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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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LOS RETORNOS DE HÉLÈNE GRIMAUD

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.


En el pasado número de Filomúsica comentábamos el, por ahora, último disco, de Hélène Grimaud, y siguiendo con la pianista francesa traemos ahora a colación un CD anterior, dedicado a obras de Rachmaninov y Chopin, incluyendo las Segundas Sonatas de ambos; un acoplamiento que la pianista explica en una entrevista en el libreto adjunto, por ser ambas obras "requiems" por la gente a la que amamos y que nos ha dejado.

En 1985, nada más terminar sus estudios en el Conservatorio, una jovencísima (15 años) Hélène Grimaud grababa para Denon su primer disco, la Segunda Sonata de Rachmaninov (junto con los Etudes-Tableaux Op. 33 y dos Preludios de la Op. 32). Es una obra que la pianista ha llevado siempre en su repertorio, hasta que veinte años después ha decidido volver a grabarla. Sobre su concepto de la obra, basta decir que a los 14 años había quedado impresionada cuando su padre le regaló la grabación de Vladimir Horowitz, y se aprendió la obra en tres semanas. Lo que aquí escuchamos está muy influido por el genial pianista ruso: esos movimientos extremos tan torrenciales, con enorme gama dinámica, pero sin perder nunca la elegancia y la distinción, mucho nos recuerdan a don Vladimir. Sin que se pueda hablar de simple copia, pues la Grimaud asimila las características de Horowitz dentro de su propio estilo, y la claridad y limpieza sonora que escuchamos, así como la sensación de "suavidad" (curiosamente, hasta en los momentos de mayor dinámica) son características típicas de la francesa. En el movimiento central, Grimaud se decanta por hacerlo más intenso que Horowitz, aunque aquí la elegancia del ruso (con cierto toque que para nuestros oídos pueda quedar algo "swing") puede ser preferible.

En conjunto, el resultado no sólo es plenamente satisfactorio, sino que nos atrevemos a decir que estamos ante una de las grandes lecturas de esta Sonata, algo que se echaba de menos en el sello amarillo, que en muchos aspectos es "el sello de los pianistas" por antonomasia, pero que carecía de una versión "de bandera" de una obra tan importante como esta (hace años editaron una por Weissenberg); una interpretación que desde luego supera ampliamente a la de la misma pianista en 1985 (reeditada en una caja de Brilliant Classics), donde la chica ya apuntaba buenas maneras pero estaba aún verde", y que puede instalarse en el cuadro de honor, donde además de Horowitz estarían otros pianistas como Ashkenazy (con una interpretación totalmente distinta, más elegante y "distante", casi llegando a veces a la languidez, pero también magistral).


El disco se completa con tres obras de Chopin, compositor que también representa un retorno para Hélène Grimaud, pues no lo interpretaba desde los 17 años, según cuenta ella misma en la entrevista incluida en las notas del CD. La Sonata nº 2 (que incluye la famosa "Marcha Fúnebre") recibe una interpretación suave, sin rotundidades, ni siquiera en su movimiento más célebre, que aquí no serviría para ilustrar anuncios televisivos ni imágenes de entierros de líderes del Kremlin; en su lugar, tenemos una melancólica meditación sobre la muerte (el tema conductor del disco, no lo olvidemos) con momentos de un ensimismamiento maravilloso en la sección central. En el Grave inicial, Grimaud sabe rubatear y hacer "cantar" al piano como los grandes, y en ese movimiento consigue dar la sensación de lo "vertiginoso" (y en el Scherzo siguiente de lo "torrencial") sin necesitar apoyarse nunca en la contundencia sonora. El Finale es menos acelerado que de costumbre, Grimaud no quiere aquí una carrera de velocidad.

En resumen, si la Deutsche Grammophon contaba hasta ahora con tres versiones importantes de esta Sonata (Pollini, la más equilibrada; Argerich, algo más apoyada en el efectismo, aunque también magnífica; y Pogorelich, quizá la más discutible), a partir de ahora tiene una cuarta que en nada desmerece a lado de tan ilustre compañía.

Las dos últimas piezas chopinianas que cierran el disco son una delicada Berceuse (que recuerda un poco a Satie) y una Barcarola también de enorme delicadeza, pero con un final vitalista, como queriendo afirmar la vida después de haber meditado sobre la muerte. Una interpretación que convence incluso más que la de Pollini en el mismo sello (lo que no ocurría con la Berceuse) y pone el broche de oro a un disco magníficamente grabado y totalmente recomendable.


REFERENCIAS

CHOPIN: Sonata nº 2. Berceuse. Barcarola.
RACHMANINOV: Sonata nº 2
Helène Grimaud, piano.
DG 00289 477 5325