CARMELITAS EN SEVILLA
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9
de abril. Poulenc: Diálogo de Carmelitas. Michelle Lagrange,
Michelle Canniccioni, Christian Treguier, Javier Palacios, Sylvie
Brunet, Anne Salvan, Eugenia Pont-Burgoyne, Christian Jean, Olivier
Grand, Jean Pascal Introvigne, Manuel de Diego, Miguel López Galindo,
Marisa Roca. Coro de la A. A. del
Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Julyan
Kovatchev, director musical. Jean-Louis Pichon, director de escena.
Producción de L'Esplanade de Saint Etienne.
Por
Fernando López
Vargas-Machuca. Lee su
curriculum.
Tras
el rotundo éxito de Don Pasquale, el Teatro de la Maestranza ha
tenido a bien -algo sorprendente dada su línea conservadora- programar
un gran título del siglo XX. Diálogos de Carmelitas, de Francis
Poulenc, es una página un tanto irregular pero plagada de hallazgos,
como la escena de la muerte de la priora, presa de angustia y pavor, y
muy especialmente la escalofriante ejecución final de las religiosas.
Todo ello servido con un sólido libreto de Georges Bernanos (pensado
originariamente como guión cinematográfico, y finalmente utilizado
para tal fin en la película protagonizada por Jeanne Moreau) y una
música densa y asfixiante, sin concesiones al hedonismo canoro, aunque
su autor sea un perfecto conocedor de las posibilidades de la voz. El
público -que no llenó del todo la sala- reaccionó con entusiasmo,
dados los excelentes resultados artísticos que se alcanzaron.
Espléndido el elenco vocal,
liderado por la notabilísima Michelle Canniccioni, una Blanche sólida
en lo vocal y bien delineada -sin histerismos- en su compleja, casi
patológica, psicología. Pero quien con toda justicia se llevó los
mayores aplausos fue
Sylvie Brunet, que hace ya seis temporadas protagonizó una inolvidable
Sansón y Dalila. Aquí encarnó de manera portentosa a la priora
Madame de Croissy, alcanzando la escena de su muerte cotas de
intensidad, desgarro y hasta terror como pocas veces se ha vivido en
el Maestranza. De verdadero trauma. Bien el resto del reparto, aun con
irregularidades. Gustó ver a Javier Palacios tan esforzado como
siempre -y con insuficiencias habituales- en el rol del Caballero de
la Force.
Convenció un poco menos la batuta
de Julyan Kovatchev, solvente y muy atenta a las voces en todo
momento, pero no todo lo sensual e inquietante que debería en esta
exigente partitura, tan rica en lo tímbrico. Faltó además algo de
tensión, lo que, unido a las propias desigualdades de la página,
condujo a ciertos momentos algo morosos. Sea como fuere, una digna
labor al frente de una orquesta, como siempre, de gran altura. El coro
respondió bastante bien.
La puesta en escena convención en
casi todo momento con un planteamiento austero y concentrado, en el
que tuvo una participación decisiva la excelente iluminación de Michel
Theuil. La dirección de actores no estuvo, sin embargo, todo lo
cuidada que debiera, por lo que cada uno de los cantantes se movió
como su propio talento le daba a entender; de ahí que hubiera más de
uno bastante despistado.
Punto y aparte se merece la escena
final de la ejecución. Renunciando a la sobriedad visual exhibida
hasta entonces,
Jean-Louis Pichon proyectó un video al fondo de la escena en el que se
representaba -mediante ordenador- la fascinante imagen de un mar
oscuro y agitado plagado de guillotinas; cada una de las monjas, en
escena, se iba adelantando para caer desplomada bajo el golpe fatal de
la hoja. Desgraciadamente, el eficaz recurso -parecido al de alguna
otra producción escénica- se vio coronado por una imagen de Cristo
desclavando sus brazos para acoger el alma de las mártires. Ridículo y
obvio, además de inadecuado, ya que la música en ningún momento
sugiere algún tipo de redención, sino que más bien nos deja un ambiguo
e inquietante sabor de boca. Sea como fuere, una gran velada lírica. |