Ópera de raza

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

La Dolores. Ópera española en tres actos. Música de Tomás Bretón. Libreto de Tomás Bretón basado en la obra teatral de Feliu y Codina. Elisabete Matos (La Dolores); Cecilia Díaz (Gaspara); Alfredo Portilla (Lázaro); Javier Alonso (Celemín); Ángel Ódena (Melchor); Stefano Palatchi (Rojas); Patricio (Enrique Baquerizo). Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Director musical: Antoni Ros Marbá. Director de escena: José Carlos Plaza. Nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Fundación Autor y la Fundación de la Zarzuela Española. Teatro Real, Madrid, 29 de septiembre a 15 de octubre de 2005.

El Teatro Real mantiene un difícil equilibrio entre los distintos estilos líricos y su programación nunca olvida conceder alguna atención a la ópera española. La temporada que se inicia ha reservado lugar de honor en su pórtico, llevando a escena La Dolores, de Tomás Bretón, expresamente nombrada como “ópera española en tres actos” con cierto acento patriótico. Se trata de un título que, como otros muchos de estirpe indígena, encierra más interés para el curioso musicólogo que para el degustador refinado. No por ello deja de ser una obra inspirada por las mejores musas, y de muy buena factura en su realización armónica e instrumental. La escena que corona espectacularmente el primer acto, con al famosa jota de “La Dolores” es el momento más conocido y brillante de esta ópera española-aragonesa. En ella se resume todo el arte de Bretón, especialmente su capacidad de integrar cabalmente la voz folklórica con el lenguaje académico dentro de un discurrir fluido y grandilocuente. La partitura es excelente: su fastuosidad no pesa sobre un proceder un tanto tópico, pero sabio y refinado a la vez. El punto débil está en el libreto, arreglado por el propio compositor a partir de una obra teatral ajena. Los móviles y afectos de los personajes no quedan claros, y la trama es folletinesca y  confusa. La puesta en escena de José Carlos Plaza ha tratado interpretar y completar ese mundo costumbrista con símbolos que recrean un subtexto que difícil de elucidar. A pesar de su plasticidad, no he acabado de entender la aparición de un bosque de ahorcados sobrevolando la jota, ni la presencia de la mano de gloria, aunque son evidentes alusiones a ha hechicería.  En vez de aclarar la urdimbre del libreto, estos añadidos tienen intenciones supletorias que no llegan a cumplirse. Por lo demás, la puesta en escena es entretenida, con una variada escenografía virtual de Francisco Leal y Enrique Marty, basada en proyecciones de fotos realistas muy bellas e imágenes oníricas, menos acertadas. La presencia de gasas y pantallas que soportan las proyecciones conforma un escenario acústicamente sofocante para las voces, que aún así consiguieron sobreponerse a ese difícil entorno. La orquesta sonó bien bajo las sabias órdenes de Antoni Ros Marbá. Elisabete Matos hizo una Dolores dramática, con voz segura y más luminosa en los agudos que en los graves. El mejicano Alfredo Portilla fue el principal triunfador en su interpretación de Lázaro, el seminarista malogrado por la pasión. Su voz fue la más bella dentro de un reparto de altura en su conjunto.

(Fotografía de Javier del Real)