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SONÁMBULA PERDIDAPor Fernando López Vargas-Machuca.
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 18 de Febrero de 2006. Bellini: La sonnanbula. Anna Chierichetti, Dmitri Korchak, Sandra Pastrana, Carlo Cigni, Alberto Arrabal, Damiana Pinti, Arsenio Vergara. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, dirigido por Rainer Steubing-Negenborn. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Roberto Paternostro, director musical. Patrick Mailler, figurinista y director de escena. Nueva producción del Teatro de la Maestranza. H ay quienes afirman que desde que Juan Carlos Marset y Alberto Bandrés colocaran a Pedro Halffter al frente del Maestranza -algunos prefieren remontarse a la marcha del director de producción Giuseppe Cuccia- la ópera en Sevilla ha muerto. Se equivocan: lo que está es sonámbula. Sonámbula perdida. Al igual que la heroína de la ópera de Bellini, deambula de un lugar para otro de manera inconsciente y sin rumbo fijo, sorteando innumerables peligros que pueden acabar con ella para siempre, a veces llegando a buen puerto, pero sin saber muy bien a dónde puede llevarla todo esto. Buena prueba de esta desconcertante trayectoria han sido los tres títulos ofrecidos hasta ahora en la presente temporada: una soporífera Salomé, una Manon discreta sólo estimulada por la presencia de José Bros, y precisamente una Sonnambula no desdeñable pero sí con demasiadas desigualdades para un teatro que hasta hace poco alcanzaba un nivel canoro muy superior. De hecho, si Anna Chierichetti no terminó de entusiasmar a pesar de su más que digna y plausible labor fue porque en mente de todos está la magnífica Elvira de I Puritani que hace algunos años le escuchamos aquí mismo a Mariella Devia, para más INRI primera opción tanteada para cantar Amina en el Maestranza antes de que la dirección del teatro optara por una Désireé Rancatore que lo ha dejado colgado tan sólo tres meses antes de la función. La Chierichetti tiene una voz muy hermosa y bastante adecuada para el rol, canta con irreprochable gusto y en ocasiones es capaz de transmitir sincera emoción, como en la gran escena del sonambulismo del segundo acto. Pero aún necesita desarrollar más las técnicas propiamente belcantistas, de las que no siempre anda sobrada y que a veces aplica sin mucha imaginación y con algo de tosquedad, para ser una de las grandes: al abordar las cabaletti se merendaba las notas con pasmoso descaro. Otra sustitución a última -ultimísima- hora fue la de José Manuel Zapata, quien por inoportuna enfermedad tuvo que ser reemplazado un par de semanas antes del estreno por el también joven Dmitri Korchak. ¿Tan poca idea tiene del asunto la persona que anda elaborando los elencos para Pedro Halffter como para traer a un tenor abucheado en Roma por este mismo papel? En Sevilla tampoco se libró de las reprobaciones del público -al menos en las dos primeras funciones, aunque aquí comentamos la última-. Quizá no fuera para tanto, porque tuvo momentos buenos y lució algunos agudos muy sólidos y vibrantes, pero lo cierto es que su voz pequeña y nasal, su línea inestable y su recurrencia al falsete le hacen ser un Elvino en conjunto poco menos que discreto. Y mal resuelta, con demasiados problemas, su gran escena del acto segundo. Poca cosa para un teatro en el que debutó en España -precisamente en tiempos del citado Cuccia- un jovencito llamado Juan Diego Flórez. La triunfadora de la noche fue la granadina Sandra Pastrana, una sólida Lisa merced a su voz más poderosa que bella y a su impecable técnica belcantista. Es precisamente eso, técnica, lo que no posee en modo alguno el mediocre Carlo Cigni, presunto bajo (¿dónde estaban las notas graves?) que fue incapaz de hacer justicia al rol del conde. Siendo aceptable sin más el Alessio de Alberto Arrabal y floja la Teresa de Damiana Pinti -con evidentes problemas de emisión-, hay que aplaudir calurosamente al coro de la A. A. del Maestranza por una de las mejores actuaciones que se le recuerdan, haciendo subir considerablemente el nivel en sus numerosas y decisivas intervenciones. También hay que aplaudir a la Sinfónica de Sevilla, dúctil y empastada, aunque la dirección de Roberto Paternostro -en todo caso correcta- careciera de la chispa y variedad expresivas imprescindibles para insuflar auténtica vida a la partitura. Francamente interesante la vertiente escénica, y eso que resultaba evidente que en esta la única producción propia del Maestranza ofrecida en los últimos años no se ha invertido mucho dinero. Pero Patrick Mailler, a quien le recordábamos una muy inteligente lectura de Lo Speziale en este mismo escenario- ofreció una propuesta que, siendo personal y atrevida, ofrecía una divertida e irónica relectura del ridículo libreto de Felice Romani sin entrar en contradicción con la bellísima música de Bellini. La transformación de las cajas con regalos en un interior con electrodomésticos varios resultó sorprendente, divertida y eficaz. Muy estudiado el movimiento del coro, y espléndidos los figurines en blanco y negro que lucían, aunque la explosión de color del final recordara demasiado a la del Barbero de Sevilla de Emilio Sagi en Madrid, por cierto una producción infinitamente más costosa y mucho más inútil que esta de Sonnambula. Sólo un muy serio reproche para Mailler: el rayo láser en la escena final de sonambulismo resulta molestísimo para la vista y distrae la atención del espectador. ¿Quizá intencionadamente porque no se confiaba en ofrecer bel canto de altura?
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