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ELOGIO DE LA DESOLACIÓNPor Bardolfo. Jerez de la Frontera. Teatro Villamarta. Varias versiones se han escenificado en los últimos años del patético viaje musical que propone Franz Schubert siguiendo los poemas de Wilhem Müller. Pueden encontrarse versiones en DVD intepretadas por el barítono Jorma Hynninen o el tenor Ian Bostridge, y yo mismo tuve la oportunidad de contemplar la pasada temporada la audaz propuesta de Trisha Brown con un Simon Keenlyside pletórico en su doble faceta de cantante y bailarín, una suerte de tour de force donde se conjugaban la danza, el canto y la expresión corporal para dar una visión renovada del mundo liederístico, que tanto asusta a la mayoría del público en su versión convencional, con un solista desgranando canciones más o menos inteligibles para la mayoría junto a un pianista muchas veces cercano al autismo. La producción que ha llegado al Teatro Villamarta no renuncia al clasicismo en su factura, e incide en el carácter introspectivo de la partitura: unos pocos muebles (un sofá, un pequeño escritorio, una lámpara) y dos pianos, difuminados por una iluminación tenue, y el protagonista principal como único actor, en traje de viaje. Estos mínimos elementos se conjugan para hacer recaer la atención, mediante una gesticulación sobria del barítono, en el texto cantado, por cierto acompañado (feliz idea del teatro) por la subtitulación: a lo largo de la velada vamos asistiendo a la desolación del protagonista en este viaje exterior e interior, a su desamor y a su progresivo aislamiento, a su extinción final junto al viejo músico callejero, imagen terrible de la muerte y, sobre todo, de la soledad. Para lograr que estos poemas (u otros, pero en este ciclo es más necesario aún) lleguen al corazón del público y no sólo se queden en un mero disfrute del oído por las habilidades de un cantante se necesita un intérprete con capacidad del matiz y conocimiento del texto, con un timbre capaz de transmitir la melancolía mediante un sonido no excesivamente brillante, con una voz de caudal suficiente pero no excesivo, y con una implicación emocional real. Todos estos requisitos los cumplió sobradamente Dietrich Henschel, heredero en más de un momento de su inmenso tocayo Dietrich Fischer-Dieskau, con el que comparte además los sonidos blancos en el registro agudo que medio mundo admira y medio detesta (yo pertenezco al primer grupo). Pese a algunos problemas de afinación, muy visibles en "Wasserflut", la suya fue una interpretación de altura, difícil de igualar hoy día. Dejó sobrecogido al público en la desoladora "Der Leiermann" que concluye el ciclo. Bueno el acompañamiento de Schwinghammer, aunque quizás no tan emocionante como el de su compañero de viaje. Sólo media entrada en el Villamarta: desgraciadamente, y esto también es desolación, el mundo del lied, alejado de divismos y efectos plateales, sigue asustando a la mayor parte del público, sobre todo en este país siempre ansioso de los oropeles operísticos.
Página del Teatro Villamarta: http://www.villamarta.com
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