|
D'ARTAGNAN Y LOS TRES
MOSQUETEROS
Por
Rubén Flórez
Bande
"Uno
para todos, y todos para uno" era el grito de estos Mosqueteros de la
guardia del rey Luis XIII de Francia. Y esa es la conclusión a la que yo
llego tras escuchar este disco.
D´Artagnan:
Boulez sigue, por segunda vez en muchos casos, volviendo al mundo
bartokiano, donde vemos que últimamente se encuentra muy a gusto, y con
unos resultados muchas veces envidiables, superiores casi siempre (por no
decir siempre) a sus primeras lecturas para CBS/SONY. Ahora en DG, con las
orquestas que él quiere, y los interpretes que él elige, redondea el que
quizá sea "el Bartók de nuestros días"
Le llega el turno a los Conciertos para piano. En su origen, iban
a ser los tres interpretados por Krystian Zimerman, o eso se había
anunciado en su día. Pero, conociendo al divo como se le conoce, poco hay
que creerse hasta que no se vea; en este caso, hasta que no se escuche.
Pues bien, Zimerman no pasó de grabar el Primer Concierto, los
siguientes son interpretados por Leif Ove Andsnes (2º), cedido
por la EMI, y Hélène Grimaud (3º), la nueva estrella de la casa.
Y dados los resultados, vuelvo a reafirmarme, en que este sea quizá "el
Bartók de nuestros días".
Boulez ya había grabado para EMI, en 1969, junto con Daniel Barenboim, y
la New Philharmonia, los Conciertos Primero y Tercero, dejando
fuera el Segundo, ya que el pianista argentino no se veía (y
sigue sin verse) capacitado para interpretarlo (en su día lo justificó
diciendo que sus manos no conseguían abarcar la extensión de muchos de los
acordes del Concierto). Obviando la labor del joven pianista, en esta
ocasión más perdido que un pulpo en un garaje (en ambos Conciertos) cabría
destacar la ya madura recreación que hace Boulez, que en relación con el
reciente registro nos permite ver que después de más de 30 años sigue
manteniendo sus criterios sin inmutarlos. Quizá esté hoy más pendiente de
la tímbrica orquestal, o de cierto mimo o displicencia hacia los solistas.
Pero el criterio sigue siendo el mismo.
Es la suya una lectura cuidadosa en la forma, pocas libertades se permite
el director francés, rubato nulo, excesos "nacionalistas" nulos, a no ser
los propiamente escritos, atención al detalle escrupuloso, fuera las
medias tintas y las sofisticaciones. Para muchos puede que suene demasiado
"explícito", si uno recurre a la "escuela húngara" de directores, véase
Solti, Fricsay... que al lado de Boulez, quizá tengan algo más de "raza",
o de pasión (no siempre bien medida) pero que despreocupan, a mi modo de
ver, ese lado formal, esa forma, que siempre cuidó Bartók.
Porthos:
En el Primer Concierto destaca la rotundidad casi obsesiva que le
da Boulez, incluso en el Andante (sin ser explícita) se intuye esa
sensación de rotundidad, de que algo ominoso ahí dentro va a suceder. A
eso también ayuda, en esta ocasión, el piano siempre "inesperado" de
Zimerman, uno no sabe lo que le espera a la vuelta de compás, siempre
manteniendo esa tensión, en muchas ocasiones agobiante. La respuesta
orquestal, de primera fila, donde los metales y percusión de Chicago lo
dan todo de sí. En ocasiones, Zimerman participa de esa arrogancia
orquestal, utilizando su piano como un verdadero instrumento percutido, no
como hiciera Barenboim también con Boulez, que sólo se limita a "meter
ruido"; Zimerman participa de esa "coherencia" orquestal. En cierto modo,
es la misma sensación que uno percibe al escuchar la grabación de Pollini
con Abbado y la misma orquesta (también DG), una homogeneidad
orquesta/solista a la misma altura. Boulez no sepulta al pianista, todo lo
contrario, lo integra. Para los que tenemos "asociado" a Zimerman a otro
repertorio, nos choca escucharle aquí, con esa agresividad casi obscena,
pero que sin duda impresiona, y marca su propio estilo. Un detalle que me
llamó la atención, y que no he escuchado en otras versiones, es lo que
sucede en el Andante, y que luego sucederá en el Adagio-Presto-Adagio del
Segundo Concierto, y es esa "sensación debussística" (si me
permiten el término) que se percibe, ese toque de nocturno orquestal,
muchas veces, ese cuidado de la tímbrica, y sobre todo en la cuerda, me
trajo a la memoria las Fêtes de Debussy. ¿Una licencia de Boulez?
¿Un guiño?
Athos:
En el Segundo Concierto ocurre casi lo mismo. No creo que sea un
despropósito, a estas alturas comparar de igual a igual, técnicamente, a
Zimerman con Andsnes; si es un despropósito, que creo que no, espero me
perdonen. No creo que el pianista noruego tenga que envidiarle
técnicamente nada al polaco. Otra cosa es interpretativamente. Andsnes
participa de nuevo en esa rotundidad del Primer Concierto, pero
quizá más comedida, más "redonda" En este caso la compañera es la
Filarmónica de Berlín, mucho más empastada (sobre todo los metales y
maderas) que Chicago, pero de una brillantez envidiable. Andsnes aborda el
Concierto como una obra stravinskiana, no carga las tintas en ese sonido
bartokiano, misterioso si se quiere, opresivo, quizá sea más
despreocupado. Más pendiente de lo expresivo, sobre todo en el primer y
tercer movimiento, que meditado. No quiero decir con esto que sea la suya
una lectura frívola, no. Sino que algo más de implicación "emocional" (si
se quiere) no le habría venido mal. El segundo movimiento es lo más
conseguido, aquí el pianista extrae con sumo cuidado todo el poder
tímbrico de su instrumento. Boulez juega con las dinámicas que es un
primor (no se asusten del bombo al comienzo, por ejemplo) mantiene esa
idea de rotundidad, aquí no vale andarse con medias tintas.
Aramis:
El Tercer Concierto difiere bastante de los dos anteriores. Más
intimista que "expresionista", más melódico que rítmico, más sosegado que
impetuoso, más comedido que expeditivo. Boulez, al igual que hiciera en su
anterior registro (y aquí más) saca ese lado "íntimo" de la obra. Aquí no
vale sorprender, hay que convencer. Y para muestra un botón. En el "Adagio
religioso" hay que escuchar cómo modula la cuerda de la Sinfónica de
Londres, donde les extrae ese sonido aterciopelado, casi mimoso. Uno se
sorprende que sea Boulez el que dirige (para que después se metan con su
"frialdad"), todo un dominio técnico y expresivo, que a mí me ha dejado
con la boca abierta. No suena "religioso", suena "personal", hay que
escucharlo. En este caso, la parte del piano le toca a la Grimaud, que
participa de ese aire sosegado que le imprime Boulez. Quizá sea el suyo un
piano demasiado "sensual" (evito la palabra romántico) en el que se la
nota incómoda en las partes "hirientes", que las hay, pero que en cambio
disfruta del lado melódico que es el que más abunda. Boulez la mima bien
en esas partes melódicas, pero él no se amedrenta cuando hay que darlo
todo. Quizá ahí sí se quede algo corta la Grimaud. La orquesta, una de las
más dúctiles del mundo, quizá no posea la "contundencia" de las otras dos,
pero se adapta bien, a las ideas "camaleónicas" del director francés. En
este caso, la sencillez.
En resumen, un disco disfrutable del principio a fin. Apto para todos los
públicos, con una selección de orquestas y pianistas bastante coherente, y
donde el nexo de unión entre ellos y Bartók es un "joven" de 80 años
Boulez, quien lo diría...
REFERENCIAS:
BARTOK: Conciertos para piano nºs 1, 2 y 3
(nº 1) Piano: Krystian Zimerman. Orquesta Sinfónica de Chicago
(nº 2) Piano: Leif Ove Andsnes. Orquesta Filarmónica de Berlín
(nº 3) Piano: Hélène Grimaud. Orquesta Sinfónica de Londres
Director: Pierre Boulez.
DG 477 533-0
|