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Un piano de azúcar Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum.
Recital de Krystian Zimerman. Obras de Mozart, Ravel y Chopin. Ciclo de Grandes Intérpretes. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 30 de mayo de 2005. Podemos confirmar, una vez más, que el sonido de Krystian Zimerman al piano es el más dulce que se pueda imaginar: quedó de manifiesto desde el principio de su recital, con una versión almibarada, fantástica y rococó de la Sonata núm. 10, en do mayor, K. 330, de Wolfgang Amadeus Mozart. El programa parecía sobre el papel un tanto convencional, pero las versiones fueron todas extraordinariamente sorprendentes, sin faltar al rigor ni a la más alta calidad. Con los Valses nobles y sentimentales de Maurice Ravel, el intérprete desplegó sus más brillantes artificios, sin mermar, en ningún momento de toda la escala dinámica, el calor de rica su sonoridad. Pero lo mejor estaba por venir, y llegó con Chopin, con la Balada núm. 4, anticipo de una segunda parte dedicada a su compatriota compositor. Es con Chopin, con quien Zimerman consigue la máxima unión entre el tenaz esteticismo sonoro y la hondura espiritual, donde el melodismo y la tímbrica se resuelven en un solo gesto. Su versión de la Sonata núm. 2, en si bemol mayor, op. 35 de Chopin fue antológica por su profundidad y sutileza. El rubato lógico y bien entendido produjo momentos de un escalofriante suspense, las sonoridades fueron como rayos de sol entre nubes y todos los movimientos se sucedieron dentro de un solo y fantástico impulso. Fue extraordinario comprobar como Krystian Zimerman se desenvolvió, con rigor a la par que inconformismo, dentro de un programa académico y sin gran riesgo, en el que no esperábamos las gratas sorpresas que nos ofreció. Estuvo cautivador. FOTO: Susech Bayat/DG
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