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Una Jenufa intensa y esencial
Por
Paco
Bocanegra.
Registrada en vivo a partir de unas funciones de la Royal Opera House
en octubre del 2001, esta nueva versión de Jenufa de L. Janácek por el
sello ERATO supone toda una oportunidad para regresar a esta ópera tan
poco frecuente como valiosa.
El primer aliciente lo hallamos en la dirección de Bernard Haitink, quien
al frente de unos comprometidos coro y orquesta de la ROH y según la
versión original de Brno de 1908 -no la ajustada posteriormente por Karen
Kovarovic- imprime a esta Jenufa un interesante sello personal.
La voluntad inicial del compositor resplandece en esta interpretación con
una clave ambivalente y perfectamente ensamblada. De una parte revaloriza,
de un modo ciertamente intelectual, la riquísima textura de una partitura
magistral con un rigor extremado y sin la más nimia concesión al efecto.
Sin embargo, la delicadeza y la esencialidad de la arquitectura que el
director consigue extraer de la orquesta ofrecen una base dúctil al
desarrollo de la acción, envuelta en una atmósfera evanescente, casi
onírica, donde el clímax dramático de algunas escenas adquiere una
contundente intensidad de dimensión trágica.
Esta aproximación resuelve coherentemente una historia naturalista en su
temática de amor, traición y honor narrada como a través de un halo
poético, de la visión un ojo omnisciente que observara a los personajes
sin juzgarlos y los incluyera como elementos de un paisaje siempre
presente y que en esta lectura, sutilmente, Haitink evidencia. Un elemento
que viene a sustituir el folclore tradicional decimonónico y adquiere una
función de descripción psicológica de los personajes distanciado de la
teatralidad verista italiana contemporánea.
Las dos grandes protagonistas de esta edición pueden ejemplificar este
feliz continuum surgido del feliz acuerdo entre rigurosidad musical y la
vitalidad dramática de un canto y declamado perfectamente imbricado con
las inflexiones de la lengua checa. El papel vertebral de la sacristana
Kostelnicka se ha encomendado tradicionalmente, siguiendo una tradición no
escrita, a sopranos de gran temperamento al final de sus carreras, con
resultados diversos en cuanto a la suficiencia vocal, que no dramática. Su
dificultad es extrema y si bien Anja Silja encaja cómodamente en esta
clasificación, su interpretación de este complejo rol de personalidad
histérica resulta extraordinario –ya madurado en sus funciones de
Glyndebourne- y pasa a ocupar un lugar destacado entre sus antecesoras. El
timbre árido, los artificiales graves cavernosos y los agudos acerados
benefician la intención de describir la precariedad de una mujer
atormentada -espeluznante en la conclusión del acto segundo-, pero cuya
fragilidad le aporta visos de humanidad en su espléndido acto tercero,
durante la escena de la confesión.
Sin embargo, por estimulante que pueda resultar para muchos el carisma de
Anja Silja, divide sus laureles con Karita Mattila. La voz es ideal para
Jenufa, pues su dilatada vena lírica encuentra en la finlandesa acentos de
una belleza sobrecogedora, que trascienden la mera seducción instrumental.
Su musicalidad resulta clarividente, y es precisamente en este
aspecto donde Mattila encuentra la mejor adecuación de todo el reparto a
las impresiones que nos transmite Haitink. Esta Jenufa, con su puro timbre
de seductora feminidad y mostrándose de una mutabilidad e inmediatez
expresivas reveladoras, mantiene, sin embargo, una nobleza que roza la
abstracción, como una criatura muy diferente a su contexto y por tanto
víctima que casi recuerda a la Rusalka de Dvorak. No es hasta el final de
la ópera (cumplido su destino en el bellísimo “dúo” con Laca) que
transmuta sutilmente, a pesar de toda las incidencias anteriores, en una
mujer plenamente decidida y consciente. Completando el trío estelar
femenino, la participación de la histórica Kostelnicka de Eva Randovà
confiere un inusitado relieve al papel de la anciana Starenka.
Los dos tenores cumplen bien con sus cometidos, si bien no rayan a la
altura de sus compañeras. Jorma Silvasti hace gala de un agudo instinto en
su encarnación como Laca y la voz es hermosa y robusta. Jerry Hadley como
Steva parece fuera de repertorio sin llegar a defraudar. Su voz se
presenta en ocasiones como un instrumento demasiado delicado para su
parte, si bien pasajeras estridencias o desigualdades se convierten
ocasionalmente en hallazgos fortuitos imputables al carácter superficial
de Steva. Buena compañía de secundarios y calidad sonora para un registro,
en definitiva, a tener en cuenta.
2 CD ERATO 0927 45330-2
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