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Número 56º - Septiembre 2.004


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ELEKTRA EN OVIEDO

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

Oviedo, Teatro Campoamor. 25 de septiembre de 2004. R. Strauss: Elektra. E. Connell, M. Ejsing, I. Nielsen, J. Ruiz, C. Otelli, C. Varela, Y. Montoussé, G. Hernando, M. Pardo, C. Schneider, M.J. Suárez, M. Casas, M.J. Martos. Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Dir. musical: M. Valdés. Dir. de escena: S. Palés.


Comenzó la LVII Temporada de la Ópera de Oviedo con un título que supone toda una novedad en el Teatro Campoamor, la Elektra de Richard Strauss, que nunca se había representado aquí; una prueba de que el repertorio del coliseo ovetense (tantos años centrado en las óperas de Verdi, Donizetti y las más conocidas de Puccini) se va abriendo a lo que es normal en cualquier teatro importante, aunque aún queden lagunas, y que continúa el camino emprendido hace tres años con la Salomé, primer título straussiano representado en Oviedo.

Para la ocasión que suponía presentar esta ópera al público ovetense no se han escatimado medios en cuanto al reparto, realmente muy cuidado, y encabezado por la que parece ser la Elektra "oficial" de la actualidad, Elizabeth Connell, quien también cantó el papel en Madrid hace dos años en la visita que entonces hicieron las huestes de la Staatsoper berlinesa con Barenboim. Vocalmente, no puede decirse que estuviera impecable en su dificilísimo papel, podría echarse en falta una voz con más cuerpo, con más potencia, en lugar de la algo quebradiza que exhibía la Connell. Pero si en cuanto a voz su interpretación no estuvo redonda, en lo escénico lo compensó con creces, pudiendo decirse que en la representación del 25 de septiembre, Connell "fue" Elektra: desde su aparición como una loca que sólo vive para la venganza hasta el semblante de felicidad con que planea matar a los asesinos de su padre o la danza final, ebria de sangre por el gozo de la venganza satisfecha: todo un "animal escénico".

A su lado hubiera sido del mayor interés poder contar como Clitemnestra con un nombre ya mítico en el mundo de la ópera como era el de la anunciada Anja Silja; por desgracia, una cancelación a última hora nos privó de su actuación, aunque la pérdida fue más llevadera gracias a que se la sustituyó por una magnífica profesional como Mette Ejsing, contralto que ha cantado en Bayreuth papeles como Erda (el cual también ha grabado en el Anillo dirigido por Neuhold). La Ejsing estuvo vocalmente a mayor altura incluso que la Conell, y dio perfectamente el tipo de mujer torturada por sus sueños, que ansía hallar el descanso que sólo le traerá la muerte. Sólo se le podría hacer el pequeño reproche de parecer en escena más joven que su propia hija, aunque estas cosas son habituales en la ópera.

Frente a tanto desquiciamiento expresivo, los únicos momentos de dulzura los aportó el personaje de Crisotemis, encarnado por Inga Nielsen. Vocalmente, su actuación estuvo a gran nivel, mientras que escénicamente mostró un hieratismo más convencional. En todo caso, con ella se redondeaba un trío protagonista femenino de enorme altura.

Los papeles masculinos, mucho menos importantes, estuvieron servidos por Claudio Otelli como Orestes (también algo hierático, pero de presencia imponente) y Josep Ruiz, el habitual en papeles de secundario, aquí como Egisto. De ambos en lo vocal puede decirse simplemente que cumplieron, al igual que del resto del reparto; con todo, hay que destacar las cinco doncellas del principio (Marina Pardo, Claudia Schneider, María José Suárez, Mireia Casas, María José Martos), pues fue una parte que nos pareció excepcionalmente cuidada.


Debido a las limitaciones del foso del Campoamor, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias tocó Elektra con 75 músicos en vez de los más de 100 prescritos por el compositor, pudiendo notarse la diferencia en los momentos más fuertes, aunque en los pasajes líricos apenas se apreciara; una solución de compromiso válida en todo caso, pues la alternativa sería no poder montar la obra. La dirección de su titular, Max Valdés, fue cuanto menos eficiente.

La puesta en escena (producción propia debida a Santiago Palés), dentro de su sencillez y escaso presupuesto, fue eficaz y sirvió bien al drama, todo un ejemplo de lo que se puede hacer con escasos medios. Con algún detalle discutible, por ejemplo el hecho de que Elektra aparece al principio de la obra ya empuñando un hacha, que se supone tenía enterrada; aunque crea un efecto terrorífico, uno se puede preguntar si no llamaría eso la atención de ningún guardián que le quitaría el hacha. También en el lado anecdótico, sin más, puede señalarse que las "antorchas" con las que Elektra ilumina el camino a Egisto sean linternas, o el más pintoresco del gotero con la bolsa de sangre que lleva Clitemnestra para resaltar su mala salud. El decorado consistía en un simple cubículo que representaba el palacio de Clitemnestra, cuya puerta se abría y cerraba cuando algún personaje necesitara entrar o salir; sin embargo, el sabio uso de la iluminación (hay que mencionar a su responsable, José Luis Rodríguez Moreno) sabía crear el ambiente adecuado. También se utilizaron proyecciones de imágenes, entre ellas una huella dactilar de color sangre al final de la representación, con la venganza ya consumada.

En resumen, una producción que ya sólo por el título elegido, tan al margen de lo trillado, merecería nuestro aplauso, y que además de eso alcanzó un nivel mucho más que digno.