El
crimen del lago
Víctor Pliego de Andrés. Lee su
curriculum.
Bonhomet
y el cisne.
Ópera de cámara en
dos actos. Música y libreto: Eduardo Pérez Maseda.
Reparto: Pedro Casablac (narrador), David
Azurza (contratenor),
Isidro Anaya (barítono), Cecilia Alcedo (soprano). Bailarinas:
Yoko Taira (coreógrafa), Aída
Badía, Andrea Méndez. Dirección musical:
José Luis Temes. Dirección de escena:
Tomás Muñoz. Solistas de la Orquesta de la Comunidad de Madrid.
Producción de la Orquesta de la Comunidad de Madrid y Teatro de la
Abadía. Teatro de la Abadía, 3 y 4 de junio de 2006.
Eduardo Pérez
Maseda (1953) estrenó hace tres lustros en la Sala Olimpia una
ópera titulada Luz de Oscura Llama. Posteriormente, en 1989,
compuso Swan, una pieza radiofónica
de fuerte contenido escénico que ha quedado incorporada como primer
acto de esta segunda ópera que ahora se ha presentado en el Teatro de
la Abadía. El año 2003, el compositor escribió La Aparición,
una respuesta escénica, tardía y bien madurada a
Swan, que constituye el segundo acto de
Bonhomet y el cisne. El
argumento está libremente inspirado en El asesino de cisnes,
una breve e inquietante narración de Villiers
de l’Isle-Adam
que recoge el mito antiguo sobre el cisne que emite su canto más bello
antes de morir. La ópera así creada, por yuxtaposición, tiene un
carácter heterogéneo y sus dos actos crean dos mundos sonoros y
dramáticos distintos, sutilmente relacionados por la temática.
Escucharla es como ver dos óperas por el precio de una. El primer
acto, Swan, tiene toda la
riqueza de la voz del narrador y de los materiales radiofónicos
empleados, que crean todo un decorado sonoro sobre el que discurren
voces y unos pocos instrumentos. Por el contrario, en la segunda
parte, La Aparición, no hay narrador ni electrónica, pero si un
grupo instrumental más nutrido y al intervención de unas bailarinas.
Dentro de su clara multiplicidad, la música resulta sugestiva y no
aburre en ningún momento. Como suele ocurrir en este tipo de
propuestas modernas, los instrumentistas estuvieron superiores a los
cantantes, aunque nada hubo que objetar a la intervención esforzada de
éstos. José Luis Temes llevó la dirección
con la profesionalidad, meticulosidad y seguridad que es habitual en
él y que los músicos siempre agradecen dando lo mejor de si mismos. La
puesta en escena fue barullera y desproporcionada para el espacio
disponible. Sobre el escenario estaban los intérpretes, los músicos,
las bailarinas, el decorado, el mobiliario, unas proyecciones y hasta
un estanque con agua natural, todo ello demasiado apretado como para
que cada elemento tuviera la debida claridad y limpieza en su
tratamiento. Para este diseño hubiera hecho falta un teatro con más
espacios y una dirección escénica más razonable. La programación del
Teatro de la Abadía es siempre variada, interesante y de calidad.
Incluir una ópera de estas dimensiones ha sido un reto superado con
estrechez pero digno de mérito y felicitación.
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