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Christoph Willibald Gluck, el Miguel Ángel de la ópera. Por Fernando
Casado Bonet. Ingeniero de caminos, canales y puertos. Aunque Gluck tampoco es un desconocido para el aficionado medio, su Orfeo ed Euridice se representa hoy en día con cierta regularidad, la limitada fama del alemán me parece injusta, sobre todo teniendo en cuenta de que estamos ante una de las figuras clave en la historia de la ópera. Christoph
Willibald Gluck, nació en un pequeño pueblo alemán cerca de la frontera
con el Imperio Austro-Húngaro en 1714, era hijo de un inspector forestal,
no de "un humilde guardabosques" como se ha repetido hasta la
saciedad, si bien es cierto que tuvo una infancia difícil, apenas un
adolescente, debido a su carácter inquieto, se fugó de casa, ganándose
el pan como músico ambulante. Posteriormente se reconcilió con su padre
y estudió en la universidad de Praga. Durante
muchos años compuso óperas italianas de corte bastante tradicional,
conocía muy bien este género ya que había estudiado música en Milán.
Sin embargo, la importancia de Gluck se debe a que propugnó la primera
gran reforma de la ópera - la segunda correspondería a Ricardo Wagner un
siglo después - de hecho ambos compositores, a pesar de la distancia en
el tiempo, compartían bastantes planteamientos teóricos
sobre el drama musical, como queda reflejado en el manifiesto
wagneriano "Oper und Drama". También es evidente la influencia
de Gluck sobre el joven Mozart. Sin embargo, a diferencia de la ópera
mozartiana,
los personajes gluckinianos son todavía héroes mitológicos
encumbrados, se puede decir que Gluck representa la cumbre de la
denominada opera seria, genero que si bien reformó, no logró salvarlo de
una muerte segura. Lo
que verdaderamente pretendía la reforma gluckiniana
era acabar con los excesos de la recargada ópera barroca italiana,
es decir,
purificar y ennoblecer el género mediante la sobriedad en las
voces, acabar con la auténtica dictadura de los convencionalismos y la
tiranía de los cantantes. Y es que la ópera barroca se había convertido
en un mero instrumento para el exhibicionismo vocal de los castrati. Esta
sobriedad, debía estar rematada por una total economía argumental y del
texto, dejando atrás las complejas e inverosímiles tramas, las tortuosas
intrigas amorosas de la ópera barroca que Gluck detestaba profundamente:
"La semplecità, la verità e la naturalezza". Con todo esto
Gluck pretendía que la ópera fuera capaz, sin despistar al espectador,
de transmitir la nobleza de drama clásico por encima de los aspectos
superficiales, es decir, buscaba equiparar la ópera a la tragedia griega.
Es definitiva, lo que compositor pretendía era realizar la transición
musical del arte barroco al neoclásico. La
primera "ópera reformada" fue Orfeo ed Euridice,
estrenada en Viena en 1762, con libreto de otro gran innovador, Ranieri
Calzabigi (seguro que los seguidores valencianistas recordarán en el
futuro el nombre de pila de este personje). Bromas aparte, se podría
hablar mucho sobre este Ranieri, incluso escribir una novela,
no era solamente un hombre de letras y traductor de obras
francesas, sino también un negociante y aventurero. Acusado de un
asesinato en Italia, se fugó a París donde organizó, junto con su amigo
Casanova, una Lotería del Estado, protegido por la famosa madame
Pompadour. La empresa fracasó y Calzabigi huyó a Viena, allí conquistó
en poco tiempo la confianza de gente influyente y fue nombrado Consejero
de la Cámara de Comercio de Holanda que funcionaba en Viena. Fue entonces
cuando le presentaron al compositor alemán. El
estreno de Orfeo ed Euridice
fue un auténtico éxito en Viena. Modestamente,
Gluck atribuía el mérito de la reforma a su libretista. Resulta
curioso que también el argumento del legendario músico de Tracia
aparece en la primera ópera de la historia, la de Peri
y también en la primera obra maestra, la de Monteverdi. ¿Pretendían
Gluck y Ranieri Calzabigi, mediante la elección de este tema, realizar
algo así como una refundación de la ópera?. El
siguiente trabajo conjunto fue Alceste.
Un
tercer intento de reforma operística lo constituyó su siguiente título
: Paride ed Elena (1770).
Obra
que no fue precisamente bien acogida. Años
antes, Gluck había sido en la corte vienesa profesor de canto de los
hijos de la emperatriz María Teresa, entre ellos estaba la futura reina
de Francia María Antonieta. Esto le permitió trasladarse a París donde
disfrutó de su protección. Después de haber revitalizado la ópera
seria, dedicó sus esfuerzos a reformar la tragédie lyrique. De
este modo pudo estrenar en abril de 1774,
su nueva aportación a la ópera neoclásica, Iphigénie en
Aulide, que sólo fue aplaudida por el apoyo incondicional que le
prestó la reina, iniciando las ovaciones. También estrenó el mismo año
la versión francesa de Orfeo (Orphée et Eurydice) sustituyendo el
papel de Orfeo por un tenor y dotando a la obra con un extenso ballet. En
París las creaciones de Gluck suscitaron una amplia polémica entre los
partidarios de la renovada tradición francesa que tomaron al alemán como
estandarte, y los defensores de la ópera italiana, que eran muchos y
contaban con el apoyo de los enciclopedistas. Según éstos, la única
"actitud progresista" en materia de música era la aceptación
de la superioridad de la ópera italiana, según Rosseau era un hecho
doloroso pero innegable que la lengua francesa era inadecuada para
la ópera. Resulta curioso, visto desde nuestros tiempos, que eran los
entonces conservadores en política los innovadores en el arte, ¿papeles
cambiados?. El
bando italianista envió una delegación a Roma para reclutar a Nicolò
Piccini (1728-1800), un compositor de cualidades limitadas pero de un gran
carisma, su ópera La
buona figliula
había hecho reír y llorar a media Europa. Piccini escribió unas cien óperas,
muchas de ellas dentro del estilo bufo napolitano al que pertenecían
también Cimarosa y Paisiello. La verdad es que, comparado con Gluck, el
estilo de Piccini resulta bastante frívolo. Presidiendo el partido
italianista se encontraba el crítico Jean François Marmontel, director
del teatro, un infame agitador que llevó el conflicto a una guerra total
cuando publicó un ensayo difamatorio ensalzando a Piccini y tratando de
incompetente a Gluck. Mientras
Gluck y Piccini se respetaban mutuamente, sus partidarios pasaron del
conflicto puramente artístico al enfrentamiento físico,
casi al estilo de los actuales "hooligans". Basta leer
las crónicas de la época para afirmar que asistir a una representación
de ópera en París podía a ser algo incluso peligroso. Algo similar
ocurrirá cien años después en Italia con los seguidores de Wagner y de
Verdi, especialmente en Bolonia. Marmontel,
buscando mayor crispación si cabe, encargó a ambos poner música a Roland
de Quinault, Gluck descubrió que Piccini había sido favorecido, llevaba
trabajando durante varias semanas
en el proyecto, así decidió abandonar y poner música a su Armide.
El siguiente duelo operístico fue Iphigénie en Tauride. El
trabajo presentado
por Gluck fue un gran éxito, la ópera está considerada por
muchos como su obra maestra, como su testamento musical, sin embargo la
versión Piccini, estrenada con mucho retraso no ha pasado precisamente a
la historia, aunque tuvo un moderado éxito. Como anécdota, los parisinos
denominaron jocosamente a la Ifigenia de Piccini como
"Ifigenie en champange" debido al escandaloso
estado etílico de la heroína griega el día del estreno. Del duelo de
las Ifigenias, Piccini quedó muy tocado decidiendo regresar a Nápoles
donde murió a consecuencia de otro duelo, esta vez no artístico. Las
rivalidades entre los dos bandos se prolongaron incluso después de la
partida de Gluck a Viena. En 1942, el compositor alemán Richard Strauss
ambientó su ópera Capriccio en
París, en plena
guerra entre gluckinistas y piccinistas. Su
último trabajo parisino de Gluck, Echo et Narcisse,
no tuvo el éxito esperado. Ello se debió, en parte a la debilidad
del libreto del Barón von Tschudi. Gluck, decepcionado por la pobre
recepción
y alarmado por un ataque de apoplejía, se retiró Viena, donde
ocupó nuevamente un cargo en la corte. Entabló una cierta amistad con
Leopold y Wolfgang Amadeus Mozart en los últimos años de su vida.
Christoph Willibald Gluck,
murió de un segundo ataque de apoplejía después de desafiar a su
médico que le había prescrito la bebida, el 15 de noviembre de 1787.
A
pesar de que Gluck fue muy popular y recibió grandes honores en su
tiempo, muchísimos más que Mozart, pasó al olvido durante el siglo XIX
y fue durante el pasado siglo XX cuando se produjo una revitalización de
su obra, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué nos
deparará a los gluckinistas el presente siglo? Bibliografía
Mi
página web: http://www.galeon.com/gluck René
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