SÓLIDA NOVENA
Sevilla, Teatro de la Maestranza.
23 de marzo. Temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro
Filarmónico Eslovaco; Jan Rozehnal, director. Anna Rita Taliento,
soprano; Rossana Rinaldi, mezzo; Keith Lewis, tenor; Miguel Sola,
bajo. Alain Lombard, director. Beethoven: Novena Sinfonía.
Por
Fernando López
Vargas-Machuca. Lee su
curriculum.
La
Novena de Beethoven es una partitura de extraordinaria
dificultad para orquesta, coro, solistas vocales y, sobre todo,
batuta. Repárese si no en el relativo fracaso de Barenboim, sin duda
el más grande beethoveniano de nuestros días, en su segunda grabación
discográfica. Así las cosas, lograr una interpretación bien sonada al
tiempo que trazada con un mínimo de convencimiento, aun sin llegar a
profundizar en los insondables abismos que nos ofrece el compositor,
es motivo suficiente para la satisfacción. Es lo que logró la
Sinfónica de Sevilla bajo la batuta de su titular dentro de la
integral que vienen realizando, superando con creces la muy mediocre
versión que ofreció no hace mucho bajo la dirección de Klaus Weise.
Se notó la sinfonía entre los
miembros de la orquesta y Lombard. También que hubo un suficiente
número de ensayos. Las sonoridades estaban muy cuidadas y el empaste
fue plenamente satisfactorio. En todo caso, hubiera sido deseable una
mayor claridad de la complicada escritura de las maderas en el primer
movimiento. El coro, por su parte, cumplió con gran dignidad. No así
los solistas vocales, a pesar de su notable currículo: la soprano era
mala, la mezzo más bien discreta, el tenor (Keith Lewis, que grabó la
parte en la tremebunda grabación de Giulini en DG) tenía su escasa voz
ya deteriorada, y el bajo ni siquiera era tal.
Por lo demás, se trató de una
versión seria y ortodoxa, ajena a la retórica grandilocuente con que a
veces se aborda la genial partitura, aunque también a la indagación
filosófica. Los dos primeros movimientos, muy bien trazados en su
difícil juego de tensiones, resultaron un tanto rígidos, pero
convencieron por su solidez. Fue muy bello el tercero, antes evocador
y ensoñado que doliente, desplegando Lombard sus admirables dotes para
el lirismo y la poesía. El último resultó un tanto deslavazado,
arrancando sin fuerza y lastrado por la mediocridad de las
intervenciones vocales. A partir de la doble fuga el discurso volvió a
enderezarse y la interpretación culminó con cálidos y merecidos
aplausos del público que abarrotaba -lo hizo en las tres funciones- el
Teatro de la Maestranza.
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