Un
abrazo al aire
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee su
curriculum.
Béjart
Ballet Lausanne.
Zaratustra, el canto de
la danza.
Programa:
Prélude, música de
Wagner y Beethoven;
Venise, música de
Vivaldi y Wagner;
Les 4 éléments, músicas
iraníes, de Bach, Offenbach y
Wagner; Le
chant de la nuit, música de
Beethoven;
Violence... Rires...
Passion, música de
Wagner y Metastasio;
Donosos, músicas iraníes, de Manos Hadjidakis
y Wagner;
Ariane, música de Friedrich
Nietzsche y Wagner;
L’éternel
retour, músicas aborígenes; Le
voyageur, músicas de distintos países;
Alle Menschen werden Brüder, música de Beethoven.
Bailarines: Gil Román, Julián Favreau,
Octavio de la Roza, Alessandro
Schiatarella, Óscar Chacón, Katia
Shalkina, Elisabet
Ros y otros. Coreografía: Maurice
Béjart. Vestuario: Henri
Davila. Luces y espacio escénico:
Clément Cayrol.
Teatro Real
de Madrid, días 20, 21, 22, 24 y 25 de febrero de 2008.
Béjart
murió hace pocos meses. Las ovaciones con las que el público premió a su
compañía en visita a Madrid estuvieron teñidas de un sincero y oculto
pesar. Pero sus bailarines siguen girando en el eterno círculo de la
vida y de la muerte. Zaratustra,
el canto de la danza (2005) es un complejo homenaje de
Bejárt, el coreógrafo, a
Nietschze, el bailarín. Hay grandes
contrastes entre la primera y segunda parte, entre la oscuridad del
Norte y la luz mediterránea, entre lo ligero y lo pesado, entre Dionisio
y el ausente Apolo. La música es variopinta y, partiendo de
Wagner, desemboca en
Beethoven a través de un sorprendente recorrido inverso que pasa
por muchas estaciones. Por casualidad ha estado hace poco en el mismo
escenario el Tristán, y
Beethoven ha sido bailado hace poco en
Madrid por la compañía de Ullate, aventajado
discípulo de Béjart. La luz y el espacio
escénico de Climent Cayrol fueron sencillos
pero muy sugerentes. La sonorización correcta, sin llegar a ser tan
excepcional como lo fueron todos los otros elementos de
la
producción. Gil Roman,
director artístico de la compañía, encarna al filósofo y, además de
bailar con línea impecable, declama sus textos en francés (otra
paradoja). La voz es amplificada y sobretitulada.
El argumento se construye sobre textos de Nietschze
que culminan en una danza dionisiaca. Es un ballet con mucha música de
Wagner (y de otras muchas fuentes) y con
algo de Gesamtkunstwerk,
la obra de arte total que este compositor persiguió. Me resultó
especialmente conmovedora la singular presencia de
Elisabet Ros (La Nuit), e impactante
la de
Julien Favreau
(Zaratustra). Pero todos los bailarines,
desde el primero al último, son magníficos y dibujan una constelación de
estrellas con un físico, unas condiciones y un arte excepcionales. La
coreografía es predominantemente clásica, en puntas, porque hasta sus
claves más vanguardistas se han convertido ya en referencias familiares.
Hay fidelidad a un lenguaje coreográfico que Béjart
ha creado para el mundo de la danza y que ya es un idioma universal.
Este código se funde aquí con gestos teatrales que nunca estorban,
aunque el empleo de la voz resta “ángel” a tan celestes bailarines. El
festival de danzas del mundo fue lo único que me resultó desentonado,
especialmente cuando se apuntaron unas sevillanas para representar a
España. El espectáculo es deslumbrante por su perfección y expresividad.
Tiene magia y mitología. Constituye una exaltación de la danza, un canto
a la danza, basado en la libertad de movimientos conquistada desde el
dominio del cuerpo, desde el rigor y la disciplina. Hay muchos saltos,
muchas carreras, manos que gritan, brazos extendidos, abiertos abrazando
el aire, la vida, la humanidad. El coreógrafo ha muerto, pero su genio
vive, emocionando, en esta danza que nunca se para.
Fotografía: Javier del Real