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Número 39º - Abril 2.003


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EL BARBERO DE CÓRDOBA

 

Córdoba, Gran Teatro. 23 de marzo. Rossini: El Barbero de Sevilla. Alejandro Roy, Carlos Álvarez, Isabel Rey, Carlos Chausson, Felipe Bou, Leticia Rodríguez, Francisco Santiago. Coro de Ópera "Cajasur". Orquesta de Córdoba. Miquel Ortega y Pujol, director musical. Carlos Fernández de Castro, director de escena. Producción del Gran Teatro de Córdoba.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Excelente nivel vocal alcanzado por el Barbero de Sevilla que ha ofrecido el Gran Teatro de Córdoba en una discreta producción escénica propia firmada por Carlos Fernández de Castro. Con sus más y sus menos, pues ya se sabe que ni en disco hay una sola versión redonda de esta ópera increíblemente difícil de interpretar, asistimos a una fiesta de voces. Además, se ha tratado de un elenco íntegramente español, lo cual dice mucho acerca de las actuales disponibilidades para interpretar a Rossini en esta tierra. Lo más destacable fue, a todas luces, el Bartolo de Carlos Chausson, sencillamente el mejor que quien esto suscribe ha escuchado nunca, superior a los Corena, Dara o Capecchi de toda la vida. Así de claro.

¿El secreto? El genial artista zaragozano lo conoce muy bien: cantar con propiedad estilística y "de verdad", sin caer en el parlato, matizar dramáticamente desde el punto de vista vocal -es decir, no apoyándose tan sólo en lo escénico- y aportar un ingrediente de patetismo en el personaje sin olvidar, en ningún momento, que ante todo ha de resultar divertido. Como además es un actor como la copa de un pino, su Bartolo es sencillamente referencial. Quien no lo haya hecho ya, que vea su DVD en la Ópera de Zurich, o que espere a la próxima aparición de la reciente producción de la Ópera de París en este mismo formato, para deleitarse con las maravillas que Chausson es capaz de ofrecer.

Arrollador el Fígaro de Carlos Álvarez. Sin los resbalones vocales que tuvo en el recital de Jerez que se comenta en este mismo número, ofreció una encarnación que quizá algunos encuentren no del todo ortodoxa en el estilo, pero fulgurante en lo canoro y muy convincente en lo dramático, es decir, latino y dicharachero sin caer en el tópico ni en la sobreactuación bufa. Su magnetismo en la escena lograba atraer incluso al lado de Chausson. Tremendo. El barítono malagueño salió a saludar, como había hecho días antes en el Villamarta, con un comprometido "No a la guerra", dicho sea de paso.

De Gijón venía Alejandro Roy, joven tenor de buena voz puramente lírica que cumplió con dignidad -aunque sólo eso- en el complicadísimo rol de Almaviva. Su carrera es aún muy breve, así que pueden esperarse cosas importantes, como por ejemplo las que está ofreciendo el bajo Felipe Bou, un Don Basilio cuanto menos solvente, aunque quizá no muy adecuado. Muy bien la igualmente prometedora Leticia Rodríguez como Berta, otra voz en alza y a tener en cuenta. Quien decepcionó fue el cordobés Francisco Santiago (doblete Fiorello/Oficial); se le han escuchado actuaciones mucho mejores.

Bueno, ¿y qué paso con Isabel Rey? Quizá el lector ya sepa que canceló la primera función por enfermedad, siendo sustituida a ultimísima hora por una joven que hizo lo que pudo. Por fortuna estuvimos en la segunda y escuchamos a la valenciana. Continuaba resfriada, lo que se hizo notar en la merma de facultades vocales. Aun así, fue una espléndida Rosina, en lo escénico -qué desenvoltura- y en lo vocal, un tanto en la línea de Beberly Sill, es decir, fresca y extrovertida, así como muy ornamentada, pero sin caer en narcisismos. En este sentido, su fantasiosa recreación de "Una voce poco fa" resulta mucho más adecuada que la que hoy nos ofrece, por ejemplo, una María Bayo. Y es que el respeto al estilo resulta fundamental.

Muy mal la Orquesta de Córdoba. Quizá faltaran ensayos, pero lo cierto es que con otros directores le hemos escuchado cosas estupendas en el género operístico. Y es que Miquel Ortega estuvo en su línea habitual, ofreciendo una lectura plana, flácida y aburrida, amén de plagada de desajustes. Si tenemos en cuenta que esta batuta es, junto con la del temible Daniel Lipton, la habitual de Carlos Álvarez, y que cantante y director pertenecen a la agencia de Alfonso G. Leoz, está claro a quiénes hemos de responsabilizar del desaguisado. No resulta "políticamente correcto" decir estas cosas, pero es necesario hacerlo. Y es que podría haber sido una grandísima noche operística si el foso hubiera funcionado. Que en el mismísimo Met de Nueva York, o en la Ópera de París, se escuchen en El Barbero batutas no menos deleznables, no es excusa válida. Mal de muchos...