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¡DIVINA CECILIA! Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya).
En un Palau abarrotado y predispuesto a vivir una velada extraordinaria, la diva romana apareció en escena entre aplausos y efusivas muestras de afecto, trayendo consigo toda la magia, la espectacularidad y la sensualidad de la Roma dieciochesca. En motivo de su último trabajo discográfico Opera Proibita, la mezzo Cecilia Bartoli – anunciada también como soprano en algunos medios: su tesitura desborda cualquier etiquetaje – presentó un programa centrado en arias de oratorios del barroco romano, momento en que la prohibición de las representaciones operísticas en la santa ciudad (1701-1710) motivó a músicos y mecenas a volcarse en el género del oratorio, dotándolo de todos aquellos recursos técnicos y expresivos propiamente operísticos. Bartoli nos ofrece el testimonio de este período de esplendor musical dramático recuperando arias y composiciones olvidadas de grandes maestros como Alessandro Scarlatti y Antonio Caldara (responsable de las primeras representaciones operísticas en la Península ibérica, entre ellas su ópera Il più bel nome representada el verano de 1708 en la Llotja de Mar de Barcelona), junto al joven Händel del período italiano. Un repertorio que unido a la espectacular interpretación de la mezzo romana y la orquesta barroca de Freiburg fue capaz de brillar en todo su esplendor e intensidad musical. Con una brillantísima carrera operística y discográfica, Cecilia Bartoli regresó a la capital catalana demostrando ser mucho más que una excelente cantante; auténtica sacerdotisa del arte canoro, algo parecido a lo que debieran ser los espectaculares castrati que motivaron este repertorio: la prima donna absoluta. Poseedora de una voz pequeña, cálida y ligera, capaz de granjear imposibles ornamentos y coloraturas gracias a una técnica sorprendente, conmovió al auditorio por completo con una extraordinaria habilidad y sensibilidad en la gradación de planos sonoros y coloraciones, en el matiz y la regulación de las dinámicas y en la proeza del fraseo y los acenti. Un canto forjado con exquisita sensualidad y profundidad dramática, que logra el milagro de arrebatarnos con la expresión más emotiva y desgarradora en arias como “Vanne pentita” de Caldara o la conocida “Lascia la spina” de Händel y a la vez arrastrarnos a las cumbres del firmamento con la más enérgica de las pirotecnias en páginas como “Disseratevi, o porte d’Averno” de La Resurrezione de Händel. Y es que la Bartoli ha hallado en el repertorio barroco un campo abonado para cultivar todas las capacidades de su instrumento, para explotar todos los recursos de un lenguaje musical que vive y bebe, que integra y combina, todos los registros que van de los repliegues de la desolada intimidad a la más monumental y espectacular artificiosidad. Un canto sensual, virtuoso y colorístico servido de una presencia escénica entusiasta y cercana, con arrebatos de empeño que la hacían parecer una auténtica poseída de las musas. Todo ello acompañado por la excelente prestación de la orquesta histórica que acabó rubricando una brillante lectura de dos oberturas de Caldara y Händel y un memorable Concerto grosso de Corelli, aunque en alguno de los pasajes obbligati el oboe se viera en apuros para seguir las piruetas vocales de la diva. Una experiencia musical que llevó al auditorio al éxtasis colectivo y obtuvo, después de las 13 arias (!) del concierto, una propina de cuatro piezas con fragmentos de Il Giardino di Rose de Scarlatti, la Cleopatra de Giulio Cesare y el “Ombra mai fu” de Serse, junto al bis de La Resurrezione de Händel, todo ello coronado, ante un público que no desistía en sus aclamaciones, con un delicioso Non ti scordar di me a cappella. No bastó aún esto para saciar al extasiado auditorio que obligó a salir nuevamente a saludar a la intérprete, ya cambiada de ropa, después de treinta largos minutos de ovaciones. Esperamos, ante esta clamorosa acogida, no tener que aguardar 12 años más en Barcelona para poder disfrutar de su divino talento.
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