Revista mensual de publicación en Internet
Número 64º - Mayo 2.005


Secciones: 

Portada
Archivo
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
Crítica discos
Bandas sonoras
Conciertos
El lector opina
Web del mes
Tablón anuncios
Suscribir
Buscar
 

 

BUTTERFLY EN SEVILLA,
O EL TRIUNFO DEL FOSO

Por Fernando López Vargas-Machuca.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 13 y 14 de mayo de 2005. Puccini: Madama Butterfly. Xiuwei Sun/Rafaella Angeletti (Cio-Cio-San), Aquiles Machado/Dante Alcalá (Pinkerton), Juan Jesús Rodríguez/Ángel Ódena (Sharpless), Enkelejda Shkosa/Elena Belfiore (Suzuki), Eduardo Santamaría (Goro), Maxin Mikhailov (Tío Bonzo), Vicenç Esteve (Yamadori), Silvia Vázquez (Kate Pinkerton), Francisco Santiago (Comisario Imperial), Jesús Becerra (Tío Yakusidé). Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección musical: Carlo Rizzi. Dirección escénica: Giancarlo del Monaco. Producción del Teatro San Carlo de Nápoles.

Esta Butterfly hispalense con doble reparto -circunstancia inusual en el Maestranza- y retrasmisión simultanea en la Sala Manuel García para atender la espectacular demanda de entradas ha supuesto, más que una serie de representaciones realmente satisfactorias, un espectacular triunfo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y de la batuta que en esta ocasión se encargaba de conducirla. Y es que Carlo Rizzi (ya saben, el mismo que fuera hace no mucho rechazado por la Orquesta de Valencia como director titular) ha sido el responsable de una de las mejores prestaciones de foso que se han escuchado en la historia del teatro sevillano. Y no sólo por hacer sonar a la ROSS como hacía mucho tiempo que no sonaba en lo que a perfección técnica, empaste y equilibrio se refiere, sino también por ofrecer un Puccini de todo punto convincente. Le faltó, eso sí, un grado más de inspiración y personalidad para alcanzar la altura de los logros discográficos que ofrecieran algunos genios de la batuta (Barbirolli, Karajan o el injustamente denostado Sinopoli), pero el maestro italiano convenció por su acercamiento a un tiempo intenso y sobrio que no sólo realzaba los portentosos hallazgos de la partitura en lo que a armonía y orquestación se refiere, sino que también borraba de un plumazo cualquier rastro de sensiblería, blandura y hedonismo insincero que pudiera aparecer. Una propuesta realizada mucho antes para servir al compositor que para obtener el aplauso fácil, pues, y que estando magníficamente llevada a cabo merced a la prodigiosa técnica del director y a la inmensa potencialidad de una ROSS que por una vez dio lo mejor de sí misma, convenció plenamente e hizo alcanzar a estas funciones un sólido nivel musical.

Lástima que de esa solidez no se pasara a la genialidad por culpa de unas voces nada bien escogidas. Y es que por mucho que el foso estuviera espléndido, una Butterfly sin Butterfly difícilmente terminará de convencer. Xiuwei Sun posee un instrumento demasiado ligero para el rol, nada cómodo en los extremos de la tesitura y una técnica no muy sólida (fue bastante problemática su entrada en la función del viernes 13 de mayo); eso sí, la soprano china canta con emoción y actúa con cierta naturalidad, no tanto en el primer acto -algo ñoña- como en los dos últimos. Por ello cumplió al menos, cosa que no puede decirse de Rafaella Angeletti. La joven cantante italiana se halla sin duda dotada de una voz mucho más adecuada e interesante, si bien de nuevo con problemas por arriba y por abajo, pero resultó ser una artista de palmaria mediocridad: deficiente actriz e insensible cantante, con ella el rol de Butterfly no se hizo creíble en ningún momento. Su esperado 'Un bel dì', bajo mínimos expresivos y rematado (comentamos la función del sábado 14) con un breve e insatisfactorio agudo. Total, que por una razón o por otra ninguna de las dos Cio-Cio-San congregadas dio la talla.

Sí que hubo Pinkerton: el del segundo reparto. Dante Alcalá no pasará a la historia por la proyección de su voz ni por su personalidad interpretativa, pero al menos posee un instrumento de gran hermosura, canta con mucho estilo y calidez y se cree lo que hace. Porque en el primer reparto el otrora magnífico Aquiles Machado (inolvidable su Hoffman sevillano de hace unos años) volvía a evidenciar problemas técnicos que, ojalá nos equivoquemos, pueden deberse no sólo a la rápida evolución de una voz privilegiada cuya belleza ya no se evidencia en todo momento. En todo caso, y salvando las desigualdades, cantó con entrega e hizo todo lo que pudo para sortear su inadecuación física para encarnar al despreciable marino estadounidense. Los comprimarios sí que convencieron bastante más en el primer reparto: a pesar de su tosquedad expresiva Juan Jesús Rodríguez, dotado de una poderosa y rotunda voz, hizo un Sharpless bastante mejor cantado y mucho más creíble que el del otras veces admirable Ángel Ódena, que parece prematuramente envejecido, mientras que la Suzuki de Enkelejda Shkosa, no muy italiana pero vocalmente opulenta, fue más interesante que la de Elena Belfiore, artista muy voluntariosa y centrada pero cantante aún verde: desde la estupenda localidad que el Maestranza tuvo la gentileza de facilitarnos no era fácil escucharla. Fue magnífico el Goro de Eduardo Santamaría, tanto en lo vocal como en el plano escénico, mientras que en el resto de los papeles hubo cantantes correctos, malos y horrendos. El que estuvo espléndido fue el coro, muy bien aleccionado por su director Valentino Metti y el citado Rizzi.

La producción de Giancarlo del Monaco no alcanza ni mucho menos los niveles de genialidad de sus Cuentos de Hoffmann (precisamente los que cantara aquí Machado), pero está resuelta con gran soltura -perfectos los movimientos del coro- y analiza con gran acierto el carácter de cada uno de los personajes, evitando casi siempre caer en los tópicos tan peligrosos en este título. Por desgracia fue insuficiente la escenografía de Michael Scott, y no sólo por su escasa belleza, sino quizá también por fracasar en su búsqueda de un punto de equilibrio entre el respeto a las convenciones y una visión personal mucho menos colorista, más esencial y al mismo tiempo más digamos "siniestro". En todo caso, la muy apreciable dirección escénica del hijo del afamado tenor y la espléndida batuta de Rizzi galvanizaron los resultados de esta Butterfly que, de haber contado con una soprano convincente, podía haber alcanzado mucho más que esta sólida corrección. ¿Conclusiones de cara al futuro? Pues que el Maestranza debe volver a prestar atención a la elección de los elencos, aspecto muy descuidado también en las otras producciones (Onegin, Poppea y Boccanegra) de la presente temporada. Y que debería contratar a Carlo Rizzi para las nueve o diez próximas. Por lo menos.