|
CARLOS
ÁLVAREZ:
LLEGÓ, CANTÓ, VENCIÓ
Jerez, Teatro Villamarta. 15 de marzo.
Copland: Antiguas canciones americanas. Ravel: Canciones de Don
Quijote a Dulcinea. Ortega: Tres canciones andaluzas. Leigh:
"The impossible dream" (de El hombre de La Mancha). De Paul: "Bless
your beautiful hide" (de Siete novias para siete hermanos). Loewe:
"If ever I would leave you" (de Camelot). Moreno Torroba: "Luché fe
por el triunfo" (de Luisa Fernanda). Pérez Soriano: "Suena
guitarrico mío" (de El guitarrico). Soutullo y Vert: "Los cantos
alegres de los zagales" (de La del Soto del Parral). Carlos
Álvarez, barítono. Rubén Fernández Aguirre, piano.
Por
Fernando López Vargas-Machuca.
Lee su
curriculum .
No
vamos a descubrir aquí que Carlos Álvarez es una de las mejores voces
baritonales del momento, al menos para determinado repertorio, y que sin
duda ha de engrosar la lista de nombres de oro de la lírica española de
todos los tiempos. Esto es cosa ya sabida y reconocida por todos. Lo que
no suele decirse tanto es que el gran cantante malagueño se mueve a veces
en el filo de la navaja. Sobre todo en los últimos tiempos. Su
apretadísima agenda, su algo inconsciente desafío a las leyes de la
naturaleza (monstruos como Plácido Domingo sólo hay uno), y quizá también
cierto relativo descuido de la técnica vocal, son las circunstancias que
le conducen a ofrecer actuaciones no todo lo satisfactorias de lo que
deberían resultar.
En su esperado debut en el Villamarta no tuvo que
hacer especial esfuerzo. Llegó, cantó y venció merced su habitual
exhibición de virilidad -tremendo instrumento, de potencia y robustez
asombrosas, más una presencia física imponente-, así como a su
comunicatividad, desparpajo y gancho de cara público. Pero el recital, de
programa muy bien planteado, fue un tanto irregular dentro de su alto
nivel general. Empezó la velada de la mejor manera posible, con una
sensacional recreación de las Old American Songs de Copland; su voz
y talante ofrecían la rusticidad y entrega ideales.
Los problemas comenzaron en Ravel: está muy bien que
se haya atrevido con las Canciones de Don Quijote a Dulcinea, pero
carece de estilo -nada de morbidez ni sensualidad- y de recursos vocales
-apianar le resulta problemático- para ofrecer una lectura a la altura de
su incuestionable talento. Además, empezó a aparecer la proverbial
"carraspera" que últimamente es marca de la casa.
Las Tres canciones andaluzas, sobre poemas de
García Lorca, compuestas por Miquel Ortega i Pujol son tan tópicas como
agradecidas para el oído menos cultivado. Álvarez las recreó con
sinceridad, entrega y un no sé si adecuado acento andaluz; lástima que de
nuevo hicieran su aparición los sonidos ásperos y enturbiados.
Ya en la segunda parte, enganchó y
emocionó con extrovertidas, rutilantes interpretaciones de tres conocidas
páginas de los musicales El hombre de La Mancha, Siete novias
para siete hermanos y Camelot.
Obviamente la velada tenía que terminar con zarzuela,
género que Álvarez no siempre aborda con toda la atención al matiz
deseable, pero que le permite hacer gala de sus más exhibicionistas
recursos. El triunfo fue monumental entre un público que, en su mayor
parte, nunca había escuchado esta formidable voz, si bien de nuevo
aparecieron puntualmente sonoridades no muy ortodoxas. Daba igual. Carlos
Álvarez, genio y figura, dijo aquello de "aquí estoy yo" y todo el mundo
cayó rendido a sus pies. Ni siquiera pareció importarle a nadie que en la
segunda propina, "Bajo el puente de la peña", se olvidara por momentos de
la letra y en su lugar el nada fino pianista acompañante tuviera que
cantar (!) durante unos segundos. No es de extrañar: la
conocida romanza pertenece a La canción del olvido.
|