Un
culebrón de lujo
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee su
curriculum.
La
Gioconda.
Música
de Amilcare Ponchielli.
Libreto de Arrigo Boito. Reparto:
Violeta Urmana,
Elisabetta Fiorillo, Orlin
Anastassov, Elena
Zaremba, Fabio Armiliato,
Lado Ataneli,
Joseph Ribot,
Deyan Vatchkov,
Jon Plazaola.
Bailarines estrella:
Letizia Giuliani, Ángel
Corella.
Director musical:
Avelino Pidò. Director de escena,
escenógrafo y figurinista: Pier
Luigi Pizza.
Coreógrafo:
Gheorghe Iancu.
Iluminador: Sergio Rossi. Director del coro:
Peter Burian.
Escolanía de
la Comunidad de Madrid. Director: Félix Redondo. Coro y Orquesta Titular
del Teatro Real. Producción del
Teatro Real
de
Madrid, el
Gran Teatre del Liceu
y el Festival de la Arena
de Verona.
Teatro Real de Madrid, del 16 de febrero al 9 de marzo
de 2008.
La Gioconda
ha sido la ópera que más
veces fue representada en el
Teatro Real
de Madrid de los viejos tiempos. Pocos la habían visto en nuestros días
antes de que volviera a subir a escena con la magnífica producción
preparada en colaboración con Verona y el Liceu.
La obra reúne todos los tópicos decimonónicos del género: pasión, honor,
muerte y crueldad; arias peliagudas, decorados espectaculares y danzas.
El libreto de Arrigo
Boito es un culebrón lleno de golpes de efecto y dramatismo. La
música de Ponchielli tiene momentos
luminosos, pero es producto del buen oficio compositivo más
que de un
genio inspirado, y no deja de tener algunos pasajes que solo se
sostienen gracias a la acción escénica. La partitura acredita un gran
dominio de la mecánica teatral y es excelente soporte para el
espectáculo grandioso a que da lugar. Así lo ha interpretado el maestro
Pizzi con una puesta en escena impecable, en
la que destaca el admirable
movimiento de
grupos sobre un escenario casi desnudo, compuesto por escaleras y
puentes de los canales de Venecia en los que navegan las góndolas. El
espacio se sugiere sobriamente con una niebla constante sobre fondo
negro. También ha diseñado Pizzi el elegante
vestuario que, con pocos colores (negro, blanco, gris y rojo), llena
de vida el
escenario. La dirección de los personajes no estuvo tan lograda como la
de masas, pero el reparto vocal escogido para esta producción fue
extraordinario: Violeta Urmana, que el
pasado año triunfó con Cavalleria
en este mismo teatro, presenta una maravillosa Gioconda, llena de
“vigorosa delicadeza”. Su talento probó que ambas cosas pueden
presentarse
de la mano. El
tenor Fabio Grimaldo encarna a Enzo
enfrentándose con soltura al papel, con un timbre de noble metal y
extraordinaria proyección. Elisabetta
Florillo no se queda atrás con la
comprometida interpretación de Laura, aunque utiliza mucha voz de
cabeza, con resultados algo duros. El malvado
Barbana es encarnado brillantemente por Lado
Ataneli, que tiene una voz de barítono verdaderamente luminosa.
También bordaron sus papeles Elena Zaremba,
como la madre ciega, y Orlin
Anastassov, como Alvise.
El coro se mueve cómodamente e interviene con un brío a veces excesivo,
pero con una ejecución magnífica. La orquesta funciona con la
profesionalidad habitual, bajo el impulso experto, nervioso y muy
rubato del maestro Avelino
Pidò, completando a la perfección la parte
musical. Todo ello fue una suma de elementos suficientes para justificar
el éxito de
la función. En
la famosa danza de las horas (popularizada por un anuncio de sopa
instantánea) aparecen dos grandes estrellas del ballet,
Letizia Giuliani
y Ángel Corella, doradas hasta el pelo, para
realizar un impresionante despliegue de virtuosismo, sin demasiada
coherencia pero con más fouettes
que en Don Quixote. El
público quedó arrebatado con estos artificios y demás efectos
especiales, que incluían un incendio y posterior hundimiento de un barco
en el canal. Los bailarines fueron muy ovacionaos por su breve
intervención, más que los maravillosos cantantes en
algunas de sus estupendas arias, tal vez porque, entre todos los
prodigios mostrados en esta representación, el más discreto fuera la
partitura
de
Ponchielli que daba pie al
espectáculo. La música es correcta y tiene calidad, pero no genialidad.
Gustó mucho y con razón, esta ópera de museo sacada del baúl de los
recuerdos, donde dormía por causa que entiendo justa. El cuadro
artístico, la dirección de escena y musical consiguieron engrandecerla
por encima de sus propios méritos. Dicho lo cual, constato que la
producción fue una gozada para cualquier aficionado.
Fotografía:
Javier del Real