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BRITTEN Y GIULINI:
GUERRA, MÚSICA, HUMANIDAD (WAR REQUIEM)
Por
Daniel Pérez Navarro. Profesión:
Médico.
No
es Carlo Maria Giulini un director que el melómano asocie con los
compositores de su tiempo. Estrenó obras de Mario Zafred, Giorgio Federico
Ghedini, Boris Blacher, Gottfried von Einem, Ezra Ladermann y Goffredo
Petrassi (Ottavo Concerto, quizás su estreno más relevante). Algunos de
los estrenos corresponden a sus primeros años como director. Inmerso en la
tradición, su repertorio como intérprete va, como bien conoce el
aficionado, de Mozart a Ravel, incluyendo a Beethoven, Schubert, Brahms,
Rossini, Verdi, Bruckner o Mahler entre otros. Interpretaciones como Il
Trionfo dell’onore (1718) de A. Scarlatti son una anécdota, como los
estrenos mencionados de autores contemporáneos, en un maestro que vertebró
su repertorio principalmente en la tradición clásico-romántica. Dentro de
su biografía musical hay, sin embargo, un punto que brilla con luz propia:
el encuentro y amistad con el compositor inglés Benjamin Britten
(1913-1976).
War Requiem. Britten quiso que la obra que iba a conmemorar en 1962 la
reconstrucción de la catedral de Coventry, bombardeada durante la Segunda
Guerra Mundial, fuese de reconciliación. Estaba prevista la participación
de un barítono alemán (Dietrich Fischer-Dieskau), una soprano rusa (Galina
Vishnevskaya, que finalmente no lo hizo, al negarle las autoridades
soviéticas el permiso para ello) y un tenor inglés (naturalmente, Peter
Pears) como solistas. Lo que quizás no sea tan conocido es que se barajó
la posibilidad de que Giulini fuese el director del estreno,
responsabilidad que finalmente recayó en Meredith Davies, reservándose
Britten la dirección de la orquesta de cámara requerida.
En los años posteriores el War Requiem será dirigido por Colin Davis,
Wolfgang Sawallisch, Bernard Haitink (responsable del estreno en Alemania,
1962), István Kertézs (estreno en Viena, 1964) y Ernest Ansermet (estreno
en Suiza, 1965). Habrá que esperar hasta 1968 para que el maestro Giulini
y Britten se encuentren, durante el Festival de Edimburgo, con el trío de
solistas inicialmente previsto (Fischer-Dieskau, Pears y, esta vez sí,
Vishnevskaya), la orquesta New Philharmonia y el conjunto de cámara Melos
Ensemble, dirigido por el propio Britten.
Un año después, en 1969, Britten y Giulini volvieron a reunirse en el
Royal Albert Hall de Londres para interpretar de nuevo el War Requiem.
Stefania Woytowicz sustituyó a Vishnevskaya y Hans Wilbrink sustituyó a
Fischer-Dieskau, repitiendo el infatigable Pears, la orquesta New
Philharmonia y el Melos Ensemble, de nuevo dirigido por Britten. En el
concierto, afortunadamente, estuvo presente la BBC. El registro del 6 de
abril sería comercializado dentro de la colección de grabaciones
radiofónicas BBC Legends (BBC Music Productions) en el año 2000. También
existe una grabación televisiva, en blanco y negro, de estos conciertos en
el Royal Albert Hall.
¿Por qué el War Requiem sí, podría ser la pregunta, en un director que
apenas dirigió música de su tiempo? La respuesta tal vez esté en la propia
música. Entre el texto latino del réquiem, interpretado por la soprano, el
coro mixto y la orquesta sinfónica, Britten intercala nueve secuencias
para tenor, barítono y orquesta de cámara, poemas ingleses de Wilfred
Owen, soldado que explotó como poeta de guerra durante la Primera Guerra
Mundial y fallecería en los últimos días de contienda. La música compuesta
por Britten no es sencilla, pero busca al oyente abiertamente. La
comunicabilidad de texto y música con el oyente es la prioridad, que
establece desde el mismo comienzo un compromiso ético, más acentuado en
los pasajes en los que se cantan los poemas de Owen, más conforme van
transcurriendo las secuencias de la misa de difuntos, más cuando se
escucha el etéreo coro de niños y el órgano, tercer escalón de una misa
fracturada, más que consuelo evidencia de una violada inocencia. Giulini
asumió el compromiso ético del War Requiem. Su interpretación quedó
registrada como modelo inalcanzado de espiritualidad, musicalidad y
decencia.
El escritor Ernst Jünger participaría también como soldado en la Primera
Guerra Mundial (también en la Segunda), en el bando contrario al de
Wilfred Owen. Tempestades de acero y Radiaciones serán respectivos
testimonios autobiográficos del escritor alemán de ambas guerras. Alistado
voluntariamente el primer día de contienda del primero de los conflictos
bélicos, inició otro legado al margen de los diarios, menos conocido, una
gran colección de fotografías, reflejo de un dolor que podría compararse
al impacto de las estampas Los Desastres de la Guerra de Goya. Owen
y Jünger, accidentales enemigos, reflejarían el horror de la guerra, el
testimonio más incontrovertible de la desigualdad de la vida, Jünger
dixit, y de esa guerra: de ejércitos de masas triturados por una
eficacísima técnica, de enemigos invisibles destruidos desde la distancia,
de la propaganda como arma desproporcionada y manipuladora, de la
multiplicación exponencial del horror.
La pátina de romanticismo que pudiera
quedar de las hazañas bélicas cae conforme se multiplican los testimonios
de los participantes. El falso humanitarismo de una civilización que
declara luchar por el bien de la civilización y del progreso es una
máscara. Todo ello se puede fotografiar, recordar en memorias, en poemas,
en música.Benjamin Britten, pacifista, objetor de conciencia (en unos años
y un lugar en los que serlo era una lacra), expresó sus ideas
antibelicistas de forma explícita en varias de sus obras, como en la
Sinfonia da Requiem de 1941, la breve Children’s Crusade de 1969, el
mencionado War Requiem o en Owen Wingrave, su penúltima ópera, de 1971. La
mayor bofetada del pacifismo activo que practicó, fue precisamente su misa
de réquiem: efectivos repartidos en tres niveles, tres mundos paralelos
que chocan, se contradicen, de distinta expresividad musical (más radical
y “moderna” la orquesta de cámara y los dos solistas masculinos que cantan
las estrofas de guerra; la disociación se repetirá en Owen Wingrave: los
personajes negativos pro belicistas se expresarán próximos al serialismo),
con diferenciadas plantillas instrumentales y vocales, separados incluso
por la lengua que cantan. Coincidirán en un dramático final, tras la
brutal explosión del Libera Me, en una superposición desesperanzada de
elementos: el coro infantil, el coro mixto, la orquesta y la soprano
entonan “Requiescant in pace. Amen”. Los dos soldados se despiden con un
melancólico “Let us sleep now”. Si quedara alguna duda, Britten la
despeja: entre los últimos versos de Wilfred Owen, cantados por el
barítono, encontramos “The pity of war, the pity war distilled. /
Now men will go content with what we spoiled” y su despedida del otro
soldado: “I am the enemy you killed, my friend. / I knew you in this dark
…”.
El primer día de grabación en unos estudios de Roma, en 1954, no satisfizo
a Giulini. Todo estaba en su sitio. No había notas falsas. Sin embargo le
pareció que faltaba algo. Faltaba lo esencial: acababa de grabar un
cadáver. Aquel día, según contó, aprendió que al dirigir música “la
primera cosa más importante, antes que la perfección, es la vida“. Esos
serían su santo y seña, los rasgos que definirían su manera de hacer
música: la militancia contra el sinsentido de un mundo deshumanizado, el
distanciamiento de la música como mercancía, producida con rapidez,
automatismo, brillo y sin responsabilidad. La música como profunda
necesidad frente a los temblores de su siglo (sociales, económicos,
políticos, morales) y la aversión de convertir ésta en refugio ilusorio.
El descreimiento, la miseria material, la inautenticidad del arte: todo
vale, porque nada vale. No es así extraño que las interpretaciones de
algunas de las grandes páginas religiosas sinfónico-corales por Giulini
destaquen por su autenticidad (y no me refiero a historicismos) entre el
vendaval de grabaciones del mercado discográfico: Missa Solemnis de
Beethoven, Stabat Mater de Rossini, Misa en si menor de Bach, Requiem de
Mozart, Ein Deutsches Requiem de Brahms, Cuatro Piezas sacras y Requiem de
Verdi, Requiem de Fauré. Y War Requiem de Britten, naturalmente.
Han quedado las toses del Royal Albert Hall, una toma radiofónica que no
puede competir con la técnica de estudio de Decca en la grabación del
propio autor, las deficiencias de unas cintas que no se conservaron en
condiciones óptimas. A pesar de estos inconvenientes, la grabación es
suficientemente buena en lo técnico. En cuanto a lo primero, la música,
Giulini dio ese salto de más, el último paso que transforma lo bueno en
excepcional documento vivo.Todo alrededor del concierto despide el olor de
las ocasiones especiales. Peter Pears canta/interpreta/acompaña como sólo
él sabía las partes de tenor de su compañero. La presencia de Woytowicz en
lugar de Vishnevskaya no es un inconveniente. La soprano polaca interpretó
a menudo en concierto el War Requiem y contó con las bendiciones de
Britten. El dramatismo que despliega en el Sanctus, pasaje diseñado por el
compositor pensando en Vishnevskaya, no tiene nada que envidiar al de la
rusa. Lo mismo puede decirse de Wilbrink, que, al igual que Woytowicz,
parte con la única desventaja de su nombre, desprovisto de la aureola de
mito que tiene el de Fischer-Dieskau.
Las fotografías que detienen el tiempo en la miseria de la guerra
recuperan la memoria del hombre, que tiende a olvidar con facilidad lo
superado. Lo enfrentan también con su presente. Giulini hace del War
Requiem lo que debe ser: algo más que notas musicales.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:
* Britten: War Requiem. Woytowicz, Pears, Wilbrink; Melos Ensemble,
Britten; Wandsworth School Boys’ Choir; New Philharmonia Chorus and
Orchestra; Carlo Maria Giulini. Artículo de Philip Reed. BBC Legends (BBCL
4046-2)
* War Requiem de Benjamin Britten: Música para pensar la paz. Mario Arkus,
Filomúsica, nº 40, mayo de 2003.
* Carlo Maria Giulini a los 90. Entrevista de Roberto Andrade para el
boletín de música Diverdi.
* Ernst Jünger: Guerra, técnica y tofografía. Universitat de
València,2002.
Fotografías: Thyzzar
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