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MÁS ESTOICOS QUE SÉNECASevilla, Teatro de la Maestranza. 3 de Febrero de 2005.
Monteverdi: L´incoronazione di Poppea. Solistas: Ángeles Blancas (Popea),
Agata Bienkowska (Nerón), Manuela Custer (Octavia), Milena Storti (Otón),
Giovanni Battista Parodi (Séneca), Maria Costanza Nocentini (Drusila),
Ana María Ramos (Arnalta), Enrique Viana (Nodriza), Ruth Rosique
(Fortuna/Venus), Helena Gallardo (Virtud/Palas), David Rubiera (Mercurio/Líctor),
Ermonela Jaho (Amor), Javier Palacios (Liberto), Manuel de Diego (Lucano)
Antonio Torres (Tribuno). l Orquesta Barroca de Sevilla. Dirección
musical y clave: Christophe Rousset. Producción del Teatro Comunale de
Bolonia. Dirección de escena: Graham Vick. Aforo: lleno. Por Bardolfo. Luces y sombras en la primera ópera barroca que el Teatro de la Maestranza propone a su auditorio en lo que podría llamarse su temporada de renovación, por sus intentos de huir de la lírica decimonónica italiana y francesa, hasta ahora dominantes en su programación. No es fácil poner en pie un título como L'incoronazione di Poppea, pieza clave de la ópera barroca, cumbre del arte del parlato, donde la expresividad vocal ha de ir pareja a la contención para evitar los fáciles exhibicionismos que fueron poblando en siglos posteriores al teatro musical y que requiere de todo un plantel de cantantes especializados, lo que aquí se logró sólo a medias: del amplio reparto, sólo la ejemplar Octavia de Manuela Custer, señorial y contenida, quedará para el recuerdo del aficionado, junto con las más breves pinceladas de una límpida Maria Costanza Nocentini como la enamorada Drusila y las breves intervenciones de la hermosa Ruth Rosique, muy curtida en el barroco antes de su debut operístico. Del resto, ni la calante y desafinada Ángeles Blancas, sensual y muy actriz por otra parte, ni la casi invisible Agata Bienkowska como un Nerón si peso vocal ni dramático, ni la plañidera y casi inaudible visión de Otón de Milena Storti, ni el apuesto (y poco más) Séneca de Giovanni Battista Parodi, fueron capaces de responder a las exigencias dramático-musicales del génio de Cremona, en algunos momentos por exceso y la mayor parte por defecto. Olvidémonos de los secundarios, donde escuchamos a Donizetti (Viana), Puccini (Palacios) e incluso Rita Pavone (Ramos, que curiosamente si cantó bien su canción nocturna a Popea en el segundo acto).
Se esperaba con expectación la presentación en el primer (y casi único) coliseo local de la Orquesta Barroca de Sevilla, conjunto que ha venido cosechando notables triunfos en su corta trayectoria artística. Sin que suponga un demérito, he de decir que los antiguos muros de Santa Marina han cobijado veladas mejores de nuestra segunda formación (¿o es la primera?), que en el foso maestrante realizó una buena labor de conjunto que se vio empañada sin embargo por algunas prestaciones solistas, como un laud no excesivamente refinado en su técnica, algo que quizás hay que achacarlo a la no muy matizada dirección del enfant terrible de la interpretación barroca actual, el francés Christophe Rousset, bastante falto de imaginación en su propuesta, demasiado uniforme y desganada, aunque excelente clavecinista por otro lado.
Graham Vick y su excelente dirección escénica han sido sin lugar a dudas los triunfadores de la noche. Ambientando las intrigas que se tejen en torno al repudio de Octavia en la época premussoliniana, con unos pocos elementos de atrezzo y unos fondos que muestran un rojizo foro romano, el director inglés ha definido a la perfección los caracteres del mosaico de criaturas que pueblan la pieza de Monteverdi, logrando hacer del texto el auténtico protagonista, a lo que le han ayudado el precioso vestuario de Paul Brown y la iluminación de Nick Chelton, para redondear una espléndida noche de teatro en estos tiempos donde la calidad está raras veces presente sobre los escenarios. Lástima que el Maestranza, que parece no reparar en fechas ni horarios, hiciese terminar las funciones a la una menos cuarto de la madrugada, algo inconcebible en el gélido febrero, lo que llevó a la aparición de huecos en la platea tras el segundo entreacto. Los que resistimos el tirón, con un estoicismo superior al del filósofo Séneca, disfrutamos, pese a los defectos señalados, de una buena velada teatral.
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