Revista mensual de publicación en Internet
Número 56º - Septiembre 2.004


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SEVILLA... ¿ES UN PLACER?

Por Fernando López Vargas-Machuca.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. Ciclo "Es un placer, Sevilla". 2 y 3 de septiembre: Orquesta Filarmónica de Dresde; R. Frühbeck de Burgos, director. Obras de Brahms, Wagner, R. Strauss y Beethoven. 9 de septiembre: Orquesta de Cámara de Praga; M. Rostropovich, violonchelo. Obras de Janáceck, Dvorák, Mozart y Haydn.

Relatamos en otro lugar de este mismo número las vicisitudes que llevaron al Ayuntamiento Hispalense a improvisar en el Teatro de la Maestranza el miniciclo de tres conciertos "Es un placer SEVILLA". Nos toca ahora hacer un comentario sobre los espectáculos propiamente dichos, no sin antes señalar la no muy abundante presencia de público en los dos primeros. Después del esfuerzo y el dinero invertido, debería haberse cuidado un poco más la promoción de estos eventos; si finalmente el público extranjero que iba a venir a la cancelada Carmen no se interesó por escuchar a Frühbeck, bien se hubiera debido captar a los numerosos melómanos sevillanos que habitualmente asisten a los conciertos de abono de la ROSS. En fin, dejémoslo estar.

Ha sido seguramente la presencia de la Filarmónica de Dresde en el V Estío Musical Burgalés lo que ha permitido contar con la presencia de esta formación alemana y del controvertido Frühbeck de Burgos en el breve ciclo sevillano, ofreciendo dos conciertos de repertorio muy tradicional los días 2 y 3 de septiembre: Tercera de Brahms y selecciones de Wagner el jueves, Don Juan, Till Eulenspiegels y Séptima de Beethoven el viernes. Aunque no asistimos al primero, sabemos que dos de las tres propinas ofrecidas cada noche fueron las mismas. ¿Se las imaginan? Pues las eternas del maestro: los intermedios de La boda de Luis Alonso y de Goyescas.

La orquesta alemana se mostró como una espléndida formación típicamente centroeuropea, cuyo sonido puede recordar al de otros conjuntos de la misma tradición, como por ejemplo al bronce (o "madera vieja", en palabra de un experto amigo) de la Staatskapelle de Berlín. No alcanza ni la belleza ni la perfección técnica de su vecina Staatskapelle de Dresde, pero aún así su nivel es alto: para quienes le hemos podido escuchar a Frühbeck el Till con pocos meses de diferencia al frente de la ONE y de esta otra orquesta no tenemos duda al respecto. Por lo demás, hemos encontrado los metales en mejor forma que cuando visitó hace unos años el Villamarta de Jerez, mientras que la cuerda sigue exhibiendo un muy hermoso sonido y en la madera continúa habiendo solistas de auténtico lujo.

Hay tres Frühbecks posibles. Uno es el director genial, el de los portentosos registros discográficos de El Sombrero de tres picos, Noches en los jardines de España, Elías o Carmina Burana; en Sevilla apenas se asomó en la página de Granados. Luego está el Frühbeck tosco y hortera, que hizo inoportuno acto de presencia en la Danza húngara nº 5 de Brahms y en el intermedio de Giménez. Y finalmente está el honrado kapellmeister, concertador de probada eficacia en el repertorio tradicional. Esta última es quizá la auténtica personalidad del maestro, y la que se hizo presente en sus lecturas de Richard Strauss y Beethoven: buenas y ortodoxas versiones, bien trazadas y adecuadas en su lenguaje, al tiempo que un punto gruesas en lo sonoro y carentes de creatividad y de auténtica dimensión poética. Mejor en todo caso los poemas sinfónicos strausianos, algo faltos de fuego y desparpajo pero siempre sólidos y brillantes, que la sinfonía beethoveniana, muy aparente pero superficial.

 

Rostropovich: doble decepción

Han sido ya numerosas las actuaciones del gran músico ruso en Sevilla. De entre ellas siempre le recordaremos el Concierto de Dvorák, las Suites de Bach y, sobre todo, un acongojante y genial War Requiem. Desgraciadamente su retorno se ha convertido para algunos en poco menos que un fraude, ya que su anunciada presencia como "solista y director" -incluso rezaba así en el programa de mano- quedó en la mera intervención en el breve Concierto nº 2 de Haydn, tomando el concertino las riendas de la agrupación en el resto del programa. Por si fuera poco, el de Baku se mostró muy mermado de facultades técnicas. Manifestó, eso por descontado, su asombrosa musicalidad plena de humanismo, como pueden ser también la de un Arrau o un Giulini; en este sentido, la acongojante Sarabanda de la Suite nº 2 bachiana ofrecida como propina alcanzó las más altas cotas de concentración interior, profundidad filosófica y sinceridad expresiva. Pero los dedos le fallaron continuamente, llegando a haber momentos en los que algunos admiradores del artista pasamos vergüenza ajena. Siendo tan grandísimo director (al menos para Tchaikovsky, Prokofiev, Shostakovich y Britten), no parece que le añada gloria a su carrera seguir dedicando esfuerzos al instrumento que le hizo famoso.

Por su parte, la Orquesta de Cámara de Praga es una más que notable formación que exhibió un hermoso sonido, una por lo general muy apreciable limpieza sonora y una plantilla de buenos solistas. Ofreció así sólidas y aseadas versiones de la Suite para orquesta de Janáceck, la Serenata para cuerda de Dvorák y la Sinfonía nº 29 de Mozart. Esta última, interpretada desde un punto de vista ortodoxo y equilibrado, fue convincente dentro de su asepsia e impersonalidad. Las otras dos resultaron escoradas hacia lo blando e incluso lo dulzón: se echaba de menos mayor fuego expresivo, mayor creatividad y mayor sintonía estilística. O sea, se echaba de menos un director. Muchos pensábamos que lo iba a ser Rostropovich. Ingenuos.