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Número 77º - Agosto 2.006


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UNA COSA RARA

 

 

Úbeda, Iglesia del Hospital de Santiago. XVIII Festival Internacional de Música y Danza Ciudad de Úbeda. 10 de junio de 2006. Martín y Soler: Una cosa rara, obertura. Mozart: Fantasía en Do menor, Kv. 467. Arriaga: Sinfonía en Re. Orquesta Nacional de España. Javier Perianes, piano. Josep Pons, director.

Por Fernando López Vargas-Machuca.

   

Cosa rara en el sentido de sorprendente y maravillosa es el Festival de Úbeda, que a pesar de pertenecer a una ciudad de relativamente escasas dimensiones sin gran tradición musical y a contar con un presupuesto poco holgado para su envergadura, ha logrado llegar hasta su decimoctava edición en condiciones de salud envidiables, ofreciéndonos una programación variada y equilibrada en sus diferentes manifestaciones artísticas, un nivel medio interpretativo muy considerable (poco malo y mucho bueno) y una espléndida acogida por parte del público local y foráneo que año tras año respalda la propuesta. Mérito sin duda de la voluntad de las diferentes administraciones públicas y patrocinadores privados que lo avalan, pero también -y sobre todo- de un pequeño grupo de aficionados verdaderamente expertos y conocedores de la materia que han sabido conseguir la presencia de nombres de gran categoría y han realizado un enorme esfuerzo personal, no siempre todo lo reconocido que debiera, para sacar este proyecto adelante.

Cosa rara en el sentido de inhabitual es el precioso programa acordado con la Orquesta Nacional de España para el concierto de clausura de esta edición, integrado exclusivamente por obras del Clasicismo español y universal que permiten no sólo disfrutar con su belleza, sino también poner un poco las cosas en su sitio en este mar un tanto revuelto de recuperaciones de presuntos tesoros perdidos. Así por ejemplo la obertura de Una cosa rara de Vicente Martín y Soler, tan notablemente escrita, nos habla de un músico de discreta inspiración melódica a pesar de su éxito en la época y de la celebérrima cita que Mozart realizara de esta ópera en su Don Giovanni. La Sinfonía del malogrado Juan Crisóstomo Arriaga nos pone delante de un compositor bastante prometedor, no muy distante en esta página del joven Schubert, que de no haber fallecido a los diecinueve años quizá hubiera sembrado en España una semilla protorromántica que podía haber dado frutos muy felices. Y el Concierto nº 21 de Mozart nos recuerda que los grandes genios son los grandes genios y que de esos hay bastante pocos, por mucho que nos gustaría encontrarlos en nuestra tierra.

Cosa rara en el sentido de inesperada fue la actuación de una ONE muy por debajo del bastante estimable nivel técnico que ha venido exhibiendo (el autor de estas líneas ha tenido la ocasión de comprobarlo de vez en cuando) a lo largo de estas dos últimas temporadas en sus actuaciones semanales madrileñas. Que en la periferia española -y en territorio insular- hay formaciones bastante superiores es algo sabido sabido por todos, pero la Nacional es una digna orquesta que en tiempos recientes, y bajo la dirección artística de Josep Pons, le ha puesto mucho empeño al asunto para hacernos recuperar la confianza en ella. De ahí que su actuación ubetense, independientemente de la problemática acústica de la iglesia del Hospital de Santiago, nos dejara muy mal sabor de boca: sonó desequilibrada y bastante pobre en todas sus secciones, especialmente en unos violines rasposos y de escasa agilidad para hacer frente a la limpieza de ejecución y tersura sonora que demanda el dificilísimo repertorio del Clasicismo.

Cosa rara en el sentido de desconcertante y ajena a la lógica es la personalidad artística del citado Josep Pons, un músico irregular como pocos cuyos resultados al frente de las diversas formaciones que dirige no atienden a esquemas previos ni a una manera de hacer concreta; lo mismo fracasa estrepitosamente en una obra en principio muy afín a su experiencia y trayectoria como El sombrero de tres picos, que triunfa por todo lo alto en una página tan peliaguda y ajena a su temperamento como la Octava de Beethoven. Su relación con el Clasicismo ha respondido a la misma irregularidad: quien esto suscribe le ha escuchado por ejemplo unos soberbios conciertos para violín de Mozart (con la excelente Orquesta Ciudad de Granada que él tanto ha contribuido a formar), pero también unas deslavazadas sinfonías del mismo autor o una mediocre Flauta Mágica. En Úbeda optó por ofrecer un Clasicismo fundamentalmente amable, delicado, lúdico y sin tensiones, una opción válida para muchos paladares pero que personalmente disfruto muy poco: a pesar de la elegancia de su Mozart y del vuelo cantabile no exento de cierto carácter sombrío en Arriaga, la batuta de Pons esta vez me aburrió muchísimo y acabó por irritarme profundamente con tanta blandura, flacidez y falta de carácter.

Y cosa rara en el sentido de inexplicable ha sido la intervención de un Javier Perianes en perfecta sintonía con la opción estética planteada por Josep Pons. Ni que decir tiene que el pianista onubense fue lo mejor de esta concierto, haciendo gala de un sonido de gran belleza, de una pulsación capaz de ofrecer matices exquisitos, de un elevado vuelo melódico y de una elegancia indiscutible, pero su lectura de esta monumento a la belleza que es el Veintiuno de Mozart resultó por completo ajena a los claroscuros, a la tensión y a la fuerza expresivas (clásicas, no necesariamente protorrománticas) que sin duda anidan en estos pentagramas. Cosa rara, rarísima para venir de un músico que nunca se ha caracterizado por limitarse a buscar la belleza del sonido y siempre ha sabido poner su excelente técnica al servicio de la introspección dramática. Interpretaciones mucho más profundas, arriesgadas y personales de este autor se le han escuchado a quien es uno de los mayores talentos actuales del panorama musical español. Otra vez será.

 

Web del Festival: www.festivaldeubeda.com