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Opulencia visual en el Real Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum.
Don Carlo (ópera en cuatro actos). Música de Giuseppe Verdi. Libreto de Joseph Méry Camilla du Locle basado en Schiller. Segundo reparto: Giacomo Prestia (Filippo II); Walter Fraccaro (Don Carlo); Simon Keenlyside (Marqués de Posa); Askar Abdrazakov (Gran Inquisidor); Joseph Miquel Robot (un fraile); Olga Guryakova (Elisabetta de Valois); Carolyn Sebron (Pincesa de Éboli); Fabiola Masino (Tebaldo); Marisa González (Condesa de Aremberg); Miguel Borrallo (Lerma); Ángel Rodríguez (Heraldo Real); Susana Cordón (Voz del cielo). Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena, escenógrafo y figurinista: Hugo de Ana. Director del coro: Jordi Casas. Coreógrafa: Leda Lojodice. Iluminador: Sergio Rossi. Producción del Teatro Real, el Teatro Carlo Felice de Génova y el Teatro Regio de Turín. Teatro Real de Madrid, 29 de mayo a 17 de junio de 2005. La escenografía moderna está en función de la narración, aunque en otros tiempos fuera protagonista central de los espectáculos. En el montaje de Don Carlo dirigido por Hugo de Ana, que también ha diseñado la escenografía y los figurines, los decorados fueron el elemento principal. Solo ellos consiguieron arrancar algunos aplausos espontáneos y calurosos al respetable, cosa que no lograron los demás agentes del espectáculo. Los cantantes del segundo reparto se defendieron, sin ser brillantes, y no despertaron gran entusiasmo, salvo Simon Keenlyside como Rodrigo, marqués de Posa. La señora Guryakova hizo una solvente recreación de Elisabetta de Valois y el señor Prestia mostró un bello timbre de voz en su papel del rey Felipe II, aunque fuera frío en la interpretación. En la parte musical estuvieron mejor el coro y la orquesta, con el maestro López Cobos al frente, sin abandonar en ningún momento un servicial segundo plano. Aún queda recuerdo cercano de su magnífica intervención en Die Frau ohne Schatten. El maestro dio a su versión un aire fluido y ligero, tal vez con la saludable intención de restar grandilocuencia y espesura, tanto a la obra, que es todo muy dramática, como al montaje de Hugo de Ana. La escenografía triunfó por su opulencia, con el inestimable auxilio de un vestuario suntuoso y una adecuada iluminación. Hugo de Ana Tiene un profundo sentido de la plástica teatral y es, ante todo, un fantástico escenógrafo. Eso es lo que el público menos refinado espera encontrar en un teatro de ópera, atendiendo a los tópicos más extendidos y no tan ciertos, por lo general, aunque aquí se vieran corroborados. Los movimientos escénicos no estuvieron a la altura, ni tampoco la interpretación dramática, un tanto impedida por el lujo, la saturación del espacio y la pesadez de los ropajes. Las intervenciones de los bailarines fueron la nota de mayor frescura. Dentro de su fascinante efectismo, la puesta en escena no dejó de ser convencional, pero gustó mucho, y eso basta para justificar la reposición que, sin serlo plenamente, apunta hacia la formación de un repertorio en nuestro coliseo, porque el montaje se deja ver y asombra. (Fotografía de Javier del Real)
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