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Número 39º - Abril 2.003


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Una Jenufa intensa y esencial

Por Paco Bocanegra.

Registrada en vivo a partir de unas funciones de la Royal Opera House en octubre del 2001, esta nueva versión de Jenufa de L. Janácek por el sello ERATO supone toda una oportunidad para regresar a esta ópera tan poco frecuente como valiosa.

El primer aliciente lo hallamos en la dirección de Bernard Haitink, quien al frente de unos comprometidos coro y orquesta de la ROH y según la versión original de Brno de 1908 -no la ajustada posteriormente por Karen Kovarovic- imprime a esta Jenufa un interesante sello personal.

La voluntad inicial del compositor resplandece en esta interpretación con una clave ambivalente y perfectamente ensamblada. De una parte revaloriza, de un modo ciertamente intelectual, la riquísima textura de una partitura magistral con un rigor extremado y sin la más nimia concesión al efecto. Sin embargo, la delicadeza y la esencialidad de la arquitectura que el director consigue extraer de la orquesta ofrecen una base dúctil al desarrollo de la acción, envuelta en una atmósfera evanescente, casi onírica, donde el clímax dramático de algunas escenas adquiere una contundente intensidad de dimensión trágica.

Esta aproximación resuelve coherentemente una historia naturalista en su temática de amor, traición y honor narrada como a través de un halo poético, de la visión un ojo omnisciente que observara a los personajes sin juzgarlos y los incluyera como elementos de un paisaje siempre presente y que en esta lectura, sutilmente, Haitink evidencia. Un elemento que viene a sustituir el folclore tradicional decimonónico y adquiere una función de descripción psicológica de los personajes distanciado de la teatralidad verista italiana contemporánea.

Las dos grandes protagonistas de esta edición pueden ejemplificar este feliz continuum surgido del feliz acuerdo entre rigurosidad musical y la vitalidad dramática de un canto y declamado perfectamente imbricado con las inflexiones de la lengua checa. El papel vertebral de la sacristana Kostelnicka se ha encomendado tradicionalmente, siguiendo una tradición no escrita, a sopranos de gran temperamento al final de sus carreras, con resultados diversos en cuanto a la suficiencia vocal, que no dramática. Su dificultad es extrema y si bien Anja Silja encaja cómodamente en esta clasificación, su interpretación de este complejo rol de personalidad histérica resulta extraordinario –ya madurado en sus funciones de Glyndebourne- y pasa a ocupar un lugar destacado entre sus antecesoras. El timbre árido, los artificiales graves cavernosos y los agudos acerados benefician la intención de describir la precariedad de una mujer atormentada -espeluznante en la conclusión del acto segundo-, pero cuya fragilidad le aporta visos de humanidad en su espléndido acto tercero, durante la escena de la confesión.

Sin embargo, por estimulante que pueda resultar para muchos el carisma de Anja Silja, divide sus laureles con Karita Mattila. La voz es ideal para Jenufa, pues su dilatada vena lírica encuentra en la finlandesa acentos de una belleza sobrecogedora, que trascienden la mera seducción instrumental. Su musicalidad resulta clarividente, y es precisamente en este aspecto donde Mattila encuentra la mejor adecuación de todo el reparto a las impresiones que nos transmite Haitink. Esta Jenufa, con su puro timbre de seductora feminidad y mostrándose de una mutabilidad e inmediatez expresivas reveladoras, mantiene, sin embargo, una nobleza que roza la abstracción, como una criatura muy diferente a su contexto y por tanto víctima que casi recuerda a la Rusalka de Dvorak. No es hasta el final de la ópera (cumplido su destino en el bellísimo “dúo” con Laca) que transmuta sutilmente, a pesar de toda las incidencias anteriores, en una mujer plenamente decidida y consciente. Completando el trío estelar femenino, la participación de la histórica Kostelnicka de Eva Randovà confiere un inusitado relieve al papel de la anciana Starenka.

Los dos tenores cumplen bien con sus cometidos, si bien no rayan a la altura de sus compañeras. Jorma Silvasti hace gala de un agudo instinto en su encarnación como Laca y la voz es hermosa y robusta. Jerry Hadley como Steva parece fuera de repertorio sin llegar a defraudar. Su voz se presenta en ocasiones como un instrumento demasiado delicado para su parte, si bien pasajeras estridencias o desigualdades se convierten ocasionalmente en hallazgos fortuitos imputables al carácter superficial de Steva. Buena compañía de secundarios y calidad sonora para un registro, en definitiva, a tener en cuenta.


2 CD ERATO 0927 45330-2