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BUEN BOCCANEGRA
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 5 de marzo de 2005. Verdi: Simon Boccanegra. J. Pons, S. Farnocchia, G. Prestia, A. Portilla, G. Viviani, R. de Andrés, M. de Diego. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Nicola Luisotti, director musical. Pierluigi Pier'Alli, director de escena. Producción del Teatro Carlo Felice de Genova. Por Fernando López Vargas-Machuca. Hay quien dice que el Maestranza debía haber apostado por otro título verdiano antes que por Simon Boccanegra. No estoy de acuerdo: del de Busetto ya se han visto en el teatro sevillano todos sus títulos importantes, y lo mejor de lo que aún no ha sido representado sobre su escenario (pienso en Luisa Miller, Les Vêpres Siciliennes y La forza del destino) es menos interesante que esta infravalorada obra maestra. Otra cosa, claro está, es que cierto sector del "gran público" y no pocos de los presuntos "especialistas" estén más interesados en aplaudir acrobacias vocales que en disfrutar de la rica paleta cromática, la turbia creación de atmósferas y la sutil introspección psicológica que -obviamente en su versión revisada de 1881- nos ofreciera con la inestimable ayuda de Arrigo Boito el anciano y genial compositor, sobre la base dramática de una ridícula historia de Antonio García Gutiérrez y un libreto original más bien desequilibrado de Francesco Maria Piave. El acierto en la elección del título ha venido acompañado de un satisfactorio nivel interpretativo, recuperándose así el Maestranza de un Eugenio Oneguin que ha cosechado algunas de las críticas más negativas de la historia del teatro y de una Incoronazione di Poppea mucho más interesante por la producción escénica de Graham Vick que por su vertiente musical (ambos espectáculos fueron comentados por nuestro colega Bardolfo en las páginas de esta revista). En este Boccanegra sorprendió muy gratamente la batuta del joven y prometedor Nicola Luisotti, quien a despecho de ciertas carencias de estilo extrajo un formidable partido de la Sinfónica de Sevilla -hacía tiempo que no se la escuchaba sonar así de bien- y mantuvo un pulso firme y regular a lo largo de toda la partitura. Buenísimo nivel asimismo el del coro, el cual suena mucho mejor trabajando bajo la dirección de Valentino Metti que en los olvidables tiempos del maestro Vicente la Ferla. Juan Pons ya no está para muchos trotes, pero es un artista de raza y en su Simone, bastante frío y plano durante el prólogo y parte del primer acto, hubo excelente idioma verdiano y excepcionales momentos de calidez y sinceridad; concretamente, la gran escena del Senado y el final de la ópera nos mostraron la altura que el gran barítono mallorquín es capaz de alcanzar cuando está en vena. Le dio excelente réplica Giacomo Prestia (nombre habitual en el Maestranza durante la etapa de Giuseppe Cuccia) en el ambiguo y complicado rol de Fiesco, luciendo no excepcional pero sí fresca materia prima y una notable intencionalidad expresiva, mientras que el jovencísimo y desconocido Gabriele Viviani estuvo soberbio en el breve pero decisivo papel del malvado Paolo. Bastante menos interesante la pareja de enamorados: mientras Alfredo Portilla prestó acentos viriles "a lo Bergonzi" a Gabriele Adorno pero evidenció importantes insuficiencias técnicas, Serena Farnocchia hizo gala de una buena línea de canto que se halla muy limitada por una expresividad más bien alicorta y, sobre todo, por un instrumento vocal insuficiente y de escaso atractivo. La producción escénica de Pierluigi Pier'Alli fue mucho más interesante desde el punto de vista plástico que desde el puramente dramático. Así, fueron hermosas -en exceso oscuras por momentos- sus escenografías, de corte tradicional y muy sugerentes en su utilización de proyecciones digitales. Por contra, se hacían más que evidente la total inexistencia de una dirección de actores (mal en este sentido Pons, y peor aún la soprano) y una detestable tendencia a la cursilería por parte del director, escenógrafo y figurinista florentino, quien en más de un momento nos sorprendió con unas amaneradas y ridículas coreografías en el fondo del escenario. En todo caso, sólido nivel musical e interesante propuesta visual para uno de los títulos más modernos y sugerentes de ese manantial inagotable de imaginación y sabiduría que fue Giuseppe Verdi.
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