WERTHER EN SEVILLA, OTRA VEZ
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 8 de marzo
de 2008. Massenet: Werther. Luca Lombardo, Jossie Pérez, Albert
Schagidullin, Ruth Rosique, Michel Trempont, Manuel de Diego, Fernando
Latorre. Escolanía de Los Palacios. Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla. Michel Plasson, dirección musical. David Alagna, dirección
escénica. Producción escénica del Teatro Regio de Turín.
Por Fernando López
Vargas-Machuca.
Orfeo
y Eurídice,
El rapto en el Serrallo, Guillermo Tell, La forza del
destino, Boris Godunov, Tristán e Isolda, Wozzeck,
Il Trittico… Son sólo alguna de las numerosas obras maestras de
la lírica que aún no se han asomado por el Maestranza. ¿Para qué,
entonces, volver a ofrecer un título tan irregular como Werther
cuando en 1995 el teatro sevillano llevó a su escenario esta misma
obra con un cartel encabezado por Alfredo Kraus? Tendría quizá sentido
si ahora se hubiera podido contar con un elenco de primerísima línea,
pero tampoco ha sido el caso. Pensemos por otra parte que también se
han visto en Sevilla Manon, Le Cid y -en formato de
cámara- El retrato de Manon. Vamos, que de Massenet ya andamos
bien servidos. Y ahora el cercano Villamarta amenaza con hacer su
propio Werther. Con todos los respetos: hay autores y óperas
mucho más interesantes como para ofrecer más de lo mismo.
El único elemento de interés en la nueva propuesta del Maestranza ha
sido la presencia en el foso de Michel Plasson, responsable de la
lectura discográfica considerada unánimemente como referencia, la que
protagonizaron Tatiana Troyanos y el citado Kraus para el sello EMI. Y
efectivamente, el maestro francés ha estado a la altura al conseguir
de la Sinfónica de Sevilla la levedad, el fraseo mórbido, el colorido
pastel y la elegancia algo indolente esperables en este repertorio sin
dejar de atender -antes al contrario- a las voces que se encontraba en
la escena. Una sin duda irreprochable labor, aunque quien esto
suscribe prefiera la mucho más intensa, creativa y matizada que
ofreció Julius Rudel en el madrileño Teatro Real hace unos cuantos
años, que se puede disfrutar en una retransmisión televisiva
fácilmente localizable en Internet.
Canceló Roberto Aronica y hubo de ser sustituido por dos tenores
distintos: Andrew Richards en la primera, tercera y cuarta función,
Luca Lombardo en la segunda. Fue a este último al que vimos. Lírico
puro de materia prima interesante pero prematuramente deteriorada, su
interpretación dejó que desear por culpa de una emisión forzada, con
frecuencia abierta, a veces tremolante, aunque al menos cantó muy en
el estilo y se esforzó por matizar sus intervenciones. No tiene la
suficiente presencia escénica. Mucho mejor la bellísima Jossie Pérez,
pues a despecho de un registro agudo metálico y un grave algo forzado,
lució un centro precioso y una excelente línea, componiendo una
Charlotte sensual y matizada, ya que no especialmente arrebatadora; en
el tercer acto estuvo espléndida.
Pura mediocridad Albert Schagidullin, como siempre; inexplicable que
este señor haya hecho semejante carrera. Gastado pero muy solvente
Michel Trempont, al que le ayudaba un físico perfecto para encarnar al
Magistrado. Digno Fernando Latorre como Johann y excelente Manuel de
Diego como Schmidt, lo que sirvió de poco dada la brevedad de sus
papeles. Así las cosas, se comprende que la triunfadora de la noche
fuera Ruth Rosique, excelente en lo canoro y muy adecuada por su
temperamento para la pizpireta Sophie. Espléndido el conjunto de
niños, tan decisivo en esta obra.
La producción escénica venía de Turín y se encontraba firmada por
David y Frédérico Alagna, hermanísimos de quien ustedes ya
saben. Fue la propia de catetos con dinero: escenografía hiperrealista
y espectacular -lo que en sí mismo no es malo-, perro y caballo
deambulando por el escenario, dirección de actores muy convencional,
escasa profundización en los personajes y situaciones, uso tópico de
los colores, juegos de luces bruscos pretendidamente impactantes y
varios detalles del gusto más hortera, como el momento en el que el
protagonista canta aquello de “O spectacle idéal d’amour et
d’innocence” y de pronto Charlotte y sus hermanitos se quedan todos
quietos en una pose ridícula mientras un haz de luz subraya la postal.
Es verdad que la producción que vimos en el 95 era pobretona, pero al
menos no resultaba tan cargante como ésta. El público aplaudió con más
cortesía que entusiasmo.
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