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Número 39º - Abril 2.003


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CARMELITAS EN SEVILLA

 

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9 de abril. Poulenc: Diálogo de Carmelitas. Michelle Lagrange, Michelle Canniccioni, Christian Treguier, Javier Palacios, Sylvie Brunet, Anne Salvan,  Eugenia Pont-Burgoyne, Christian Jean, Olivier Grand, Jean Pascal Introvigne, Manuel de Diego, Miguel López Galindo, Marisa Roca. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Julyan Kovatchev, director musical. Jean-Louis Pichon, director de escena. Producción de L'Esplanade de Saint Etienne.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Tras el rotundo éxito de Don Pasquale, el Teatro de la Maestranza ha tenido a bien -algo sorprendente dada su línea conservadora- programar un gran título del siglo XX. Diálogos de Carmelitas, de Francis Poulenc, es una página un tanto irregular pero plagada de hallazgos, como la escena de la muerte de la priora, presa de angustia y pavor, y muy especialmente la escalofriante ejecución final de las religiosas. Todo ello servido con un sólido libreto de Georges Bernanos (pensado originariamente como guión cinematográfico, y finalmente utilizado para tal fin en la película protagonizada por Jeanne Moreau) y una música densa y asfixiante, sin concesiones al hedonismo canoro, aunque su autor sea un perfecto conocedor de las posibilidades de la voz. El público -que no llenó del todo la sala- reaccionó con entusiasmo, dados los excelentes resultados artísticos que se alcanzaron.

Espléndido el elenco vocal, liderado por la notabilísima Michelle Canniccioni, una Blanche sólida en lo vocal y bien delineada -sin histerismos- en su compleja, casi patológica, psicología. Pero quien con toda justicia se llevó los mayores aplausos fue Sylvie Brunet, que hace ya seis temporadas protagonizó una inolvidable Sansón y Dalila. Aquí encarnó de manera portentosa a la priora Madame de Croissy, alcanzando la escena de su muerte cotas de intensidad, desgarro y hasta terror como pocas veces se ha vivido en el Maestranza. De verdadero trauma. Bien el resto del reparto, aun con irregularidades. Gustó ver a Javier Palacios tan esforzado como siempre -y con insuficiencias habituales- en el rol del Caballero de la Force.

Convenció un poco menos la batuta de Julyan Kovatchev, solvente y muy atenta a las voces en todo momento, pero no todo lo sensual e inquietante que debería en esta exigente partitura, tan rica en lo tímbrico. Faltó además algo de tensión, lo que, unido a las propias desigualdades de la página, condujo a ciertos momentos algo morosos. Sea como fuere, una digna labor al frente de una orquesta, como siempre, de gran altura. El coro respondió bastante bien.

La puesta en escena convención en casi todo momento con un planteamiento austero y concentrado, en el que tuvo una participación decisiva la excelente iluminación de Michel Theuil. La dirección de actores no estuvo, sin embargo, todo lo cuidada que debiera, por lo que cada uno de los cantantes se movió como su propio talento le daba a entender; de ahí que hubiera más de uno bastante despistado.

Punto y aparte se merece la escena final de la ejecución. Renunciando a la sobriedad visual exhibida hasta entonces, Jean-Louis Pichon proyectó un video al fondo de la escena en el que se representaba -mediante ordenador- la fascinante imagen de un mar oscuro y agitado plagado de guillotinas; cada una de las monjas, en escena, se iba adelantando para caer desplomada bajo el golpe fatal de la hoja. Desgraciadamente, el eficaz recurso -parecido al de alguna otra producción escénica- se vio coronado por una imagen de Cristo desclavando sus brazos para acoger el alma de las mártires. Ridículo y obvio, además de inadecuado, ya que la música en ningún momento sugiere algún tipo de redención, sino que más bien nos deja un ambiguo e inquietante sabor de boca. Sea como fuere, una gran velada lírica.