustado que me fijara en su canción. Cortésmente le devuelvo la sonrisa ante lo que ella responde asintiendo con la cabeza. Se establece la conexión.

Justo cuando voy a preguntarle cómo se llamaba la canción los frenos del autobús resoplan indicando la inminente parada del vehículo. Ella mira por la ventana que está a mi espalda para cerciorarse de que ésta es su parada. Se corta la conexión.

Para mi disgusto, la desconocida se levanta y se baja del autobús. Ya no hay música, sólo el rugido del motor y la charla de los pensionistas que están sentados en la parte de atrás.

Sin embargo, los más perjudicados por esta experiencia son mis amigos con conocimiento de música clásica. Ahora me tiraré todo el rato tarareando la canción hasta que den con la tecla. Supongo que terminarán por darse por vencidos, puesto que mi oído musical brilla por su ausencia.

Siempre me queda dejar el coche en el garaje y usar el transporte público hasta volver a oír esa melodía -o volver a ver a esa chica, añade el editor-.

Hasta el próximo mes -si dios quiere, añade el editor-.