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Recital de
Maurizio Pollini.
Tres piezas para piano, op. 11
de Arnold
Schönberg;
Kreisleriana, op. 16
de Robert Schumann;
Sonata para piano núm. 17 “La tempestad” y Sonata
para piano núm. 23 “Appasionata” de
Ludwig van Beethoven.
Ciclo Beethoven. Teatro Real. Madrid, 20 de
abril de 2008.
Maurizio
Pollini sigue siendo el rey. No se puede tocar
mejor. Para acompañar y ampliar un poco el
Fidelio de Abbado
(solo dos funciones con el maestro), el
Teatro Real
ha organizado un breve pero impactante Ciclo
Beethoven, con tres conciertos entre los que se ha contado con un
recital extraordinario de Pollini, que poco
antes tocó en el Auditorio Nacional de
Madrid en el
Ciclo
de Scherzo. El
Teatro Real es un gran
teatro de
ópera, pero también es una sala de conciertos estupenda, con una acústica
privilegiada, como pudimos volver comprobar con un tan ilustre músico. Me
gusta mucho como suena este recinto, aunque en esta predilección
seguramente influye el haberme formado como oyente asistiendo a
conciertos en este lugar. El caso es que se dieron las
circunstancias idóneas para que Pollini
ofreciera una actuación memorable. Llegó a Beethoven
en un curioso recorrido a través de la máquina del tiempo, partiendo de
Schönberg y haciendo parada intermedia en
Schumann. El genio de los tres compositores
convocados se unió en una sola luz. Aunque resulta obvio recordar que
oímos la música del pasado con lo oídos y criterios de ahora, acumulada la
experiencia de todo lo ocurrido entre medias, el pianista enfatizó este
trayecto poniendo a Beethoven como final de un
recital que se abrió con Schönberg. Hizo una
interpretación dentro de la lógica de la perspectiva histórica.
Pollini no solo es un virtuoso y un artista
del teclado: también es un sabio musicólogo, conocedor en profundidad del
repertorio de todas las épocas y de las ocultas conexiones que puede haber
entre unas y otras. Su actuación fue maravillosa, completamente
concentrada en la música escogida, sin concesiones al público que, sin
embargo, escuchó hipnotizado. Se negó a dar propinas para no romper el
círculo y no empañar la rotundidad de la selección propuesta. El criterio
interpretativo es, sin duda, personal, pero está al servicio de la
partitura; rebosa frescura y actualidad. Pollini
tiene además un control y dominio sobrenatural del sonido, con latido y
frase sostenido de principio a fin. El espíritu de la música inundó el
Teatro Real
como pocas veces, con una fuerza mágica e irresistible.
Fotografía:
Philippe Gontier
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