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LA RONDINE EN
OVIEDO
Oviedo, Teatro
Campoamor. 16 de noviembre de 2003. Puccini: La Rondine. P. Armstrong, S.
Puértolas, M. Malagnini, J. Palacios, D. Menéndez, M. García Gutiérrez, M.
Atxalandabaso, J. Martín Royo, B. Díaz, M. J. Suárez, S. Fernández.
Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), Coro de la
Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera, Dir. musical: P. G. Morandi.
Dir. de escena: M. Pontiggia, sobre escenografía y vestuario de K.
Lagerfeld. Coreografía: N. Castejón.
Las representaciones de La Rondine (uno de los escasos
títulos puccinianos que nunca habían subido al escenario del Teatro
Campoamor: faltan aún Le Villi, Edgar, La Fanciulla
del West y Suor Angelica) sufrieron el inconveniente de la
cancelación de quien iba a ser su protagonista, Ainhoa Arteta. En poco
tiempo se encontró a una sustituta, la norteamericana Pamela Armstrong,
que ha cantado en teatros de prestigio como el MET neoyorkino y ya había
interpretado el papel de Magda en Boston.
La actuación de la Armstrong, sin ser ejemplar, sí hizo que no se echara
de menos a la Arteta, que seguramente no lo hubiera hecho mejor. La
norteamericana posee una voz bella, que disimula una dicción italiana algo
problemática con una cierta dulzura en la emisión, la cual no puede
mantener al subir al registro agudo; así en el "Sueño de Doretta", las
frases "Folle amore! Folle ebrezza!" sonaron demasiado "duras".
Escénicamente sí dio bien el papel, pues es una mujer muy atractiva.
Su "partenaire", el tenor Mario Malagnini como Ruggero, tiene un timbre de
cierta belleza, aunque el volumen es algo insuficiente (gran parte de la
ópera costaba oírle por encima de la orquesta, un defecto que en menor
medida también presentó la Armstrong) y además en lo escénico quedaba algo
"talludito" para el papel de galán. De hecho, era más joven el rico
Rambaldo (interpretado por David Menéndez), en cuya casa vivía Magda como
"mantenida", que el hombre en el que ve a su gran amor.
En el papel del poeta Prunier estuvo Javier Palacios, de voz nasal y no
muy agradable, aunque al menos de volumen suficiente para ser oída con
claridad; puede ser aceptable dentro de una línea "bufa", lo que suele ser
frecuente al acercarse a este personaje.
Una mención de honor merece Sabina Puértolas, que como la criada Lisette
marcó, en lo vocal, el punto más alto de la velada. La soprano navarra,
que ha cantado en escenarios de la importancia de la Scala de Milán (el
Oscar del Ballo) y a quien pudimos ver en el Campoamor la
temporada pasada en un concierto de "Jóvenes promesas", cantó una Lisette
modélica: con voz bella, de caudal suficiente para oírse con claridad, muy
matizada y que expresaba bien el carácter "pizpireto" de la criada; en lo
escénico pudo sobreactuar algo en este sentido, pero es un defecto menor.
El resto de los secundarios cumplieron satisfactoriamente, con mención
especial para David Menéndez como Rambaldo, y coro y orquesta estuvieron a
un nivel excelente, esta última dirigida por un reconocido especialista
como Pier Giorgio Morandi, conocido principalmente por sus grabaciones de
repertorio operístico italiano para el sello Naxos. En el segundo acto se
contó con la coreografía de Nuria Castejón, que recreó un ambiente de
cabaret francés de la era del "can-can", quedando un espectáculo muy
logrado aunque puede discutirse si venía a cuento.
Si esta representación en el aspecto vocal, con la excepción de Puértolas,
pasó sin especial pena ni gloria, es en cambio en lo escénico donde se
consiguió una función grata de ver. El diseño de decorados y vestuario
llevaban la firma del famoso modisto Karl Lagerfeld (la producción vista
es original de la Ópera de Montecarlo), lo que nos permitió contemplar una
gran variedad de sofisticados vestidos de época, e interiores de viviendas
de principios de siglo. Un detalle discutible fue el uso de una
"cortinilla" en los actos primero y tercero para dar la sensación de
"lejanía", difuminando los contornos. Con todo, es la riqueza visual del
escenario lo que más recordarán los espectadores que hayan presenciado
esta Rondine.
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