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Número 39º - Abril 2.003


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SÓLIDA NOVENA

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 23 de marzo. Temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Filarmónico Eslovaco; Jan Rozehnal, director. Anna Rita Taliento, soprano; Rossana Rinaldi, mezzo; Keith Lewis, tenor; Miguel Sola, bajo. Alain Lombard, director. Beethoven: Novena Sinfonía

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

La Novena de Beethoven es una  partitura de extraordinaria dificultad para orquesta, coro, solistas vocales y, sobre todo, batuta. Repárese si no en el relativo fracaso de Barenboim, sin duda el más grande beethoveniano de nuestros días, en su segunda grabación discográfica. Así las cosas, lograr una interpretación bien sonada al tiempo que trazada con un mínimo de convencimiento, aun sin llegar a profundizar en los insondables abismos que nos ofrece el compositor, es motivo suficiente para la satisfacción. Es lo que logró la Sinfónica de Sevilla bajo la batuta de su titular dentro de la integral que vienen realizando, superando con creces la muy mediocre versión que ofreció no hace mucho bajo la dirección de Klaus Weise.

Se notó la sinfonía entre los miembros de la orquesta y Lombard. También que hubo un suficiente número de ensayos. Las sonoridades estaban muy cuidadas y el empaste fue plenamente satisfactorio. En todo caso, hubiera sido deseable una mayor claridad de la complicada escritura de las maderas en el primer movimiento. El coro, por su parte, cumplió con gran dignidad. No así los solistas vocales, a pesar de su notable currículo: la soprano era mala, la mezzo más bien discreta, el tenor (Keith Lewis, que grabó la parte en la tremebunda grabación de Giulini en DG) tenía su escasa voz ya deteriorada, y el bajo ni siquiera era tal.

Por lo demás, se trató de una versión seria y ortodoxa, ajena a la retórica grandilocuente con que a veces se aborda la genial partitura, aunque también a la indagación filosófica. Los dos primeros movimientos, muy bien trazados en su difícil juego de tensiones, resultaron un tanto rígidos, pero convencieron por su solidez. Fue muy bello el tercero, antes evocador y ensoñado que doliente, desplegando Lombard sus admirables dotes para el lirismo y la poesía. El último resultó un tanto deslavazado, arrancando sin fuerza y lastrado por la mediocridad de las intervenciones vocales. A partir de la doble fuga el discurso volvió a enderezarse y la interpretación culminó con cálidos y merecidos aplausos del público que abarrotaba -lo hizo en las tres funciones- el Teatro de la Maestranza.

 

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