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FAUSTO A MEDIO GASPor Sir John Falstaff Sevilla, Teatro de la Maestranza. 20 de octubre. Gounod: Fausto. María Bayo, Robert Nagy, Alastair Miles, Ángel Ódena, Larissa Schmidt, Anne Pareuil, David Rubiera. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Stephen Barlow, director musical. Jorge Lavelli, director de escena. Producción de la Ópera Nacional de París. Se vio lastrado el Fausto de Gounod que ha inaugurado la presente temporada lírica del Maestranza por el mismo desequilibrio que la Manon Lescaut que cerraba la anterior, sólo que invirtiendo los términos: si en el título de Puccini nos encontrábamos ante dos magníficas voces (la pareja Armiliato/Dessí) arropadas por un discreto conjunto de secundarios y guiadas por una batuta desigual, deambulando todos ellos sin rumbo en una mediocre producción escénica, aquí hemos tenido una notable propuesta dramática, una más que solvente dirección musical y un estupendo conjunto de comprimarios que no han logrado soslayar la insuficiencia de nivel vocal en los tres roles fundamentales. Grave es que se contara con un Fausto como el de Robert Nagy, quien a pesar de sus brillantes agudos -realzados por un prolongado fiato-, evidenció insoslayables problemas vocales (emisión estrangulada, pianísimos imposibles), escasa adecuación al estilo y poco talento como actor. Sí que actuó bien, y mucho, el sobradamente conocido Alastair Miles, pero su voz no es muy adecuada para el rol de Mefistófeles. Le faltó, además, algo de intención en el fraseo para resultar realmente creíble. Así las cosas no le fue difícil a una María Bayo más diva que nunca vencer, antes que convencer, en el rol de Margarita: su belleza vocal, su contrastada solvencia en el repertorio francés y su manifiesto buen gusto terminaron imponiéndose sobre su relativa pérdida de facilidad para la coloratura, sus problemas en el agudo y su escaso dominio de un papel que cantaba por primera vez. Las mejores voces, como decíamos arriba, las de los secundarios, unos más que notables Ángel Ódena (Valentín), Anne Pareuil (Marta), David Rubiera (Wagner) y, sobre todo, Larissa Schmidt (Siebel). Espléndida en esta ocasión el coro, sobre todo la sección masculina, e irreprochable la labor en el foso de Stephen Barlow, no tan convincente como en su anterior Electra pero gran concertador y maestro de encomiable buen gusto. El rendimiento que obtuvo de la orquesta fue muy alto, a pesar de ciertos desajustes y de alguna intervención solista desafortunada. La prestigiosa y ya algo antigua producción de la Ópera de París convenció antes en el aspecto plástico que en el propiamente dramático. Vistosa y muy adecuada escenografía la de Max Bignens, inspirada en las realizaciones de vidrio y metal de tiempos de la revolución industrial, donde se ha ubicado cronológicamente la acción. Muy bello sin caer en el preciosismo el vestuario diseñado por el recientemente fallecido artista. Por lo que a la dirección de Jorge Lavelli respecta, se ha de aplaudir su su acierto al desarrollar algunas ideas algo sobadas (Mefistófeles como alter ego de Fausto) pero válidas e interesantes, al tiempo que hemos de reprochar una insuficiente dirección de actores -la Bayo estuvo un tanto perdida, por no hablar del tenor- y cierta frialdad general que terminó lastrando el conjunto. En suma, un Fausto en absoluto malo, pero sí irregular y desequilibrado. A medio gas. Y ahora, la pregunta del millón: ¿por qué demonios -y nunca mejor dicho- no se contó con Aquiles Machado para el rol titular, cuando era la intención original del Maestranza que fuera él el protagonista? Quizá por la misma razón por la que el Macbeth con Carlos Álvarez lo va a dirigir el terrible Daniel Lipton: porque el teatro cede a las presiones de quienes no deberían limitarse más que a actuar y cobrar. Al menos en el título verdiano la dirección del Maestranza está a tiempo de rectificar y de pararle los pies a quien se está dedicando últimamente más a funcionar como agente artístico que a hacer aquello para lo que realmente vale. |