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TARDES DE PIROTECNIA EN EL LICEU Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya).
En la presente temporada, parece que el Liceu se ha lanzado a lo más colosal del repertorio, secundado en esta aventura por un elenco de solistas que cuenta entre lo mejor del actual panorama vocal internacional. Primero, la opulenta La Gioconda de Ponchielli con voces como D. Voigt, E. Fiorillo, C. Colombara, E. Podlés R. Margison y C. Guelfi, entre otras; ahora, La Semiramide de Rossini, ópera grandilocuente y exigente por donde las haya, toda ella un caudal de florituras y ornamenti que ha reunido para la ocasión a voces como Darina Takova, Daniella Barcellona, Juan Diego Flórez y Ildar Abdrazakov, entre otras. Una obra que llevaba más de veinte años sin aparecer en el teatro barcelonés, en versión concierto, y más de un siglo sin ser escenificada. Por este motivo, los responsables del coliseo garantizaron un reparto vocal capaz de afrontar las “imposibles” agilidades vocales que exige la partitura, belcantismo en estado puro. No hubo sorpresas pues, más allá del deslumbramiento de unas voces que parecían desafiar los límites del instrumento humano, dentro de unos números estilizados al máximo e inspiradísimos hasta el último compás. Se repartieron los papeles protagonistas D. Takova, una Semiramide de acentos más femeninos y delicados que dramáticos, y D. Barcellona en el papel travestido de Arsace, un auténtico prodigio de técnica, estilo y expresividad. No fue menos prodigioso, el Idreno de Flórez, uno de los principales atractivos de la producción, cantado con una elegancia y un derroche de medios que lograban naturalizar la artificiosa escritura del de Pésaro. El codicioso y arrogante personaje Assur encuentra una lograda y memorable interpretación en el bajo ruso Abdrazakov, de voz poderosa, homogénea y bien timbrada, capaz de superar con nobleza y autoridad escénica los escollos de esta tremenda partitura. El resto del reparto, S. Pastrana (Azema), M. A. Zapater (Oroe) y E. Santamaría (Mitrane), estuvo también a la altura de su cometido. Correcto también el coro, con un papel más cercano al comentarista de la tragedia antigua que a un personaje integrado en la acción dramática –de hecho Semiramide contiene todos los elementos de una tragedia llevada al género lírico. La puesta en escena, de claro corte futurista a lo Star Trek, tuvo apuntes interesantes, aunque su ambientación estuviera fuera de lugar. Riccardo Frizza llevó la orquesta con elegancia, tempi equilibrados y riqueza de acentos, destacando especialmente la labor de la sección de maderas. A pesar de las más de tres horas y media de música (y aún siendo una versión abreviada) el público se dejó seducir por la magia y la riqueza rítmica de tanta pirotecnia canora, bien patente en el ligero movimiento rítmico de cabezas que podía observarse en la platea (y que tanto parece molestar a según que vetustos y puristas sectores); un cálido y sincero aplauso premió a los merecidos intérpretes, con especiales muestras de afecto a Flórez y Barcellona.
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