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Número 39º - Abril 2.003


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CARLOS ÁLVAREZ:
LLEGÓ, CANTÓ, VENCIÓ

 Jerez, Teatro Villamarta. 15 de marzo. Copland: Antiguas canciones americanas. Ravel: Canciones de Don Quijote a Dulcinea. Ortega: Tres canciones andaluzas. Leigh: "The impossible dream" (de El hombre de La Mancha). De Paul: "Bless your beautiful hide" (de Siete novias para siete hermanos). Loewe: "If ever I would leave you" (de Camelot). Moreno Torroba: "Luché fe por el triunfo" (de Luisa Fernanda). Pérez Soriano: "Suena guitarrico mío" (de El guitarrico). Soutullo y Vert: "Los cantos alegres de los zagales" (de La del Soto del Parral). Carlos Álvarez, barítono. Rubén Fernández Aguirre, piano.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

 

No vamos a descubrir aquí que Carlos Álvarez es una de las mejores voces baritonales del momento, al menos para determinado repertorio, y que sin duda ha de engrosar la lista de nombres de oro de la lírica española de todos los tiempos. Esto es cosa ya sabida y reconocida por todos. Lo que no suele decirse tanto es que el gran cantante malagueño se mueve a veces en el filo de la navaja. Sobre todo en los últimos tiempos. Su apretadísima agenda, su algo inconsciente desafío a las leyes de la naturaleza (monstruos como Plácido Domingo sólo hay uno), y quizá también cierto relativo descuido de la técnica vocal, son las circunstancias que le conducen a ofrecer actuaciones no todo lo satisfactorias de lo que deberían resultar.

En su esperado debut en el Villamarta no tuvo que hacer especial esfuerzo. Llegó, cantó y venció merced su habitual exhibición de virilidad -tremendo instrumento, de potencia y robustez asombrosas, más una presencia física imponente-, así como a su comunicatividad, desparpajo y gancho de cara público. Pero el recital, de programa muy bien planteado, fue un tanto irregular dentro de su alto nivel general. Empezó la velada de la mejor manera posible, con una sensacional recreación de las Old American Songs de Copland; su voz y talante ofrecían la rusticidad y entrega ideales.

Los problemas comenzaron en Ravel: está muy bien que se haya atrevido con las Canciones de Don Quijote a Dulcinea, pero carece de estilo -nada de morbidez ni sensualidad- y de recursos vocales -apianar le resulta problemático- para ofrecer una lectura a la altura de su incuestionable talento. Además, empezó a aparecer la proverbial "carraspera" que últimamente es marca de la casa. Las Tres canciones andaluzas, sobre poemas de García Lorca, compuestas por Miquel Ortega i Pujol son tan tópicas como agradecidas para el oído menos cultivado. Álvarez las recreó con sinceridad, entrega y un no sé si adecuado acento andaluz; lástima que de nuevo hicieran su aparición los sonidos ásperos y enturbiados.

Ya en la segunda parte, enganchó y emocionó con extrovertidas, rutilantes interpretaciones de tres conocidas páginas de los musicales El hombre de La Mancha, Siete novias para siete hermanos y Camelot. Obviamente la velada tenía que terminar con zarzuela, género que Álvarez no siempre aborda con toda la atención al matiz deseable, pero que le permite hacer gala de sus más exhibicionistas recursos. El triunfo fue monumental entre un público que, en su mayor parte, nunca había escuchado esta formidable voz, si bien de nuevo aparecieron puntualmente sonoridades no muy ortodoxas. Daba igual. Carlos Álvarez, genio y figura, dijo aquello de "aquí estoy yo" y todo el mundo cayó rendido a sus pies. Ni siquiera pareció importarle a nadie que en la segunda propina, "Bajo el puente de la peña", se olvidara por momentos de la letra y en su lugar el nada fino pianista acompañante tuviera que cantar (!) durante unos segundos. No es de extrañar: la conocida romanza pertenece a La canción del olvido.