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EL MISTERIOSO PIANO MAN, ¿UN QUIJOTE DE NUESTRO TIEMPO? Por Ernesto Oviedo Armentia. Musicólogo y diplomado en Educ. Musical (Soria).
A estas alturas de la vida uno no sabe qué pensar; me refiero al peculiar caso del piano man como así ha sido bautizado por los medios de comunicación. Se trata del hombre que apareció el 7 de abril en una playa de Minster (condado de Kent al sureste de Inglaterra) y del que nadie sabe de donde ha venido, ni como se llama, ni nada de nada... quizás sea fantasía o promoción de una nueva película de Hollywood o quizás sea un hecho real. Y es que se me ocurre que –a lo mejor– todos los músicos tenemos un poco de piano man dentro de nosotros, y si no por ejemplo, fíjense en la perfección que nos pide la sociedad cuando interpretamos un concierto. El público demanda una corrección impecable, tanto en la forma como en el fondo, a la hora en que un intérprete debe actuar dentro de un auditorio, incluso se espera de ese concierto que sea una réplica casi exacta del cedé que están acostumbrados a escuchar en el salón de su casa en un equipo de alta fidelidad, máxime cuando además se paga una entrada de 18 € para “ver” a una sinfónica, quizás este sea el precio que tenemos que pagar en una sociedad de información cada vez más tecnológica. También me refiero a esa cima musical que todos los músicos buscamos tras muchas horas de estudio dedicados a encontrar el perfeccionismo en la ejecución sonora de una determinada obra, sobre todo cuando estamos preparando un concurso, una oposición, una audición o un concierto y que sólo nos lleva a acumular un gran estrés. ¿Quién no ha tenido miedo ante una actuación musical importante, esa sensación de que uno se pone a prueba o mejor – que a uno le ponen a prueba – esperando los demás algo que nosotros pensamos que no somos capaces totalmente de ofrecer? Años y años de preparación y de estudios musicales – toda una vida – para al final obtener, cuando se termina el grado superior de conservatorio, un título equivalente al de una licenciatura en una universidad, una profesión en la que uno trata de aprender constantemente y en la que el grado de exigencia personal debe de ser muy alto para poder obtener un reconocimiento social de nuestro trabajo. A veces todo esto se convierte en una obsesión por llegar a ser un buen intérprete del instrumento que ejecutamos. A veces olvidamos que la música nos permite transmitir sentimientos, ideas, emociones, pasiones, sensibilidad. La música es un arte con mayúsculas y a veces este arte se profana moralmente si nuestra interpretación se limita únicamente a ser una copia de una interpretación magistral de un gran intérprete. La música escrita en un pentagrama está muerta sin embargo cada vez que se interpreta vuelve a nacer y a tener vida propia, por tanto de nuestras manos depende que esa música vuelva a revivir con dignidad y a decir y transmitir otra vez sentimientos. Es una gran responsabilidad la que tenemos como intérpretes-mediadores entre la “obra” y el público, pero tampoco hay que olvidar que es obligación de los intérpretes expresar su propio punto de vista interpretativo de la obra, al fin y al cabo somos los representantes del compositor en el momento en que ejecutamos su obra. En la vida profesional de los músicos casi todo son exigencias y búsqueda de perfección, y es que en una sociedad como la nuestra, en la que tenemos posibilidad de acceder a través de grabaciones a las versiones maestras de los grandes compositores ejecutadas por grandes intérpretes como Daniel Barenboim, Alfred Brendel, Esteban Sánchez –sólo por citar unos pocos –, cada vez se nos pone más difícil a los intérpretes de a pié realizar una ejecución más o menos digna de las circunstancias de un concierto. Trabajo con muchos músicos, unos profesionales y otros no tanto, unos de alto caché y otros de salto de mata que se buscan la vida para mal sobrevivir. Todos, desde mi punto de vista son igual de músicos profesionales, al fin y al cabo todos tratan de llegar a fin de mes de la manera más digna posible haciendo lo que más les gusta, unos más elegantemente y otros tal como se les presentan las circunstancias. Y es que este piano man amnésico desconocido, que ha sido encontrado recientemente en una playa británica, ha tardado mucho tiempo en aparecer y quizás podría haber sido hasta uno de los muchos músicos que conozco, fruto de la exigencia del perfeccionismo que nos pide esta profesión. Se me ocurre pensar que a lo mejor mañana, a las orillas del río Duero a su paso por la ciudad de Soria, pueda aparecer otro piano man reivindicando la profesión de músico, quizás hasta pueda ser el que suscribe este artículo.
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