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Número 88º - Marzo-mayo 2.008


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Un culebrón de lujo

Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. 

La Gioconda. Música de Amilcare Ponchielli. Libreto de Arrigo Boito. Reparto: Violeta Urmana, Elisabetta Fiorillo, Orlin Anastassov, Elena Zaremba, Fabio Armiliato, Lado Ataneli, Joseph Ribot, Deyan Vatchkov, Jon Plazaola. Bailarines estrella: Letizia Giuliani, Ángel Corella. Director musical: Avelino Pidò. Director de escena, escenógrafo y figurinista: Pier Luigi Pizza. Coreógrafo: Gheorghe Iancu. Iluminador: Sergio Rossi. Director del coro: Peter Burian. Escolanía de la Comunidad de Madrid. Director: Félix Redondo. Coro y Orquesta Titular del Teatro Real. Producción del Teatro Real de Madrid, el Gran Teatre del Liceu y el Festival de la Arena de Verona. Teatro Real de Madrid, del 16 de febrero al 9 de marzo de 2008. 

La Gioconda ha sido la ópera que más veces fue representada en el Teatro Real de Madrid de los viejos tiempos. Pocos la habían visto en nuestros días antes de que volviera a subir a escena con la magnífica producción preparada en colaboración con Verona y el Liceu. La obra reúne todos los tópicos decimonónicos del género: pasión, honor, muerte y crueldad; arias peliagudas, decorados espectaculares y danzas. El libreto de Arrigo Boito es un culebrón lleno de golpes de efecto y dramatismo. La música de Ponchielli tiene momentos luminosos, pero es producto del buen oficio compositivo más que de un genio inspirado, y no deja de tener algunos pasajes que solo se sostienen gracias a la acción escénica. La partitura acredita un gran dominio de la mecánica teatral y es excelente soporte para el espectáculo grandioso a que da lugar. Así lo ha interpretado el maestro Pizzi con una puesta en escena impecable, en la que destaca el admirable movimiento de grupos sobre un escenario casi desnudo, compuesto por escaleras y puentes de los canales de Venecia en los que navegan las góndolas. El espacio se sugiere sobriamente con una niebla constante sobre fondo negro. También ha diseñado Pizzi el elegante vestuario que, con pocos colores (negro, blanco, gris y rojo), llena de vida el escenario. La dirección de los personajes no estuvo tan lograda como la de masas, pero el reparto vocal escogido para esta producción fue extraordinario: Violeta Urmana, que el pasado año triunfó con Cavalleria en este mismo teatro, presenta una maravillosa Gioconda, llena de “vigorosa delicadeza”. Su talento probó que ambas cosas pueden presentarse de la mano. El tenor Fabio Grimaldo encarna a Enzo enfrentándose con soltura al papel, con un timbre de noble metal y extraordinaria proyección. Elisabetta Florillo no se queda atrás con la comprometida interpretación de Laura, aunque utiliza mucha voz de cabeza, con resultados algo duros. El malvado Barbana es encarnado brillantemente por Lado Ataneli, que tiene una voz de barítono verdaderamente luminosa. También bordaron sus papeles Elena Zaremba, como la madre ciega, y Orlin Anastassov, como Alvise. El coro se mueve cómodamente e interviene con un brío a veces excesivo, pero con una ejecución magnífica. La orquesta funciona con la profesionalidad habitual, bajo el impulso experto, nervioso y muy rubato del maestro Avelino Pidò, completando a la perfección la parte musical. Todo ello fue una suma de elementos suficientes para justificar el éxito de la función. En la famosa danza de las horas (popularizada por un anuncio de sopa instantánea) aparecen dos grandes estrellas del ballet, Letizia Giuliani y Ángel Corella, doradas hasta el pelo, para realizar un impresionante despliegue de virtuosismo, sin demasiada coherencia pero con más fouettes que en Don Quixote. El público quedó arrebatado con estos artificios y demás efectos especiales, que incluían un incendio y posterior hundimiento de un barco en el canal. Los bailarines fueron muy ovacionaos por su breve intervención, más que  los maravillosos cantantes en algunas de sus estupendas arias, tal vez porque, entre todos los prodigios mostrados en esta representación, el más discreto fuera la partitura de Ponchielli que daba pie al espectáculo. La música es correcta y tiene calidad, pero no genialidad. Gustó mucho y con razón, esta ópera de museo sacada del baúl de los recuerdos, donde dormía por causa que entiendo justa. El cuadro artístico, la dirección de escena y musical consiguieron engrandecerla por encima de sus propios méritos. Dicho lo cual, constato que la producción fue una gozada para cualquier aficionado.

 Fotografía: Javier del Real