Revista mensual de publicación en Internet
Número 41º - Junio 2.003


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SEMIRAMIDE Y POCO MÁS
 

Sevilla, Teatro de la Maestranza, 25-05-2003. Rossini: La Scala di Seta (Obertura). Berlioz: Les Nuits d’eté, La damnation de Faust (Aria de Marguerite). Gounod: Faust (Balada del Rey de Thule y vals de las joyas). Rossini: Semiramide (Aria de Semiramide). Mendelssohn: Sinfonía nº 4 “Italiana”. Rossini: La Italiana en Argel (Obertura). June Anderson, soprano. Orquesta de Cannes. Director: Philippe Bender. Aforo: alrededor de media entrada.

Por Bardolfo.

El Mundo Sinfónico reza el título del ciclo que, año tras año, va poniendo a prueba la paciencia del sufrido aficionado sevillano con formaciones de cada vez menor entidad interpretativa y programas donde lo sinfónico es pura anécdota. Si miran la ficha del concierto, notarán que sólo la página de Mendelssohn entra en el terreno del sinfonismo musical, frente a cuatro piezas operísticas y un ciclo de canciones con orquesta. De resultas de ello, los espectadores nos preguntamos al salir si no habíamos asistido a un recital de la soprano estadounidense June Anderson rematado por una mediocre versión de la Sinfonía Italiana.

Y es que nada más cercano a la verdad: la Orquesta de Cannes es muy adecuada para amenizar el paso por la alfombra roja de las estrellitas que visitan el festival de cine de la localidad que le da nombre (y que parece que también prescinde de ella, puesto que se celebraba en estos días), pero no es más que un pequeño conjunto de músicos (no llegan a los cuarenta) con una sección de cuerda floja sin paliativos, como quedó demostrado en la introducción al la Balada del Rey de Thule del Fausto de Gounod, apenas reconocible en una formación tan escasa y a al vez tan pobremente empastada.

Al frente se encontraba Philippe Bender, trabajador de la batuta cuya ausencia de partitura en el atril era en este caso un defecto más que una virtud. Desmelenado adecuadamente en el podio, con mucho movimiento exagerado,  no transmitía su nervio a la formación, y por ello interpretó dos de las más ramplonas versiones de oberturas de Rossini que se han escuchado en Sevilla. En las piezas con voz solista, demostró estar perfectamente domesticado por la soprano y en la hermosa partitura de Mendelssohn se diluyó hasta la casi invisibilidad.

June Anderson centró el interés. Con una voz ensanchada y homogénea, pese a algún leve problema de afinación, interpretó unas correctas versiones de las páginas galas del programa, aunque su dominio de la lengua del país vecino no era precisamente irreprochable. Elegante pero también falta de verdadero sentimiento, su actuación hubiera quedado en lo simplemente rutinario (aunque en un nivel elevado, sobre todo en comparación con lo que la rodeaba) si no hubiera brindado al respetable una propina inolvidable: el aria Bel raggio lusinghier de la Semiramide rossiniana, donde exhibió todo su potencial virtuosístico, con excelente dominio de trinos y escalas, y realizó unas variaciones sobrias pero precisas. La voz había ganado un brillo que no se sospechaba en las mucho más centrales piezas de Berlioz (e incluso en Gounod, donde ralentizó en exceso la brillantez del vals de las joyas) y permitía, pese a la pátina del tiempo, admirar por fin en su terreno a la considerada por muchos la heredera de la gran Joan Sutherland. Una estruendosa ovación ratificó  un triunfo que resultó demasiado breve.

Y esto fue todo. Esperar que para el próximo ciclo los organizadores eleven el nivel de los conciertos, que los promocionen adecuadamente, para evitar el bochornoso espectáculo de ver un teatro sólo a medio gas y que, por lo menos, tengan el detalle de adornar un poco el escenario. Más barato aún, pero más galante, resultaría el entregarle a solista y director un sencillo ramito de claveles. No hablo de orquídeas ni nada por el estilo, pero con los precios que cobran creo que se les puede exigir.