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Serena meticulosidad
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee
su curriculum.
Recital de la pianista Bella Davidovich. Fantasía en re menor K 397,
Sonata núm. 13 en si bemol mayor K 333 de Wolfgang Amadeus Mozart;
Romanza núm. 1, 14, 45, 25, 23, 30 y Rondó capriccioso en mi mayor
op 14. de Félix Mendelssohn; Variaciones brillantes en si bemol
mayor op. 12, Nocturno en mi mayor op. 62 núm. 2, Barcarola en fa
sostenido mayor op. 60, Preludio en do sostenido menor op. 45, Balada núm.
3 en la bemol mayor op. 47 de Fryderyk Chopin. Octavo Ciclo de Grandes
Intérpretes. Fundación Scherzo. Auditorio Nacional de Madrid, 19 de marzo
de 2003. Bella Davidovich, la veterana maestra de la escuela rusa, se ha presentado con este recital en Madrid con la naturalidad y el sosiego que solo se alcanza tras años de experiencia en los escenarios. El talante de Davidovich es cercano y familiar, completamente alejado de cualquier asomo de divismo, de cualquier gesto que pudiera ser innecesario o teatral. Toca el piano con la tranquilidad con la que podría hacer cualquier otra actividad doméstica, pero detrás de esa aparente despreocupación se advierte la presencia de un arte depurado, de un criterio interpretativo honesto y de una articulación trasparente. La meticulosidad con que la pianista toca a cada nota está llena de cariño y ecuanimidad: todas reciben la misma atención. El resultado son interpretaciones llenas de claridad y transparencia. La resonancia exacta obtiene del instrumento su brillo más sutil y cálido, refulgente como las hojas de otoño en un día luminoso. Hay un eco lejano y épico en un sonido es a la vez brillante y cálido. El color del piano queda realzado con sus mejores armónicos, gracias a la perfección de su acabado y en la tersura con la que extingue cada sonido en el siguiente o en el silencio. Los intersticios entre las notas y los cortes finales son rincones muchas veces descuidados que esta artista cuida con primor. Las partituras fueron expuestas con suprema lucidez y el tejido musical se desplegó suavemente, sin ningún nudo. La meticulosidad de Bella Davivodich es impresionante, serena y suave. Hay una calma absoluta incluso en los pasajes más arrebatados, en los que toca con la misma precisión y tranquilidad que en los lentos. El programa presentado en este recital permitió a la intérprete exponer lo mejor de su austera delicadeza con el toque perlado en Mozart, el jovial lirismo de Mendelssohn y la distinguida aflicción de Chopin. Fue una lección de arte al servicio de la música para piano. Davidovich obtuvo aplausos corteses y concedió una propina, pero su estilo profesional, riguroso y sobrio no llegó a entusiasmar al público madrileño mas afecto, tal vez, a otras pirotécnicas. (Fotografía El Cultural)
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