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CINE
Y MUSICA: "TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO SON CAMINOS
SIN RETORNO"
Por Ángel
Riego Cue
Es de sobra
conocido entre los aficionados el movimiento que se ha
dado en las últimas décadas en la recuperación de la
música antigua: autores desconocidos que salen a la luz,
interpretación con instrumentos "originales de la
época" (es decir, construidos ahora según
técnicas de entonces)... Una corriente que puede
interpretarse como una búsqueda de
"autenticidad" frente al concepto habitual de
"progreso": así, en cuanto a instrumentos
musicales, se rechaza que los actuales sean
intrínsecamente superiores a los del Barroco, ni tampoco
inferiores, sino simplemente menos adecuados para esta
música.
El sonido de las orquestas sinfónicas convencionales
podría verse así como un trasunto de nuestra
civilización moderna, tecnificada y masificada; de hecho
también podría establecerse algún paralelismo entre el
auge de este estilo de interpretación musical y el de
los actuales movimientos ecologistas, que también
denuncian los males del "progreso" en pro de
una vida más natural, la cual, sin embargo, parece ser
que no impide hacer uso de los modernos avances de la
técnica.
Quizás la posteridad llegue a recordar esta corriente
musical "historicista" asociada a la película
francesa "Todas las mañanas del mundo",
dirigida en 1991 por Alain Corneau, o quizás esta se ha
rodado con la intención de que los adeptos a la música
antigua la consideren "su" película. Lo
indudable es que el director francés (de quien no
conocemos otros trabajos) ha sabido recrear, mediante una
historia ambientada en el siglo XVII, la mentalidad
típica que se atribuye al aficionado actual a este
estilo.
El argumento trata la relación entre Marin Marais
(1656-1728), violagambista y compositor de la corte
francesa de Luis XIV, y el que fuera su maestro, el
Señor de Sainte-Colombe, un personaje enigmático del
que sabemos poco, apenas algunas líneas de referencia en
documentos de la época. Aprovechando esa laguna, el
escritor Pascal Quignard, apasionado de la música para
viola de gamba, escribió una historia original donde se
le presenta como devoto jansenista y obsesionado con el
recuerdo de su mujer, que murió mientras él tocaba para
un amigo agonizante que deseaba irse de este mundo con
buen vino y buena música.
Tras quedar viudo, Sainte-Colombe abandona las pompas
mundanas y se recluye en su granja, entregado a descubrir
los secretos de la viola de gamba, a la que dedica 15
horas diarias de ensayos, y descuidando incluso a sus dos
hijas. Cuando ellas se hacen mayores, las instruye en el
arte de tocar la viola, y los conciertos del trío se
hacen célebres. El mismo Rey de Francia manda a
Sainte-Colombe un emisario que le anuncia que Su Majestad
desea escucharle, pero será despedido altivamente por el
ermitaño ("Mi Corte son los peces y los
árboles..."), que prefiere su vida rodeado de
verdes bosques al palacio del Rey.
En esto se presenta en su casa Marin Marais, mozalbete de
17 años. Le pide ser discípulo suyo, pues ha sido
despedido como niño cantor, al haberle mudado la voz, y
cree que puede ser un buen violista. El viejo le invita a
tocar algo como prueba, y su veredicto será que Marais
es técnicamente brillante, pero que la música no es
eso. La voz conmovida de Marais conseguirá que
Sainte-Colombe le acepte como discípulo, "por
vuestro dolor, y no por vuestro arte".
Las enseñanzas de Sainte-Colombe no versan sobre
técnica, o al menos la película no las presenta así,
sino sobre el significado de la música. En la naturaleza
se encuentra música por todas partes: el sonido del
viento es música, el llanto de su hija es música,
incluso un hombre orinando produce música; donde no la
hay es en las composiciones frívolas y mundanas que
divierten a la Corte. La técnica de Marais le merece
este veredicto: "Sois un gran equilibrista, pero un
músico menor". Una vez despedido, el joven músico,
que ya goza de un empleo en la corte de Luis XIV,
continúa escuchando a escondidas a su maestro, mientras
este practica a solas en un cobertizo.
Entretanto, la hija mayor de Sainte-Colombe, Madeleine,
se había enamorado de Marais, que la dejará embarazada,
antes de huir del lugar y casarse con otra. Ella da a luz
un niño muerto, y cae en una depresión que le hará
terminar en el suicidio. Sin embargo, años después,
cuando Sainte-Colombe está ya próximo a morir, y Marais
le vuelve a visitar en secreto esperando oír su música,
para que no se pierda en el olvido, el antiguo discípulo
se presenta ante su maestro y este último no le reprocha
las desgracias que acarreó a su familia, lo que parece
revelar una mentalidad fatalista y resignada ante las
mismas. En su lugar, le da la última lección,
revelándole qué es la música: la música es la voz de
los que no tienen voz, es la voz por la que se expresan
los muertos y los que no han nacido, es la expresión de
un misterio no sólo humano.
A este respecto, además de la vida "en contacto con
la naturaleza" y de la aceptación de la muerte como
parte de la misma, encontramos también otro aspecto que
aparece con frecuencia en los movimientos que, de una
forma u otra, llaman a oponerse al progreso, y es el
coqueteo con diversas formas de irracionalismo y
misticismo. Sainte-Colombe, al llegar a dominar los
secretos de la viola de gamba, consigue comunicarse con
su mujer muerta, que se le aparece habitualmente. Marais,
por su parte, que al principio de la película se ve ya
mayor y respetado (narrando su juventud en
"flash-back" y terminando el relato con
lágrimas en los ojos), pero sin poder igualar a su
maestro, lo conseguirá al final: el film termina cuando
la maestría de Marin Marais con la viola de gamba llega
a su punto más alto, al de poder comunicarse con el Más
Allá, pues se le aparece el difunto Sainte-Colombe para
declarar que se siente orgulloso de haberle instruido.
Los hechos reales fueron, por supuesto, de otra manera.
El Marin Marais histórico sólo tomó clases de
Sainte-Colombe durante 6 meses, al cabo de los cuales su
maestro le dijo que ya nada más podía enseñarle, pues
Marais le superaría, y además añadió que con
frecuencia el discípulo supera al maestro, pero que no
creía que ningún discípulo de Marais le pudiera
superar.
Una de las bazas fundamentales del film es, como no
podía ser menos, la música de su banda sonora,
interpretada por uno de los "santones" de la
corriente historicista, el violagambista catalán Jordi
Savall. La base de la misma, lógicamente son las
composiciones de Sainte-Colombe y Marais, de este último
se aprovecha para incluir su obra más popular, la
"Sonnerie de Sainte Genèvieve", ensayada por
sus discípulos al comienzo de la película. También
aparecen sus conocidas variaciones sobre las "Folies
d'Espagne", pues son lo que toca cuando
Sainte-Colombe le pide que improvise sobre esa famosa
melodía. Debe destacarse también la escena donde se ve
a la orquesta de Versalles interpretando la Marcha del
"Burgués Gentilhombre" de Lully bajo la
dirección de Marais, quien usa como "batuta"
un bastón del mismo tipo del que, según cuentan las
crónicas, causó la muerte al propio Lully, al
clavárselo en un pie, y provocarle la gangrena.
En toda la música elegida para la película sólo hay un
anacronismo (deliberado) y es la interpretación en un
supuesto oficio religioso jansenista de la tercera
"Lección de Tinieblas" de Couperin, compuesta
medio siglo después de la época en que se narran los
hechos, y que podemos escuchar cantada por María
Cristina Kiehr y por la Sra. de Savall, Montserrat
Figueras. En la lista de intérpretes aparecen muchos
nombres ya míticos de la interpretación barroca, y que
forman o formaban entonces equipo con Savall, como Pierre
Hantaï (clave), su hermano Jerôme (viola de gamba),
Rolf Lislevand (laúd), Christophe Coin (cello) o la
orquesta Le Concert des Nations.
Otros alicientes que ofrece "Todas las mañanas del
mundo" están en la cuidadosa reconstrucción del
pasado, aunque una vez más sea un pasado idealizado: en
este sentido, destaquemos la preciosa fotografía,
inspirada en pintores de la época como Georges de la
Tour, o el lenguaje empleado, que también intenta imitar
a la literatura del XVII. Por último está el reparto,
donde cabe mencionar como Marin Marais en sus años de
madurez al famoso actor francés Gérard Depardieu (que
aparece demasiado poco como para justificar la cabecera
de cartel), su hijo Guillaume como Marais joven,
Jean-Pierre Marielle como Sainte-Colombe y Anne Brochet
como su hija mayor. A todos ellos el único reproche que
les han hecho los músicos profesionales es su escasa
idea de cómo se maneja una viola de gamba, con la única
excepción de Depardieu Jr. que ha realizado estudios de
violonchelo; de todos modos este detalle suele ser el
más descuidado en las producciones interpretadas por
actores que no sean asimismo músicos.
En resumen, si el que ve "Todas las Mañanas del
Mundo" no atiende a la especial
"filosofía" que transmite la película, puede
muy bien aburrirse y considerarla como uno más de los
plomizos productos "culturales" de los
franceses, que allí tienen invariablemente un éxito
asegurado (en el caso que nos ocupa, nada menos que 7
premios "César") pero que las más de las
veces son de difícil exportación. Conviene, sin
embargo, ver un poco más lejos, y en ese sentido todo
aficionado a la música podrá disfrutar de una película
tan cuidadosamente realizada.
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