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La evolución de la flauta a lo largo de la historia (y III) Por Pablo Ransanz Martínez. Estudiante de la Univ. Autónoma de Madrid.
El romanticismo tardío, el dodecafonismo y el movimiento impresionista La flauta travesera alcanza su esplendor durante el último tercio del siglo XIX, con la llegada del denominado “romanticismo tardío”. Sus máximos exponentes fueron el gran organista franco-belga César Franck (Lieja, Bélgica, 10/12/1.822 – París, Francia, 08/11/1.890), el colosal sinfonista austriaco Anton Bruckner (Ansfelden, 04/09/1.824 – Viena, 11/10/1.896) y el francés Gabriel Fauré (Pamiers, 12/05/1.845 – París, 04/11/1.924). Su compatriota Camille Saint-Saëns (París, 09/10/1.824 – Argel, Argelia, 16/12/1.921) vivió lo bastante como para conocer las revoluciones sonoras del siglo XX, siendo un músico inspirado, sereno y con un oficio perfecto, que cultivó todos los géneros de manera ecléctica. Diferente fue la existencia del ruso Piotr Ilich Tchaikovsky (Votkinsk, 07/05/1.840 – San Petersburgo, 18/11/1.893), hombre atormentado sentimentalmente, que refleja su espíritu delicado en sus páginas para piano, demandando un gran virtuosismo en sus obras para violín y piano con orquesta. Sus notables seis sinfonías hacen de Tchaikovsky un compositor perdurable. Inmensa fue su contribución al género tan ruso del “ballet”, con obras como la suite “Cascanueces” o “El lago de los cisnes”. Merece especial mención el compositor Gustav Mahler (Kalischt, actual República Checa, 07/07/1.860 – Viena, Austria, 18/05/1.911). Su arte es más evolucionado que el de Richard Strauss, además de ser el autor de una gigantesca obra, donde merecen una mención muy especial sus diez sinfonías (la última, inacabada). Este gran director de orquesta y trabajador infatigable demostró sus fabulosos conocimientos de orquestación en toda su producción sinfónica. En su sinfonía Nr.1 en Re Mayor, “Titán”, tenemos una perfecta demostración del sombrío humor mahleriano en su “marcha fúnebre”, que se desarrolla en forma de “canon” – las voces entran sucesivamente con la misma melodía -, adquiriendo un aire de marcha grotesca. La flauta travesera tiene marcado protagonismo en varios pasajes, como también se demuestra en la “marcha fúnebre” (“Totenfeier”) que sirve de movimiento inicial a su colosal sinfonía Nr. 2 en Do menor, “Resurrección”. También son románticos tardíos los que se han dado en llamar “nacionalistas”, entre los que se encuentran, por ejemplo, el ruso Alexander Porfirievich Borodin (San Petersburgo, 12/11/1.834 – 27/02/1.887). Hijo de un príncipe, médico y químico de profesión, el joven Alexander encontró en la música una apasionada afición. Nikolai Andreievich Rimski-Korsakov (Tichvin, 18/03/1.844 – Liubensk, 21/06/1.908) fue el único músico profesional de entre todos sus compañeros del nacionalismo ruso. Fue un gran orquestador, como se demuestra en sus sinfonías y en obras de forma libre como “Scheherazade”. No obstante, el mayor impulso del denominado “grupo de los cinco”** lo otorgó Modest Petrovich Mussorgsky (Karevo, 09/03/1.839 - San Petersburgo, 28/03/1.881), del que caben destacar obras para orquesta como su poema sinfónico “Una noche en el Monte Pelado” o sus “Cuadros de una Exposición” – una serie de páginas escritas originalmente para piano –. En la música checa, la estrella máxima es Antonín Dvôrák (Nelahozevës, 08/09/1.841 – Praga, 01/05/1.904), seguidor de Bedrich Smetana y protegido de Johannes Brahms. Es ejemplo de compositor nacionalista, ya que fundó toda su obra en los temas populares de su Bohemia natal, aunque no por ello renunció a viajar a los EE.UU, donde fue Director del Conservatorio de Nueva York. De sus influencias recogidas en este país procede su Sinfonía Nr. 9 en Mi menor, llamada “Del Nuevo Mundo”. En Noruega surge un grupo de compositores de entre los que sobresale Edward Grieg (Bergen, 15/06/1.843 – 04/09/1.907). Intimista e inclinado hacia las pequeñas formas, sólo en una ocasión utilizó la gran forma musical, en su concierto para piano y orquesta. “Peer Gynt” – música de escena para el drama del mismo título - fue una de sus composiciones más destacadas, en la que varios temas principales son expuestos por la flauta. Con el finés Jan Sibelius (Tvastehus, 08/12/1.865 – Järvenpäa, 20/09/1.957) surgió en su país natal este nuevo movimiento musical. A él se debe un extenso catálogo en el que figuran siete sinfonías, un concierto para violín, diversos poemas sinfónicos y otras obras menores. Con Sibelius desapareció todo un sentimiento musical romántico y nacionalista. Durante el siglo XX aparecen otras tendencias de enorme importancia, como es el caso del dodecafonismo. Esta corriente musical aparece en la llamada “segunda escuela de Viena” de la mano de Arnold Schönberg (Viena, Austria, 13/09/1.874 – Los Ángeles, EE.UU., 13/07/1.951) y de sus discípulos, amigos y compañeros Anton Webern (Viena, 03/12/1.883 – Mittersill, 15/09/1.945) y Alban Berg (Viena, 09/02/1.885 – 24/12/1.935). El dodecafonismo supone una ruptura con las reglas de la tonalidad vigentes hasta entonces. En gran parte, esta ruptura – revolucionaria y muy discutida - se debía al estancamiento que estaba sufriendo la música por el uso del cromatismo exagerado y el agotamiento de los recursos que proporcionaba el sistema tonal. A partir de la igualdad absoluta de los doce tonos de la escala cromática, el compositor creaba “series” consecutivas ordenadas, dando lugar así a una determinada composición. Schönberg había comenzado a componer durante el romanticismo tardío, siendo discípulo de Gustav Mahler y de Richard Strauss. En 1.899 ya había escrito un sexteto para cuerda, seguido de “La noche transfigurada” – obra de cámara con espíritu de poema sinfónico -. La influencia de Richard Wagner fue muy acusada en Schönberg, con su tendencia a la melodía infinita y, por tanto, al atonalismo. Adoptó de Wagner el cromatismo de gran expresividad y la técnica de secuencias, y de Brahms la variedad contrapuntística y la variación desarrollada. Las “tres piezas para piano”, Op. 11 (1.909) son por primera vez totalmente atonales, e incluso en parte absolutamente innovadoras. Su obra “Pierrot lunaire”, Op. 21 (1.912), incluye veintiún melodramas para recitadora e instrumentos, en algunos de ellos con estructuras establecidas (cánones). A su vez, el canto se convierte en declamación y gritos. La estética de Schönberg se dirige contra la sociedad burguesa, su extremada superficialidad y doble moral, en defensa de una exigente sinceridad, una despierta sensibilidad y una incómoda participación. Son obras dodecafónicas, entre otras, el concierto para violín, Op. 36 (1.934- 1.936), el concierto para piano, Op. 42 (1.942), el trío de cuerda, Op. 45 (1.946), los "Gurrelieder" y la cantata “Un superviviente en Varsovia”, Op. 46 (1.947) Destacar para nuestros lectores como obras más notables de Berg su ópera “Wozzeck” (1.914 – 1.921), el concierto de cámara para piano, violín y trece instrumentos de viento (1925) – donde Berg persiguió con enorme intensidad los rigores formales de la atonalidad libre - y la canción “Schliesse mir die Augen beide” (“Ciérrame los ojos”, 1925), la primera obra de Berg totalmente dodecafónica. El dramático poder de “Wozzeck”, la lástima y la compasión que su música transmite en la figura del protagonista convirtieron a esta ópera en una de las de mayor éxito de la centuria pasada. Anton von Webern recibió una esmerada educación universitaria y musical. Su tesis doctoral sobre los polifonistas del renacimiento no permitía adivinar en él un músico de vanguardia, ni tampoco sus breves obras iniciales, como la “Passacaglia”, Op. 1; pero su contacto con Schönberg (y Berg) fue decisivo, convirtiéndose en el más radical de los tres maestros vieneses. La música de Webern tiende a la brevedad del aforismo, especialmente en el período de libre atonalidad. Ejemplos claros son las “Piezas”, Op. 9 y 11. A partir del trío de cuerda Op. 20, Webern adoptó la técnica serial de Schönberg, buscando un serialismo más depurado y más radical, y aplicando para ello la dinámica en forma de series y la alternancia de registros. Su concierto para nueve instrumentos es un magnífico ejemplo de un elaborado tratamiento de las posibilidades sonoras de la flauta travesera. En los primeros años del siglo XX, aparece en Francia el movimiento impresionista como una actitud original y distinta. En el impresionismo se advierte una reacción hacia el sinfonismo centroeuropeo y una rechazo frontal hacia la influencia de Wagner, siendo su principal exponente e impulsor Claude Debussy (Saint-Germain-en-Laye, 22/08/1.862 – París, 25/03/1.918). Debussy creó un estilo nuevo, con una técnica musical original, afirmando que su obra no era más que un homenaje a la línea melódica. La enorme humanidad de su música queda reflejada en obras como “Pelleas et Melisande”, así como en su música de cámara. Maurice Ravel (Ciboure, Francia, 07/03/1.875 – París, id., 28/12/1.937) refleja en su obra cierto parentesco estético con Debussy, aunque la tendencia hacia las formas tradicionales es más acusada. Ravel fue un maravilloso orquestador, como queda de manifiesto en su ballet “Dafnis y Cloe” o en el poema coreográfico “La Valse”, donde el desarrollo de la forma “vals” llega a su grado máximo. Su célebre “Bolero”, deslumbrante estudio de los timbres instrumentales nacido para fines coreográficos, fue definido por su autor como “un ejercicio orquestal sin música”. Sergei Rachmaninoff (Oneg, 01/04/1.873 – Beverly Hills, California, EE.UU, 28/03/1.943) fue un virtuoso del piano. Las influencias que recibe de los románticos quedan plasmadas en sus sinfonías, así como en sus obras para piano, preludios, estudios y momentos musicales. Su obra más aplaudida es el “Concierto para piano y orquesta Nr.2 en Do menor”, Op.18. Como anécdota para nuestros lectores, merece contarse el contenido de una conversación entre Horowitz y Rachmaninoff, recogida por Schönberg en su magnífica obra “Horowitz: His Life and Music” (Simon and Schuster, 1992), en la que Rachmaninoff se lamentaba diciendo: "Toda mi vida he querido triunfar en tres cosas: como compositor, como pianista y como director. Parece que por querer abarcar tanto, he fracasado en las tres. Recuerdo lo que se decía en mi patria: he tratado de cazar tres conejos, y no estoy seguro de haber matado aunque sea uno de ellos." El crítico musical Charles Burr tuvo una gran respuesta: "Descansa en paz, gran compositor, magnífico pianista, excelente director y poderoso cazador de conejos: agarraste los tres." El alemán Richard Strauss (Munich, 11/06/1.864 – Garmisch, 08/09/1.949) dotó de una nueva significación al poema sinfónico creado por Liszt años antes. Ejemplos de ello son “Don Juan”, “Don Quijote”, “Las travesuras de Till Eulenspiegel”, “Muerte y transfiguración” y “Así hablaba Zaratustra”. Strauss continuó con la tradición de los “lieder” románticos en pequeñas páginas, y dio un gran impulso a la ópera con obras como “Salomé”, “Electra” o la comedia “El caballero de la rosa”. El húngaro Béla Bártok (Nagyszentmiklos, 1.881 – Nueva York, EE.UU, 1.945) fue un músico de aliento genial, además de un gran investigador. Recogió melodías y danzas populares con la ayuda de su amigo y colega Zoltan Kodály en Hungría, Rumanía, Serbia, Bulgaria y Turquía. Bártok quiso profundizar en la esencia de la música húngara más antigua y autóctona, y a partir de ese estudio admirable, creó su propio lenguaje musical, siendo uno de los compositores más originales del siglo XX. Entre sus composiciones de música de cámara existen algunas obras en las que la flauta travesera interviene como instrumento solista. Su “concierto para orquesta” es su página sinfónica más admirable. Sería imperdonable olvidar por su enorme valor a Igor Stravinsky (Oranienbaum, 1.882 – Nueva York, EE.UU., 1.971), quien crea un universo sonoro en su colaboración con los ballets rusos de Diaghilev. En 1.910 se presentó “El pájaro de fuego”, un acontecimiento musical de primer orden. Stravinsky experimentó continuamente, llegando a adentrarse en el quehacer dodecafónico en sus últimos años de vida, tras haber combatido en un principio contra este movimiento revolucionario. El “segundo renacimiento” de la flauta dulce en la pedagogía musical En la primera mitad del siglo XX, la flauta dulce se conocía sólo en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Como curiosidad para nuestros lectores, es muy importante resaltar que el primer tratado existente sobre un instrumento musical está dedicado a la flauta. Italia fue el país que más tratados sobre la flauta dulce realizó en el siglo XVI, sumándose Francia a la iniciativa en el siglo XVII. Hacia finales del barroco, Inglaterra se incorpora al número de países que elaboran tratados. Durante la segunda mitad de la centuria pasada, diferentes metodistas incluyeron a la “destronada” flauta dulce en los manuales de pedagogía musical, por tratarse de un instrumento sencillo y accesible a nivel económico. Entre la comunidad de musicólogos y compositores que centraron sus esfuerzos para difundir el uso de este instrumento, destacan el alemán Carl Orff (Munich, 10/07/1.895 – id., 29/03/1.982), quien inventó un sistema de educación musical basado en la práctica del canto y de la percusión, vigente en la actualidad. El “médodo Orff” aboga por la inclusión de la flauta dulce en los métodos como complemento ideal para el desarrollo musical desde la infancia. El denominado “método Kodály”, debido al compositor húngaro Zoltan Kodály (Kecskemèt, 16/12/1.882 – Budapest, 06/03/1.967), también goza de prestigio en nuestros días. Es uno de los más completos, ya que abarca la educación vocal e instrumental desde sus orígenes hasta sus niveles más altos en el campo profesional. Por otra parte, tiene una sólida estructura y una acertada secuenciación pedagógica basada en criterios científicos que tienen en cuenta el desarrollo psicoevolutivo del alumnado. Kodály demostró tal interés por la pedagogía musical, que decidió dejar a un lado su faceta de compositor y director de orquesta para dedicar gran parte de su vida a la recopilación de un amplísimo repertorio de música popular y folklórica y utilizarlo en su metodología (se habla de ciento cincuenta mil canciones). Él mismo expresó: “Me parece que no me arrepentiré nunca del tiempo que no dediqué a escribir composiciones de gran formato. Creo que, haciendo así, he realizado un trabajo útil para el colectivo, tan útil como si hubiera escrito otras composiciones sinfónicas”. Una de las intuiciones más geniales de Zoltan Kodály fue comprender cómo el patrimonio de la música popular tiene un importante papel en el aprendizaje de la música en los niños/as, que no tienen el oído “contaminado” todavía. De esta manera, los niños/as aprenden música con temas y fragmentos sonoros, escuchados desde el momento de su nacimiento, que son cantados o tocados por sus padres o por las personas de su entorno. La característica fundamental de la actividad pedagógica de Zoltan Kodály está basada en su afirmación: “¡Que la música pertenezca a todo el mundo!”
La flauta dulce en la actualidad
Entre los mejores intérpretes de flauta
travesera de nuestro tiempo se encuentran los franceses Jean Pierre
Rampal (Marseille, 7/01/1.922 – París, 20/05/2.000) y Patrick
Gallois, además del irlandés James Galway (Belfast, Irlanda
del Norte, 1.939). El ya desaparecido Marcel Moyse Durante el siglo XX, diversos organólogos, físicos, musicólogos e instrumentistas han seguido perfeccionando la flauta travesera hasta nuestros días. Todo hace indicar que la flauta dulce ha recobrado su vigor pretérito en una convivencia pacífica con su pariente transversal. La comunidad musical actual tiene la responsabilidad de mantener vivo y presente el patrimonio para flauta existente, abriendo nuevos horizontes hacia la investigación y la composición de obras de vanguardia. La afirmación de Zoltan Kodály debería quedar presente para siempre en nuestra conciencia colectiva: “¡Que la música pertenezca a todo el mundo...! ** grupo integrado por Mussorgsky, Rimski-Korsakov, Balakirev, Cui y Borodin.
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