DESCONCERTANTE ZIMERMAN
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 5 de marzo
de 2008. J. S. Bach: Partita nº 2 en Do menor BWV 826.
Beethoven: Sonata nº 8, “Patética”. Mozart: Sonata en Do
mayor KV 330. Chopin: Sonata nº 3
en Si menor. Krystian Zimerman, piano.
Por Fernando López
Vargas-Machuca.
Krystian Zimerman no sólo es una de las mayores figuras del piano de
los últimos lustros, sino que puede ser considerado hoy día como el
mejor junto con Barenboim y el aún joven Kissin: simplificándolo
mucho, diríamos que el polaco propone un piano de insuperable
perfección técnica presidido por el análisis y la razón, el de Buenos
Aires pone el corazón por delante de todo aun arriesgándose a perder
el equilibrio entre forma y fondo, mientras que el ruso alcanza una
admirable fusión entre ambos planteamientos, lo que no es sino la
síntesis ideal entre la mente y espíritu. Pero esto no significa que
los tres sean indiscutibles: en la última visita del primero de los
citados al Maestranza los resultados han dejado que desear.
Abría la velada la Partita nº 2 en Do menor BWV 826 de Bach:
limpieza en la articulación, portentosa claridad polifónica y uso
dosificado pero en ocasiones muy atrevido del pedal presidieron una
lectura admirable en lo técnico -dos o tres notas falsas no tuvieron
importancia- pero deslavazada en lo expresivo. Y que conste que no
hablamos de “sentimientos” sino de expresión. La matemática bachiana
está llena de bellezas sobre las que el polaco pasó como una
apisonadora en una interpretación que comenzó muy cuadriculada y
rutinaria, poco matizada, y que sólo comenzó a centrarse en la
Sarabande, paladeada con más detalle y entrega emocional,
culminando en un Capriccio, ahora sí, lleno de fuerza y garra.
A ultimísima hora la postrera sonata de Beethoven fue sustituida por
la Patética, y aquí Zimerman volvió a demostrar su escasa
sintonía con el sordo: es difícil tocar esta obra maestra con
semejante perfección digital -aunque volvieran a aparecer notas
falsas- y resultar al mismo tiempo tan superficial. Los momentos
dramáticos sonaron poderosos pero insinceros, y hasta llegaron a tener
alguna caída en el efectismo, mientras que los más meditativos
carecieron de esa poesía al mismo tiempo concentrada y poderosa que
caracteriza al autor. El sonido, por otra parte, careció de esa
“densidad” tan difícil de definir pero tan necesaria cuando escuchamos
la música de Beethoven. En cualquier caso hay que reconocer que se
trata de una partitura especialmente difícil: Barenboim en el propio
Maestranza se mostró un tanto desconcentrado hace unos años cuando se
atrevió con ella.
La segunda parte del programa fue idéntica a la primera del
recital que ofreció Lang Lang el pasado año. Un prodigio de
elegancia, transparencia y equilibrio la Sonata KV 330 de
Mozart, sin duda…. pero de nuevo muy escasa de sustancia expresiva.
Incluso en algún momento resultó pimpante, sin ser tan frívola como la
del artista chino. Y llegó finalmente la Tercera Sonata de
Chopin, en la que Zimerman sí logró ofrecer -ya iba siendo hora- una
interpretación idiomática, magníficamente desmenuzada, rica en
colorido y rebosante de un apasionamiento que, siempre muy controlado,
nunca hizo peligrar la arquitectura general. Ahora bien,
interpretaciones aún más sinceras, arrebatadoras y creativas se las he
escuchado en directo a Kissin, a citado Lang Lang y -no exagero- al
andaluz Javier Perianes. Y tratándose de Chopin, a Zimerman hay que
pedirle el máximo.
Cuando al comenzar el recital anunciaron por megafonía que se
sustituía la última sonata de Beethoven por la Patética,
alguien del público gritó “¡fuera!”. Sorprendentemente el divo
Zimerman, que hasta pocos días antes no había querido revelar el
programa, quiso disculparse ofreciendo como propina el acongojante
primer movimiento de la Op. 111, confesando que no la había
tocado completa porque no había tenido tiempo de prepararla. Pues
bien, en su ejecución se volvió a echar de menos una sonoridad
puramente beethoveniana, pero aquí sí hicieron su aparición ese
apasionamiento sincero, esa rebeldía poderosa pero bien controlada y
esa grandeza espiritual propias de su autor; de hecho se trató de una
interpretación mejor construida y mucho más matizada que la de la
sonata antes referida, exhibiendo incluso detalles propios de un
pianista genial. ¿Ustedes entienden a este señor? Yo tampoco.
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