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SEMIRAMIDE Y POCO MÁS
Sevilla, Teatro de la Maestranza, 25-05-2003. Rossini:
La Scala di Seta (Obertura). Berlioz: Les Nuits d’eté, La damnation
de Faust (Aria de Marguerite). Gounod: Faust (Balada del Rey de
Thule y vals de las joyas). Rossini: Semiramide (Aria de
Semiramide). Mendelssohn: Sinfonía nº 4 “Italiana”. Rossini:
La Italiana en Argel (Obertura). June Anderson, soprano.
Orquesta de Cannes. Director: Philippe Bender.
Aforo: alrededor de media entrada.
Por
Bardolfo.
El
Mundo Sinfónico reza el título del ciclo que, año tras año, va
poniendo a prueba la paciencia del sufrido aficionado sevillano con
formaciones de cada vez menor entidad interpretativa y programas donde lo
sinfónico es pura anécdota. Si miran la ficha del concierto, notarán que
sólo la página de Mendelssohn entra en el terreno del sinfonismo musical,
frente a cuatro piezas operísticas y un ciclo de canciones con orquesta.
De resultas de ello, los espectadores nos preguntamos al salir si no
habíamos asistido a un recital de la soprano estadounidense June Anderson
rematado por una mediocre versión de la Sinfonía Italiana.
Y es que nada más cercano a la verdad: la Orquesta de
Cannes es muy adecuada para amenizar el paso por la alfombra roja de las
estrellitas que visitan el festival de cine de la localidad que le da
nombre (y que parece que también prescinde de ella, puesto que se
celebraba en estos días), pero no es más que un pequeño conjunto de
músicos (no llegan a los cuarenta) con una sección de cuerda floja sin
paliativos, como quedó demostrado en la introducción al la Balada del Rey
de Thule del Fausto de Gounod, apenas reconocible en una formación
tan escasa y a al vez tan pobremente empastada.
Al frente se encontraba Philippe Bender, trabajador de la
batuta cuya ausencia de partitura en el atril era en este caso un defecto
más que una virtud. Desmelenado adecuadamente en el podio, con mucho
movimiento exagerado, no transmitía su nervio a la formación, y por ello
interpretó dos de las más ramplonas versiones de oberturas de Rossini que
se han escuchado en Sevilla. En las piezas con voz solista, demostró estar
perfectamente domesticado por la soprano y en la hermosa partitura de
Mendelssohn se diluyó hasta la casi invisibilidad.
June Anderson centró el interés. Con una voz ensanchada y
homogénea, pese a algún leve problema de afinación, interpretó unas
correctas versiones de las páginas galas del programa, aunque su dominio
de la lengua del país vecino no era precisamente irreprochable. Elegante
pero también falta de verdadero sentimiento, su actuación hubiera quedado
en lo simplemente rutinario (aunque en un nivel elevado, sobre todo en
comparación con lo que la rodeaba) si no hubiera brindado al respetable
una propina inolvidable: el aria Bel raggio lusinghier de la Semiramide
rossiniana, donde exhibió todo su potencial virtuosístico, con excelente
dominio de trinos y escalas, y realizó unas variaciones sobrias pero
precisas. La voz había ganado un brillo que no se sospechaba en las mucho
más centrales piezas de Berlioz (e incluso en Gounod, donde ralentizó en
exceso la brillantez del vals de las joyas) y permitía, pese a la pátina
del tiempo, admirar por fin en su terreno a la considerada por muchos la
heredera de la gran Joan Sutherland. Una estruendosa ovación ratificó un
triunfo que resultó demasiado breve.
Y esto fue todo. Esperar que para el próximo ciclo los
organizadores eleven el nivel de los conciertos, que los promocionen
adecuadamente, para evitar el bochornoso espectáculo de ver un teatro sólo
a medio gas y que, por lo menos, tengan el detalle de adornar un poco el
escenario. Más barato aún, pero más galante, resultaría el entregarle a
solista y director un sencillo ramito de claveles. No hablo de orquídeas
ni nada por el estilo, pero con los precios que cobran creo que se les
puede exigir.
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