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LOS RETORNOS DE HÉLÈNE GRIMAUD
Por
Angel Riego
Cue. Lee su
Curriculum.
En el pasado número de Filomúsica comentábamos el, por ahora, último
disco, de Hélène Grimaud, y siguiendo con la pianista francesa traemos
ahora a colación un CD anterior, dedicado a obras de Rachmaninov y Chopin,
incluyendo las Segundas Sonatas de ambos; un acoplamiento que la
pianista explica en una entrevista en el libreto adjunto, por ser ambas
obras "requiems" por la gente a la que amamos y que nos ha dejado.
En 1985, nada más terminar sus estudios en el Conservatorio, una
jovencísima (15 años) Hélène Grimaud grababa para Denon su primer disco,
la Segunda Sonata de Rachmaninov (junto con los Etudes-Tableaux
Op. 33 y dos Preludios de la Op. 32). Es una obra que la pianista ha
llevado siempre en su repertorio, hasta que veinte años después ha
decidido volver a grabarla. Sobre su concepto de la obra, basta decir que
a los 14 años había quedado impresionada cuando su padre le regaló la
grabación de Vladimir Horowitz, y se aprendió la obra en tres semanas. Lo
que aquí escuchamos está muy influido por el genial pianista ruso: esos
movimientos extremos tan torrenciales, con enorme gama dinámica, pero sin
perder nunca la elegancia y la distinción, mucho nos recuerdan a don
Vladimir. Sin que se pueda hablar de simple copia, pues la Grimaud asimila
las características de Horowitz dentro de su propio estilo, y la claridad
y limpieza sonora que escuchamos, así como la sensación de "suavidad"
(curiosamente, hasta en los momentos de mayor dinámica) son
características típicas de la francesa. En el movimiento central, Grimaud
se decanta por hacerlo más intenso que Horowitz, aunque aquí la elegancia
del ruso (con cierto toque que para nuestros oídos pueda quedar algo
"swing") puede ser preferible.
En conjunto, el resultado no sólo es plenamente satisfactorio, sino que
nos atrevemos a decir que estamos ante una de las grandes lecturas de esta
Sonata, algo que se echaba de menos en el sello amarillo, que en
muchos aspectos es "el sello de los pianistas" por antonomasia, pero que
carecía de una versión "de bandera" de una obra tan importante como esta
(hace años editaron una por Weissenberg); una interpretación que desde
luego supera ampliamente a la de la misma pianista en 1985 (reeditada en
una caja de Brilliant Classics), donde la chica ya apuntaba buenas maneras
pero estaba aún verde", y que puede instalarse en el cuadro de honor,
donde además de Horowitz estarían otros pianistas como Ashkenazy (con una
interpretación totalmente distinta, más elegante y "distante", casi
llegando a veces a la languidez, pero también magistral).
El disco se completa con tres obras de Chopin, compositor que también
representa un retorno para Hélène Grimaud, pues no lo interpretaba desde
los 17 años, según cuenta ella misma en la entrevista incluida en las
notas del CD. La Sonata nº 2 (que incluye la famosa "Marcha
Fúnebre") recibe una interpretación suave, sin rotundidades, ni
siquiera en su movimiento más célebre, que aquí no serviría para ilustrar
anuncios televisivos ni imágenes de entierros de líderes del Kremlin; en
su lugar, tenemos una melancólica meditación sobre la muerte (el tema
conductor del disco, no lo olvidemos) con momentos de un ensimismamiento
maravilloso en la sección central. En el Grave inicial, Grimaud sabe
rubatear y hacer "cantar" al piano como los grandes, y en ese movimiento
consigue dar la sensación de lo "vertiginoso" (y en el Scherzo siguiente
de lo "torrencial") sin necesitar apoyarse nunca en la contundencia
sonora. El Finale es menos acelerado que de costumbre, Grimaud no quiere
aquí una carrera de velocidad.
En resumen, si la Deutsche Grammophon contaba hasta ahora con tres
versiones importantes de esta Sonata (Pollini, la más
equilibrada; Argerich, algo más apoyada en el efectismo, aunque también
magnífica; y Pogorelich, quizá la más discutible), a partir de ahora tiene
una cuarta que en nada desmerece a lado de tan ilustre compañía.
Las dos últimas piezas chopinianas que cierran el disco son una delicada
Berceuse (que recuerda un poco a Satie) y una Barcarola
también de enorme delicadeza, pero con un final vitalista, como queriendo
afirmar la vida después de haber meditado sobre la muerte. Una
interpretación que convence incluso más que la de Pollini en el mismo
sello (lo que no ocurría con la Berceuse) y pone el broche de oro
a un disco magníficamente grabado y totalmente recomendable.
REFERENCIAS
CHOPIN: Sonata nº 2. Berceuse. Barcarola.
RACHMANINOV: Sonata nº 2
Helène Grimaud, piano.
DG 00289 477 5325
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