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MÁS "GRANDES DIRECTORES DEL SIGLO
XX"
Por
Angel Riego
Cue. Lee su
Curriculum.
Dentro de la serie
que EMI dedica a los "Grandes Directores del siglo XX" debíamos a nuestros
lectores la crítica de este lanzamiento, que es ya el penúltimo, pues
detrás de él ha aparecido otro con grabaciones de Furtwängler, Celibidache
o Karajan, entre otros. En lo que sigue, examinaremos los álbumes
siguiendo un orden cronológico, de más antiguo a más moderno.
Felix Weingartner (1863-1942) es un nombre que ha pasado a la historia de
la música, no sólo de la interpretación. Uno de los últimos discípulos de
Liszt, a quien conoció en 1882, trabajó también con Brahms, y sus
interpretaciones de esos autores parecen difícilmente objetables, al haber
bebido en las fuentes más directas. Pero, sobre todo, hoy recordamos a
Weingartner como el primero que luchó contra la tradición wagneriana de la
dirección de orquesta, publicando a finales del siglo XIX un famoso libro
sobre cómo dirigir las sinfonías de Beethoven donde defendía el regreso a
las indicaciones metronómicas originales del compositor, frente a la
herencia wagneriana de hacerlas más lentas, y con una dinámica más
contundente.
El álbum que nos ofrece EMI, interpretado por orquestas como la Sinfónica
y Filarmónica de Londres, la del Conservatorio de París, y la Filarmónica
de Viena, está formado por grabaciones de su última época (todas son de
1938-40, excepto la Obertura de Las criaturas de Prometeo de
Beethoven, que es de 1936) y por tanto el sonido es lo más digno dentro de
lo posible. Además, resume bastante bien los autores que formaban el
repertorio de Weingartner, comenzando por Beethoven, de quien fue el
primero en grabar un ciclo completo de sus sinfonías (aunque hay algún
ciclo anterior hecho entre varios directores), incluso repitiendo alguna
varias veces. Encontramos aquí la Sinfonía nº 2 y la mencionada
Obertura de Las criaturas de Prometeo; se trata de un Beethoven
elegantísmo, de una elegancia que nos resulta ya "de otra época", de una
época en la que aún existía el Imperio Austrohúngaro; de una levedad
sonora que contrasta con el dramatismo de la escuela wagneriana
(Furtwängler, por ejemplo) y nos trae a la memoria a los Kleiber.
También es elegante y para los gustos actuales pecaría de poco profundo el
Mozart de la Sinfonía nº 39 (la única que grabó Weingartner, y
nada menos que tres veces, de las cuales por supuesto se incluye aquí la
última). Nada que ver con la profundidad de un Bruno Walter, el Mozart que
escuchamos aquí pertenece a una época feliz que aún no había conocido el
Holocausto ni la bomba atómica. Como también la orquestación del propio
Weingartner de la Invitación a la Danza de Weber suena más
intrascendente y menos recargada que la más conocida de Berlioz, y es por
tanto más adecuada para servir de música de baile.
Weingartner fue un campeón de la música de Berlioz, pero sólo ha dejado
dos grabaciones de la misma, la Marcha Troyana que aquí se
incluye (que, a pesar del tempo ligero, no deja de sonar a Wagner) y una
"Fantástica" muy anterior, de 1925. En cambio su Wagner no nos
suena al Wagner al que estamos acostumbrados: la Obertura de Rienzi
es ligera, "mendelssohniana", poco recargada para los oídos actuales, y el
Idilio de Sigfrido necesitaría algo más de sosiego para dar todo
su contenido poético, en lugar de un tempo tan veloz, aunque tiene
delicadeza.
Quedan las interpretaciones de los autores a los que Weingartner trató en
persona: Brahms, de quien grabó las 4 sinfonías (y la Primera
tres veces), editadas en su día en compacto por EMI junto a la
Obertura Académica y las Variaciones Haydn, ciclo del cual
aquí se incluye la Tercera; y Liszt, de quien grabó los dos
conciertos para piano con otro discípulo del compositor, Emil von Sauer,
además de las dos obras que aquí se incluyen, pertenecientes a las últimas
sesiones de grabación de su vida (Londres, febrero de 1940): Los
Preludios y el Vals Mefisto nº 1. La sinfonía de Brahms es
también de tempo ligero, delicado, nunca "carga las tintas" pero consigue
pese a ello el sabor otoñal típicamente brahmsiano, con un "Poco
Allegretto" muy sentido pese a ir tan rápido. Y las obras de Liszt son
plenamente "idiomáticas": el Vals Mefisto posee aliento épico al
comienzo y lirismo en los pasajes donde se requiere, y en Los
Preludios quizá hoy día prefiramos otras versiones más grandiosas
(Furtwängler o Knappertsbusch), pues el tema principal y el pasaje de
"tormenta" pueden quedar algo apresurados o las partes líricas (tema del
"amor") algo nerviosas; con todo el tono elegíaco está bien conseguido, la
reaparición del tema principal también está lograda, y el "idioma
lisztiano" de esta versión aún consigue que se la haya de citar entre las
grandes.
En resumen, un álbum muy interesante para entender la trayectoria de un
director fundamental, y que por su interés histórico se recomienda por sí
solo, al margen de que las interpretaciones en él contenidas fueran o no
consideradas hoy como "de referencia".
A continuación de Weingartner llegamos a un favorito del público
británico, Sir Thomas Beecham (1879-1961), de quien ya hablamos en esta
revista en abril de 2001 al cumplirse el 40 aniversario de su muerte. No
fue Beecham nunca un director perfeccionista en lo técnico, en sus
versiones es habitual escuchar pifias de la orquesta, pero sí tenía una
gran virtud, jamás hacía nada por rutina, toda la música que hacía era
disfrutándola (y haciendo que la disfrutara el público).
Para los seguidores de Sir Thomas se ha preparado un volumen de esta serie
especialmente cuidado, en el que prácticamente todo son interpretaciones
inéditas en disco, sólo se había publicado antes el primer movimiento de
una Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky grabada en 1957, que aquí
aparece entera, y que es la mayor sorpresa de este álbum: un comienzo algo
retórico, sí, y ciertos desajustes orquestales, también, pero qué
maravilla de fraseo, deleitándose, "saboreando" los pasajes líricos del
primer movimiento (el único grabado en estéreo), y todo el segundo. Como
el "Pizzicato ostinato" tiene asegurado con Beecham su carácter "lúdico" y
al Finale no le falta la espectacularidad que en justicia le coresponde,
aquí tenemos una versión que reclama un puesto entre las grandes
(Markevitch, Bernstein, Mravinsky, Szell, Karajan, Abbado...) y que estaba
inédita hasta el presente.
No todo el álbum tiene, claro está, la misma altura, pues sin salirnos del
repertorio ruso encontramos la poco frecuentada Sinfonía nº 2 "Antar"
de Rimsky-Korsakov en una toma para la radio (grabada en directo, pero sin
público, en 1951) y aquí, pese a tratarse de la misma orquesta de antes
(la Royal Philharmonic) el rendimiento es muy inferior. Con todo, el 1er
movimiento (lo mejor de la versión) aún nos depara cierto encanto gracias
al sonido colorista y "hedonista" de Sir Thomas, sensual y evocador, que
recuerda las virtudes por las que muchos consideran una versión de
referencia su grabación de la Sheherezade del mismo autor; sin
embargo, los dos movimientos centrales caen en lo charanguero, y aunque el
último remonta el nivel, no llega a igualar la calidad del primero. La
presente versión puede interesar por la rareza de encontrar alguna
grabación de esta obra, pero si se encuentra la de Ansermet (1954, Decca
Legends) es muy preferible a esta.
La última pieza de "gran fomato" que encontramos en este doble CD es la
Suite "Appalacchia" de Delius, compositor inglés hoy recordado
casi exclusivamente porque Beecham fue su principal defensor. La obra,
subtitulada "Variaciones sobre una vieja canción de esclavos con coro
final", puede sonar hoy a evocación del Oeste americano, a medio camino
entre un Copland "avant la lettre" y La Fanciulla del West; en
todo caso, resulta muy grata de escuchar. Esta composición fue grabada por
Beecham en dos ocasiones, 1938 (la que está ahora en Naxos Historical) y
1952 (editada por la Sony inglesa), pero la que aquí se presenta es una
toma "en vivo" de 1935, con sonido muy digno pese a la época.
El resto del álbum Beecham son piezas más breves. Encontramos dos
oberturas, la del Freischütz de Weber (mismo concierto de 1935
que la "Appalacchia") y la del Guilermo Tell de Rossini
grabada un año antes (y nunca editada, pues se prefirieron otras tomas).
Ambas son versiones muy buenas en lo melódico, poéticas en los momentos
líricos y sin ahorrar decibelios en los más "fuertes". Como curiosidad
encontramos una Entrada de los dioses en el Walhalla de 1947, un
Wagner de mucha más elegancia que lo que estamos acostumbrados a escuchar,
y con cantantes muy apañados, y el resto son piezas de muy corta duración,
miniaturas o "lollipops" como las llamaba el maestro: la Leyenda nº 2
de Dvorak, dos movimientos del Divertimento K 287 de Mozart, dos
Romanzas sin palabras de Mendelssohn orquestadas por Norman del
Mar, o una Sabarande de Haendel sacada de Il Pastor Fido. En
general, aunque haya momentos de cierta retórica "de época" (p. ej. en
Dvorak), lo que prima es el fraseo delicado, la serena belleza en Mozart y
cierto sentido "lúdico" en Mendelssohn. En resumen, un álbum ideal para
seguidores de Sir Thomas; los que no lo sean tanto, al menos pueden
sentirse interesados por esa magnífica Cuarta de Tchaikovsky.
Hermann Scherchen (1891-1966) ha pasado a la historia como el modelo de
director innovador, siempre abierto a la experimentación, explorador de
nuevos repertorios (la música contemporánea, o la música renacentista y
barroca cuando estas últimas aún no estaban de moda) y renovador en la
forma de interpretar los ya conocidos. Un ejemplo es su ciclo Beethoven,
uno de los pocos entre los "históricos" (junto a Weingartner, Toscanini o
Leibowitz) que siguen al pie de la letra las indicaciones metronómicas del
compositor, y se apartan de la tradición romántica del "Beethoven
wagneriano". De este ciclo, grabado para Westminster, se ha incluido aquí
la Octava Sinfonía (1954, con la Royal Philharmonic), una versión
vertiginosa, hecha sin tomarse ni un respiro, que parece "limpiar" la obra
de romanticismo para hacerla más próxima a Haydn, pero que tiene una
coherencia asombrosa, sobre todo en los dos movimientos centrales. Cierto
que tiene detalles discutibles, como un final que parece una carga de
caballería, pero la impresión que queda es hacernos pensar si no podríamos
estar equivocados en el concepto que hasta ahora teníamos de esa obra.
Algo que se repite muy a menudo cuando se escucha una versión de
Scherchen. En cuanto a la Obertura "Coriolano", es una
demostración del altísimo contenido dramático que se puede alcanzar en
esta pieza sin necesidad de recurrir a trucos románticos, sólo con la
claridad expositiva que hace que se oiga todo.
Si esta "desromantización" da resultados en Beethoven, más arriesgado es
hacerlo en Brahms; y de hecho, encontramos una Primera Sinfonía
de este autor (1952, con la Orquesta de la Opera de Viena) donde no hay
"bruma otoñal", todo suena muy incisivo, muy marcado, pero no por ello
pierde el contenido poético pese a lo claro que se escucha todo. Por
supuesto que tiene momentos fallidos (en el último movimiento hay pasajes
en los que parece que Scherchen "pasa por encima de ellos"; en el final se
echa en falta más grandeza), pero en conjunto su coherencia vuelve a ser
asombrosa y, nuevamente, invita a pensar.
No queremos decir con esto que todo lo que hiciera Scherchen fuera bueno,
sus propios admiradores reconocen a menudo que "era capaz de lo mejor y de
lo peor", y a veces de ambas cosas en una misma obra, como en la
Sinfonía nº 100 "Militar" de Haydn que aquí figura, grabada para
Westminster en 1958, nuevamente con la Orquesta de la Ópera de Viena (o lo
que es lo mismo, la Filarmónica de Viena), y cuyo primer movimiento hacía
presagiar una versión extraordinaria, de una vitalidad arrolladora (pese a
algún exceso de entusiasmo), una enorme claridad expositiva y un sentido
"lúdico" que rara vez coinciden en un mismo intérprete. Sin embargo, cada
movimiento es más ruidoso que el anterior y el último es realmente
horrible, un festival de ruidos que parece tocado lo más rápido que se
pueda. Frente a este desastre, la obertura de Donna Diana de
Reznicek no tendrá un sabor vienés "de pura cepa" pero al menos mantiene
su cierto interés.
El resto del álbum Scherchen está dedicado a compositores del siglo XX,
con los que trabajó personalmente, y que no pueden pasarse por alto a la
hora de resumir su repertorio. Encontramos una Suite de 1919 de El
Pájaro de Fuego de Stravinsky poco preocupada por el lado "poético" o
espectacular de la obra (qué introducción con más poco "misterio", casi
trivial; qué "Ronda de las princesas" tan poco poética - aquí hay que
escuchar a Giulini-; qué "Danza Infernal" tan poco terrible). En lugar de
utilizar recursos románticos, Scherchen propone un Stravinsky
"objetivista", que se fija más en aspectos como los efectos tímbricos y
que consigue un final realmente memorable. Una rareza de Schoenberg (la
Suite para cuerdas al estilo antiguo, totalmente distinta a lo
que se asocia con el nombre de este compositor) y otra de Orff (una
Entrada que consiste en la orquestación de Las campanas de
William Byrd; sabor total a Renacimiento, por tanto) completan un álbum
válido para resumir la carrera de un director que todo aficionado debe
conocer, y por tanto totalmente recomendable.
El nombre de Artur Rodzinski (1892-1958) tal vez no sea hoy conocido por
muchos aficionados. Prototipo del director errante (el único que fue
titular alguna vez de las cinco grandes orquestas americanas: Nueva York,
Cleveland, Chicago, Filadelfia y Los Angeles, sin arraigar en ninguna),
Rodzinski se negó a dejar de dirigir cuando su médico le anunció que su
profesión podía costarle la vida, debido al esfuerzo que realizaba y a su
delicado estado de salud; y así fue, falleciendo poco antes de cumplir los
67 años.
Suele considerarse que el repertorio ruso fue la gran especialidad de
Rodzinski, y en este álbum tenemos varias muestras del mismo. En primer
lugar, la Sinfonía nº 2 de Rachmaninov, grabada en Nueva York en
1945, durante su titularidad; una versión muy directa, sin ninguna
sofisticación, que llega inmediatamente al oyente y que posee "idioma"
ruso. No digo que sea una versión "de referencia", pues dentro de una
línea parecida encuentro superior la que grabara Kurt Sanderling en
Leningrado una década después, pero al menos sí revela a un muy buen
director. En cuanto a La Gran Pascua Rusa de Rimsky-Korskov y el
Preludio de Khovanschina de Mussogrsky, son versiones que
explican muy bien las obras (la primera posee ese carácter misterioso,
"milenario", que debe tener, y la segunda tiene la necesaria delicadeza en
las partes líricas), y que podrían considerarse de referencia si no fuera
por la baja calidad de la orquesta, una Royal Philharmonic que en estas
tomas de 1958 presenta desafinaciones constantes en los metales.
Fuera del repertorio ruso la calidad parece disminuir, hasta el punto de
que por muchas de las grabaciones aquí incluidas dudaríamos que quien las
hizo fuera un gran director. Así, de Wagner encontramos un "Preludio y
Muerte de Amor" del Tristán e Isolda grabado en Chicago en 1947,
durante la titularidad de Rodzinski en esta orquesta; precisamente lo
último que dirigiría en su vida sería el Tristán, y en Chicago,
con lo que se justifica su inclusión. Es también una versión muy
"directa", muy fogosa, pero se pierde el lado póetico. En cuanto a los
fragmentos del Anillo del Nibelungo grabados para Westminster en
1955 con la Royal Philharmonic, hay que decir que la "Cabalgata de las
Walkirias" es de las peores que se pueden encontrar, al menos de las
grabadas en esa época: trivial, atropellada, y de un efectismo de lo más
vulgar, parece música de banda. Mucho mejor están los "Adioses de Wotan",
bastante correctos y a los que sólo se puede reprochar la desafinación (de
nuevo) del metal en el tema de la lanza. El "Amanecer y Viaje de Sigfrido
por el Rhin" está bien narrado, es eficaz, pero tiene poco refinamiento, y
la "Marcha Fúnebre" vuelve a ser rapidísima y trivial, falta de grandeza.
También se han incluido dos obras de Richard Strauss pertenecientes a las
grabaciones de su último año de vida, en este caso con la Philharmonia.
Rodzinski es autor de un conocido arreglo de los Valses de El
Caballero de la Rosa y podría esperarse que Strauss fuera una
especialidad suya. Lo que encontramos es una Danza de Salomé
mucho menos colorista y orgiástica que la de Reiner (la referencia
absoluta, para mí), que sólo hace verdadera justicia a la música en la
secuencia de vals (hacia el minuto 5) y cuyo final suena confuso. En
cuanto a Muerte y Transfiguración es una versión de un pesimismo
y negrura total, no hay ni el menor resquicio de esperanza para el
moribundo que describe el programa; la orquesta deja que desear, pero al
menos la versión tiene su cierto interés. Y cuando parecía que no íbamos a
encontrar ninguna interpretación de Rodzinski que mereciera llamarse "de
referencia", he aquí la sorpresa: una obertura de Guillermo Tell
de Rossini que aprovecha la tímbrica hasta lo exacerbado, con una
intensidad dramática máxima, con un final trepidante como ninguno... sólo
comparable a la de Toscanini. Esta pieza parece el mayor interés de un
álbum que, en todo caso, sirve para conocer a un director olvidado.
Por el contrario, no puede decirse que esté olvidado Karl Böhm
(1894-1981), director austríaco que en su día gozó de una fama (incluso
mediática) casi comparable a la de Karajan. Se le consideraba un
especialista en el repertorio germánico, especialmente los clásicos
vieneses (Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms...) y en Richard Strauss,
compositor que le dedicó su ópera Daphne. Sin embargo, no estuvo
a la misma altura en todas las etapas de su carerra, pues muchas de sus
grabaciones de los años 60 con orquestas que no sean la Filarmónica de
Viena nos muestran a un director solvente, sí, pero cuadriculado y
rutinario, que aplica la "ley del mínimo esfuerzo" para garantizar que
todo esté en su sitio, pero no va más allá. El gran Böhm, el de las
grandes ocasiones, casi siempre aparece al frente de la Filarmónica de
Viena, sobre todo en sus últimos años de vida que, extrañamente, son los
menos representados en el formato CD, quedando aún sin reeditar muchas
grabaciones que aparecieron en los 70 en LP.
Con la amplia discografía que nos ha dejado Böhm, y dado que había la
posibilidad de recuperar cosas inéditas o descatalogadas de sus últimos
años, el álbum que le dedica esta serie prometía estar especialmente
logrado. Y el resultado es una decepción casi total. Empecemos por la
selección de autores: Haydn, Mozart, Schubert, Bruckner. Nada que objetar
a estos, pero ¿por qué no incluir nada de Richard Strauss? Un
recopilatorio Böhm sin nada de Strauss no es serio. Podía haberse incluido
alguna de sus últimas Muerte y Transfiguración en vivo, su
Don Juan con Berlín o al menos una de las piezas breves que grabó (Preludio
Festivo, Danza de Salomé, etc.)
Bien, vamos con los autores que sí se incluyen: de Mozart, sólo la
Obertura de Così fan tutte, y precisamente en la única grabación
de las 3 que hizo en la que la orquesta no es la de Viena; eso sí, es de
EMI, el sello que distribuye esta colección. Grabación que bien puede ser
en conjunto la de referencia, porque está menos cortada que las otras dos,
y porque su reparto es de excepción, pero cuya parte orquestal (incluyendo
la Obertura) es la más rutinaria de las tres. Si se deseaba incluir algo
de Mozart de corta duración, ¿no podría haberse rescatado la Música
para un funeral masónico grabada para DG, actualmente inencontrable?
Por no hablar de alguna Sinfonía o alguna Serenata... eso sí, siempre con
la Filarmónica de Viena.
Schubert es otro autor en el que Böhm consiguió interpretaciones señeras
con la Filarmónica de Viena, y para este álbum podían haberse acordado de
la "Incompleta" de 1977 en DG (nunca publicada en España en CD
excepto en una colección de fascículos), o mejor aún del LP Decca de los
años 50 con 5ª y 8ª. En lugar de eso, lo que encontramos le hace un flaco
favor a Böhm, pues reeditan la Sinfonía nº 9 "La Grande" que ya
estuvo publicada en la serie Galleria de DG, una toma en vivo en Dresde
(enero de 1979) donde el anciano director pierde los papeles, la orquesta
se le llega a escapar de las manos, y al final todo se acaba reduciendo a
meter ruido, mamporrazo va, mamporrazo viene.
La única participación de la Filarmónica de Viena en el álbum la
encontramos en la Sinfonía nº 91 de Haydn, perteneciente a un
"mini-ciclo" grabado a comienzos de los 70, consistente en las sinfonías
que están entre las "París" y las "Londres", más la Sinfonía
Concertante. Se trata de una grabación nunca editada en CD en España
(nuevamente con la excepción de una serie de fascículos) y que presenta
una versión espléndidamente tocada, elegantísima y de gran belleza, aunque
sea una belleza un tanto "marmórea", sin el sentido del humor de un Dorati
en su ciclo Haydn. En todo caso se podría preguntar por qué incluir a
Haydn y no Beethoven, Brahms o el mismo Strauss.
Por último, la Sinfonía nº 8 de Bruckner es una elección lógica,
pues Böhm estuvo muy vinculado a la música de su compatriota desde que en
los años 30 grabara algunas de las primeras versiones en disco de sus
Sinfonías, y estrenara las nuevas ediciones de Haas de las partituras
bruckerianas. Asimismo, esta toma con la WDR de Colonia puede servir como
representación del trabajo de Böhm con las distintas orquestas alemanas de
radio. Se trata de una interpretación anterior en sólo tres años a su
grabación oficial para DG, pero que muestra a un director que parece mucho
más joven, más ágil, sin la pesadez algo cargante que aparece a ratos en
su grabación de estudio (muy buena en general, por otra parte). Al ser una
toma inédita hasta ahora, se convierte en el mayor punto de interés (sobre
todo para brucknerianos) que presenta este "álbum Böhm", que podía haber
dado mucho más de sí.
REFERENCIAS:
"GRANDES DIRECTORES DEL SIGLO XX":
"FELIX WEINGARTNER" - EMI 7243 5 75965 2 7 (2 CD's)
"SIR THOMAS BEECHAM" - EMI 7243 5 75938 2 3 (2 CD's)
"HERMANN SCHERCHEN" - EMI 7243 5 75956 2 9 (2 CD's)
"ARTUR RODZINSKI" - EMI 7243 5 75959 2 6 (2 CD's)
"KARL BÖHM" - EMI 7243 5 7 75944 2 4 (2 CD's)
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