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Número 9º - Octubre 2000


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LA SECCIÓN DEL APÓCRIFO

 

Por Antonio Pérez Vázquez

La relación entre personas es, en ocasiones, muy difícil de llevar. Incluso puede llegar a hacerse insoportable en algunos momentos.

En septiembre, los que no somos muy aplicados durante el curso tenemos que rendir cuentas y así pagar nuestro tributo. La primera mitad de este mes la he tenido que dedicar a "empollar" un poquito para rematar algo que deje a medio hacer en junio.

Durante las horas de estudio pasan muchas cosas que te pueden llegar a descentrar: el volumen de la televisión, el ruido del tráfico, niños gritando,... Pero hay una cosa que me desquicia por encima de todas las demás: la música de los vecinos.

Vivo en un bloque de pisos con un patio interior que tiene una de las mejores acústicas que se hayan construido jamás. El vecino del séptimo es capaz de oír tararear una canción al vecino del primero. No digo nada si se trata de una canción de rock duro a todo trapo.

La estampa es verdaderamente cómica. Estás con la cabeza centrada en una cosa cuando irrumpe el sonido de Britney Spears (no sé si se escribe así, aunque en verdad me importa poco) con su voz de niña buena. En realidad el sonido no es lo que más molesta, lo que hace trabajar a la imaginación es pensar en la persona que está bailando esas canciones. Mi vecina del sexto ha sido colmada por la naturaleza con una belleza bastante notable. ¿He mencionado que es animadora del equipo de baloncesto de mi ciudad? Pues sí que lo es, y no lo hace del todo mal. Mas bien diría que lo hace demasiado bien. Todos los miembros del equipo se animan muchísimo.

Ya no estoy centrado en lo que estaba estudiando, pero poco a poco intento volver a centrarme (ustedes no conocen a mi vecina); hasta que irrumpe una guitarra eléctrica que me pone los pelos de punta. Es el vecino del cuarto. Podría decirse que es la antítesis del ángel del sexto, a pesar de que a los dos les llega el pelo por los hombros. Sin querer queriendo las dos canciones empiezan a mezclarse en una orgía de guitarras eléctricas, coros, baterías, voces gritando a todo pulmón,... La apocalipsis tendrá una banda sonora muy parecida a lo que se escucha en el patio en esos momentos. Por si fuera poco, los dos intentan hacerse con el control de la situación a base de subir el volumen. Ya no puedo estudiar. Sólo puedo rezar para que termine lo antes posible.

El combate es encarnizado (para mí que les dan más de una vuelta al mando del volumen) hasta el momento en el que el jefe entra en acción: Camilo Sexto. La aparición de la voz de ese señor significa que sus respectivas mamás se van a poner a limpiar la casa. Por un lado está Don Camilo, que es el que empieza a cantar primero, y luego entra en escena Pimpinela. El volumen es mucho menor y el clima vuelve a parecerse a la tranquilidad. Lo único malo es que me parece que me estoy acostumbrando a esta "música de marujas" (y no me estoy refiriendo a nadie que responda a este alias). Me da igual, mientras pueda estudiar.

* Epílogo:

Por culpa de los dichosos exámenes de septiembre, que si bien fueron pocos pero muy malintencionados, me perdí la ópera de Don Giovanni. Gracias a tres damas muy amables (una de ellas aficionada a la escritura en sanscrito) y a un distinguido caballero del que me han oído hablar en otras ocasiones, pude ponerme al corriente del argumento de tan intemporal historia. Ellos tuvieron la suerte de ver semejante tragedia en directo.

Tras escuchar su relato, mientras degustábamos manjares de la tierra italiana, llegué a una conclusión que me hizo esbozar una sonrisa: ese Don Giovanni se hubiera ligado a mi vecina del sexto.