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LAS BODAS DE FÍGARO LLEGAN A GIJÓN
Por
Angel Riego
Cue. Lee su
Curriculum.
Gijón, Teatro Jovellanos. 3 de febrero de 2006. Mozart: Las Bodas de
Fígaro. Ópera de Cámara de Varsovia.
No existen muchas oportunidades para presenciar ópera en Gijón, al
contrario que en la vecina Oviedo, donde se mantiene una larga tradición
operística. Por ello levantó tanta expectación (que se tradujo en un lleno
absoluto) una ocasión como la presente, donde se ponía en escena Las
Bodas de Fígaro de Mozart por los mismos días en que se cumplía el
250 aniversario del nacimiento de su autor. La versión corría a cargo de
la Ópera de Cámara de Varsovia, a quienes recordábamos por un Così fan
tutte representado durante el anterior aniversario mozartiano de
1991. En aquella ocasión dirigía al conjunto su fundador, Stefan
Sutkowski, y ahora actuó bajo la dirección de Rubén Silva.
Quienes recordaran anteriores actuaciones del conjunto polaco podrían
esperarse una versión discreta, incluso digna teniendo en cuenta su
modestia de medios, y eso es exactamente lo que encontramos aquí. No vamos
a comparar estas Bodas con las que dio el Campoamor de Oviedo la
temporada pasada, sería injusto, pero lo ofrecido en Gijón fue una velada
muy grata de presenciar.
Entre los intérpretes, ninguno fue excepcional (tampoco se esperaba) pero
todos cumplieron bien, y lo que les faltó a algunos en lo vocal lo
compensaron en lo escénico. De destacar a alguno, serían el Figaro de
Dariusz Machej (con gran vis cómica, aunque quizás poco matizado) y el
Cherubino de Julita Miroslawska, posiblemente el personaje mejor cantado
del quinteto protagonista. La Susana de Justyna Stepien dio escénicamente
el personaje, y matizaba bien su parte, pero se echó en falta mayor
volumen de voz, en ocasiones costaba trabajo oírla. La pareja noble estuvo
en conjunto a menor altura que la de los siervos: Marta Wylomanska compuso
una Condesa con agudos algo descontrolados, aunque escénicamente su
delgadez de "cintura de avispa" contrastaba bien con la gordita Susana, se
notaba inmediatamente que pertenecían a clases sociales distintas. El
Conde de Witold Zaladkiewicz, si bien vocalmente sonaba poco refinado y
con voz aguardentosa, también lo compensaba en la escena, con un porte
chulesco y una imagen "napoleónica" que le quedaba bien a una visión del
personaje donde su estado vocal sonaba incluso adecuado.
Merecen una mención especial los personajes secundarios, pues estuvieron
entre lo mejor de la velada: la Marcelina de Aleksandra Hofman, con voz
más potente que la de Susana (lo que es muy raro de encontrar) nos dio la
impresión de que en épocas pasadas había cantado, y muy bien, el papel de
Susana, y que ahora sólo la edad la ha relegado, por razones de
credibilidad escénica, al rol de la vieja. Hay que destacar que incluyó el
aria "Il capro e la capretta", que casi todo el mundo suprime. También el
Basilio de Krysztof Kur (quien además hizo el papel de Curzio) incluyó el
"In quegli anni", que tampoco se canta prácticamente nunca. A buena altura
el Bartolo de Slawomir Jurczak (como la Marcelina o el Cherubino, serían
lo más "exportable" a repertorios de mayor presupuesto), cumplió bien el
Antonio de Bogdan Sliwa y lo menos bueno, la Barbarina de Sylwia Krzysiek.
La dirección de Rubén Silva, al frente de una discreta orquesta, fue ágil,
teatral, "ligera", al servicio de la acción; no encontraremos en ella
especial encanto, la "magia" mozartiana, pero tampoco daba tiempo a
aburrirse. Un detalle que parece obvio, pero que conviene recordar porque
hace algunos años aún no existía, es la existencia de sobretítulos que
traduzcan el texto cantado la obra al español, algo imprescindible si se
quiere abrir una ópera a un público más amplio que aquel que ya la conoce.
En conjunto, a pesar de su modestia, puede decirse que quienes asistieron
a esta función conocieron lo que es Las Bodas de Fígaro. ¿Puede
haber tres horas mejor empleadas?
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