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UN BARBERO CON ERRORES DE CASTINGPor Fernando López Vargas-Machuca. Jerez, Teatro Villamarta. 26 de noviembre de 2005. Rossini: El barbero de Sevilla. Domenico Balzani, María José Montiel, Ismael Jordi, Iñaki Fresán, Miguel López Galindo, Leticia Rodríguez, Juan Guerrero. Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Arsian. Gianluca Martinenghi, director musical. Alejandro Chacón, director de escena. Producción escénica de la Fundación Camarín del Carmen y Ópera de Colombia (Bogotá). E stá claro que a un teatro de gran modestia presupuestaria como el Villamarta no se le pueden pedir los mismos niveles interpretativos que a uno de primera fila cuando de producciones operísticas se trata. Menos aún cuando el nuevo ayuntamiento, socialista por más señas, no tienen reparos en pegar los mismos recortes que sus tristes antecesores de la oposición, y cuando además se asoman por ahí tan ignorantes como peligrosos personajillos del círculo municipal, con no se sabe muy bien qué intereses de por medio, que andan rebuznando cosas del tipo "la programación del Villamarta es muy elitista" y "hay que ofrecer cosas mucho más populares". Pero lo que sí se puede y se debe exigir es que, dentro de las consabidas limitaciones, se escojan bien los mimbres con que se va a elaborar cada producción. Desdichadamente este Barbero de Sevilla ha mostrado evidentes errores de casting que han dado al traste con los resultados. Errores que ya se intuían desde que se hizo publico el elenco seleccionado. Porque ya me dirán ustedes qué melómano medianamente conocedor de las cosas puede esperar algo del Bartolo de Iñaki Fresán, buen cantante pero absolutamente inadecuado por voz, estilo y personalidad para el personaje del doctor; al menos hay que agradecer al barítono navarro que procurara cantar, no recurrir al parlato, y que evitara en todo momento caer en la bufonería con que nos hacen sufrir ciertos intérpretes presuntamente expertos en el rol (caso del aborrecible Bruno Praticó que colocara Emilio Sagi en su lamentable producción del Teatro Real, dicho sea de paso). Y me dirán también qué demonios hace Miguel López Galindo, otro buen cantante metido en camisa de once varas, luchando sin la menor esperanza contra un papel como el de Don Basilio, que le viene grande por todos lados. Ignoro completamente si tan desmadrada selección se ha realizado por un exceso de confianza hacia estos artistas o por cumplir con los consabidos compromisos con determinadas agencias, pero lo cierto es que la metedura de remo ha sido monumental. Lo de Domenico Balzani es más disculpable, porque sin despertar mucho entusiasmo desde el punto de vista canoro -digamos que no estuvo muy en estilo-, matizó con intencionalidad los recitativos y logró con su extraordinaria desenvoltura escénica hacer creíble el rol del barbero. También se puede disculpar el Fiorello de Juan Guerrero, al fin y al cabo una voz jovencísima al que hay que darle alguna oportunidad; además le hacen bueno otros jóvenes españoles bastante menos afortunados en el papel (Marco Moncloa, Francisco Santiago). En lo que a Leticia Rodríguez se refiere, fue sin duda una solvente y digna Berta, llena de desparpajo sobre la escena, pero vocalmente convenció más en el mismo rol hace tres temporadas en Córdoba; los agudos del concertante que cierra el primer acto se los debería haber ahorrado. Que estudie y se cuide, porque sus posibilidades para el futuro son muchas. Pero bueno, ¿es que no hubo nada esa noche del sábado 26 en Jerez que mereciera realmente la pena? Pues sí: Almaviva y Rosina. Pero con reparos, ya que ni Ismael Jordi ni María José Montiel son, por muy excelentes que sean sus instrumentos vocales, voces auténticamente rossinianas. Ni por técnica ni por estilo. Sus respectivas arias de entrada dejaron que desear, un "Ecco ridente" con las agilidades pasadas por el arco del triunfo y una "Voce poco fa" con problemas por arriba y por abajo, amén de no muy bien coordinada con el foso. Pero luego se fueron creciendo para ofrecer recreaciones muy convincentes de sus personajes, destacando en este sentido la carnosidad vocal y la naturalidad interpretativa de la mezzo madrileña, totalmente ajena a cualquier tipo de cursilería o amaneramiento, y la elegancia canora, la calidez y las hermosísimas medias voces del tenor jerezano, quien además estuvo muy divertido componiendo un Don Alonso mariquita y tontorrón. En todo caso Jordi y Montial, cantantes bochornosamente desaprovechados por muchos teatro españoles, seguramente podrían hacer mejor pareja en algún otro título. En Werther, por ejemplo. Llegamos, ay, a lo peor de la velada: el foso. Ha sido este el mayor error de casting cometido por el Villamarta, pues sabiendo que la escritura rossiniana alcanza unas elevadísimas exigencias técnicas no se debía haber contado con la Orquesta Arsian, que estuvo francamente mal. De acuerdo con que el proyecto de una formación sinfónica juvenil en Andalucía, de patrocinio exclusivamente privado, sea muy hermoso y hayamos de apoyarlo. Pero si estos chicos quieren que se les contrate deben trabajar muchísimo más duro. Quizá otro director -y mediando más ensayos- les hubiera sacado mayor partido, pero Gianluca Martinenghi no sólo no logró hacerles sonar bien, sino que además llevó la partitura sin agilidad, sin chispa -plomizas la obertura y la tormenta- y con numerosos caprichos innecesarios. Muy mal. Al menos el coro cumplió con cierta dignidad. La producción venía de Bogotá. La habrán traído, supongo, porque Ismael Jordi la había cantado en la propia Colombia. Resultó sólida y muy funcional, siendo bastante loable su intento de hacer un Barbero divertido sin caer en la chabacanería, pero tampoco en la pretenciosidad de algunas otras producciones más "serias". Quizá la continua presencia sobre la escena de cuatro figurantes en homenaje a la Commedia dell'Arte (Arlequín, Mezzetino, Meopataca y Brighella) hacía la acción algo confusa en algunas ocasiones, pero le añadió un toque de irrealidad que casa muy bien con el espíritu de la obra original. Sobraba quizá algún tópico ya muy sobado (como Don Bartolo dejando su peluquín en manos del barbero para escapar de sus garras durante la escena del afeitado), aunque en todo caso el resultado fue simpático. La escenografía y el vestuario no eran para tirar cohetes, pero al menos fueron funcionales y no hubo macetas con geranios, peinetas ni batas de cola. El público se lo pasó de lo lindo. Pues estupendo: al fin y al cabo, tal y como están las cosas en Jerez, eso es lo que más importa. Porque como los cerebritos del ayuntamiento sigan maquinando para "renovar" el Villamarta, podemos perder todo lo conseguido a lo largo de estos últimos años.
Web de María José Montiel: http://www.mariajosemontiel.com/ Web de Ismael Jordi: http://www.ismaeljordi.net/
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