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Número 63º - Abril 2.005


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MÁS SABE EL DIABLO...

 Córdoba, Gran Teatro. 10 de Abril de 2005.

Donizetti: Don Pasquale. Solistas: Bruno de Simone (Don Pasquale), Elena de la Merced (Norina), Ismael Jordi (Ernesto), Juan Jesús Rodríguez (Malatesta), Francisco Jesús Pérez Rojas (Notario). Coro de Ópera de Córdoba. Orquesta de Córdoba. Dirección musical: Fabrizio Carminati. Producción del Gran Teatro de Córdoba. Dirección de escena: Francisco López. Aforo: aproximadamente tres cuartos de entrada.

Por Bardolfo. 

        Si Don Pasquale representa como pocas obras el triunfo de la juventud frente a los deseos de la vejez, tema muy recurrente en el teatro lírico (desde El barbero de Sevilla de Rossini a Doña Francisquita de Vives, pasando por el tratamiento más trágico del Ernani de Verdi), bien puede decirse que en esta aparición en el escenario del Gran Teatro de Córdoba el viejo enamorado se ha tomado su particular revancha por la excelente caracterización realizada por el también veterano Bruno de Simone, un ejemplo de la tradición del mejor basso buffo italiano. Un cantante capaz de aunar el canto vertiginoso de su aria de salida con las melancólicas frases legato del dúo con Adina, de muy variado frase y con una excelente proyección de la voz, no demasiado interesante a priori, en los pasajes de conjunto. Hay que sumarle, para redondear su palmarés, la soltura y naturalidad del gesto escénico, que aúna la comicidad con la contención evitando caer en el terreno resbaladizo de la payasada: una gran creación del simpático intérprete de Nápoles, que se manifestaba encantado con la producción a la caída del telón.

Frente a este claro ejemplo del mejor belcantismo cómico el resto del reparto, mucho más joven e íntegramente español, se mantuvo en un nivel poco menos que correcto. Ismael Jordi, que retomaba el rol que marcó su debut operístico, no tuvo su noche: cantando muy fuerte en el primer acto, tuvo frecuentes estrangulamientos en los dos restantes, aunque sus descensos al graves fueron mejores que en ocasiones anteriores; quizás no sea ya papel para una voz que evoluciona con rapidez. Muchos halagos había escuchado referidos a Elena de la Merced, que para mi constituyó una gran decepción: caudal pequeño, emisión muy atrás, agudos metálicos y graves inexistentes, se vio además muy perjudicada por la artificiosidad de su creación escénica, rozando peligrosamente la cursilería. Como Malatesta, la torrencial voz de Juan Jesús Rodríguez y su desenvoltura en las tablas no fueron suficientes para paliar su escasa compenetración con Donizetti, tratado de un modo llamémosle “verista”. Cumplidor y divertido el notario de Francisco Jesús Pérez Rojas. Bien el coro.  

El otro puntal de la función lo constituyó la excelente labor directorial de Fabrizio Carminati al frente de la dúctil Orquesta de Córdoba, con una versión de tempi rápidos pero sin descuidar para nada el fraseo, acompañando bien a los cantantes y dándole a la obra la chispa necesaria: el foso cantaba tanto o más que la escena. La producción de Francisco López, muy rodada, sigue funcionando por su adecuación al espíritu de la commedia dell’arte que subyace en el texto. Ofrecida en repetidas ocasiones (me comentaron que era la cuarta vez) en la capital de la Mezquita , quizás eso explique los numerosos huecos observados en el aforo del Gran Teatro: una pena, porque la creación de De Simone merecía mejor acogida.