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Número 13º - Febrero 2.001


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Christoph Willibald Gluck, el Miguel Ángel de la ópera.

Por Fernando Casado Bonet. Ingeniero de caminos, canales y puertos.
  Resulta curioso que en el arte, a ciertos creadores se les atribuye una relevancia histórica que en absoluto se corresponde con su grado de reconocimiento por parte de los aficionados. Muchas veces,  ocurre que ese posible desencuentro o incomprensión es algo temporal. Por poner un ejemplo, recordemos que Mendelson era un admirador de Juan Sebastián Bach y de su Pasión según San Mateo, una afición muy común hoy en día, pero una auténtica rareza en su tiempo.

Aunque Gluck tampoco es  un desconocido para el aficionado medio, su Orfeo ed Euridice se representa hoy en día con cierta regularidad, la limitada fama del alemán me parece injusta, sobre todo teniendo en cuenta de que  estamos ante una de las figuras clave en la historia de la ópera.

Christoph Willibald Gluck, nació en un pequeño pueblo alemán cerca de la frontera con el Imperio Austro-Húngaro en 1714, era hijo de un inspector forestal, no de "un humilde guardabosques" como se ha repetido hasta la saciedad, si bien es cierto que tuvo una infancia difícil, apenas un adolescente, debido a su carácter inquieto, se fugó de casa, ganándose el pan como músico ambulante. Posteriormente se reconcilió con su padre y estudió en la universidad de Praga.

Durante muchos años compuso óperas italianas de corte bastante tradicional, conocía muy bien este género ya que había estudiado música en Milán. Sin embargo, la importancia de Gluck se debe a que propugnó la primera gran reforma de la ópera - la segunda correspondería a Ricardo Wagner un siglo después - de hecho ambos compositores, a pesar de la distancia en el tiempo, compartían bastantes planteamientos teóricos  sobre el drama musical, como queda reflejado en el manifiesto wagneriano "Oper und Drama". También es evidente la influencia de Gluck sobre el joven Mozart. Sin embargo, a diferencia de la ópera mozartiana,  los personajes gluckinianos son todavía héroes mitológicos encumbrados, se puede decir que Gluck representa la cumbre de la denominada opera seria, genero que si bien reformó, no logró salvarlo de una muerte segura.

 Lo que verdaderamente pretendía la reforma gluckiniana  era acabar con los excesos de la recargada ópera barroca italiana, es decir,  purificar y ennoblecer el género mediante la sobriedad en las voces, acabar con la auténtica dictadura de los convencionalismos y la tiranía de los cantantes. Y es que la ópera barroca se había convertido en un mero instrumento para el exhibicionismo vocal de los castrati. Esta sobriedad, debía estar rematada por una total economía argumental y del texto, dejando atrás las complejas e inverosímiles tramas, las tortuosas intrigas amorosas de la ópera barroca que Gluck detestaba profundamente: "La semplecità, la verità e la naturalezza". Con todo esto Gluck pretendía que la ópera fuera capaz, sin despistar al espectador, de transmitir la nobleza de drama clásico por encima de los aspectos superficiales, es decir, buscaba equiparar la ópera a la tragedia griega. Es definitiva, lo que compositor pretendía era realizar la transición musical del arte barroco al neoclásico.

 La primera "ópera reformada" fue Orfeo ed Euridice, estrenada en Viena en 1762, con libreto de otro gran innovador, Ranieri Calzabigi (seguro que los seguidores valencianistas recordarán en el futuro el nombre de pila de este personje). Bromas aparte, se podría hablar mucho sobre este Ranieri, incluso escribir una novela,  no era solamente un hombre de letras y traductor de obras francesas, sino también un negociante y aventurero. Acusado de un asesinato en Italia, se fugó a París donde organizó, junto con su amigo Casanova, una Lotería del Estado, protegido por la famosa madame Pompadour. La empresa fracasó y Calzabigi huyó a Viena, allí conquistó en poco tiempo la confianza de gente influyente y fue nombrado Consejero de la Cámara de Comercio de Holanda que funcionaba en Viena. Fue entonces cuando le presentaron al compositor alemán.

 El estreno de Orfeo ed Euridice  fue un auténtico éxito en Viena. Modestamente, Gluck atribuía el mérito de la reforma a su libretista. Resulta curioso que también el argumento del legendario músico de Tracia  aparece en la primera ópera de la historia, la de Peri  y también en la primera obra maestra, la de Monteverdi. ¿Pretendían Gluck y Ranieri Calzabigi, mediante la elección de este tema, realizar algo así como una refundación de la ópera?.

 El siguiente trabajo conjunto fue Alceste.  Un tercer intento de reforma operística lo constituyó su siguiente título : Paride ed Elena (1770).  Obra que no fue precisamente bien acogida.

 Años antes, Gluck había sido en la corte vienesa profesor de canto de los hijos de la emperatriz María Teresa, entre ellos estaba la futura reina de Francia María Antonieta. Esto le permitió trasladarse a París donde disfrutó de su protección. Después de haber revitalizado la ópera seria, dedicó sus esfuerzos a reformar la tragédie lyrique. De este modo pudo estrenar en abril de 1774,  su nueva aportación a la ópera neoclásica, Iphigénie en Aulide, que sólo fue aplaudida por el apoyo incondicional que le prestó la reina, iniciando las ovaciones. También estrenó el mismo año la versión francesa de Orfeo (Orphée et Eurydice) sustituyendo el papel de Orfeo por un tenor y dotando a la obra con un extenso ballet.

 En París las creaciones de Gluck suscitaron una amplia polémica entre los partidarios de la renovada tradición francesa que tomaron al alemán como estandarte, y los defensores de la ópera italiana, que eran muchos y contaban con el apoyo de los enciclopedistas. Según éstos, la única "actitud progresista" en materia de música era la aceptación de la superioridad de la ópera italiana, según Rosseau era un hecho  doloroso pero innegable que la lengua francesa era inadecuada para la ópera. Resulta curioso, visto desde nuestros tiempos, que eran los entonces conservadores en política los innovadores en el arte, ¿papeles cambiados?.

 El bando italianista envió una delegación a Roma para reclutar a Nicolò Piccini (1728-1800), un compositor de cualidades limitadas pero de un gran carisma, su ópera La buona figliula había hecho reír y llorar a media Europa. Piccini escribió unas cien óperas, muchas de ellas dentro del estilo bufo napolitano al que pertenecían también Cimarosa y Paisiello. La verdad es que, comparado con Gluck, el estilo de Piccini resulta bastante frívolo. Presidiendo el partido italianista se encontraba el crítico Jean François Marmontel, director del teatro, un infame agitador que llevó el conflicto a una guerra total cuando publicó un ensayo difamatorio ensalzando a Piccini y tratando de incompetente a Gluck.

 Mientras Gluck y Piccini se respetaban mutuamente, sus partidarios pasaron del conflicto puramente artístico al enfrentamiento físico,  casi al estilo de los actuales "hooligans". Basta leer las crónicas de la época para afirmar que asistir a una representación de ópera en París podía a ser algo incluso peligroso. Algo similar ocurrirá cien años después en Italia con los seguidores de Wagner y de Verdi, especialmente en Bolonia.

 Marmontel, buscando mayor crispación si cabe, encargó a ambos poner música a Roland de Quinault, Gluck descubrió que Piccini había sido favorecido, llevaba trabajando durante varias semanas  en el proyecto, así decidió abandonar y poner música a su Armide. El siguiente duelo operístico fue Iphigénie en Tauride. El trabajo presentado  por Gluck fue un gran éxito, la ópera está considerada por muchos como su obra maestra, como su testamento musical, sin embargo la versión Piccini, estrenada con mucho retraso no ha pasado precisamente a la historia, aunque tuvo un moderado éxito. Como anécdota, los parisinos denominaron jocosamente a la Ifigenia de Piccini como  "Ifigenie en champange" debido al escandaloso estado etílico de la heroína griega el día del estreno. Del duelo de las Ifigenias, Piccini quedó muy tocado decidiendo regresar a Nápoles donde murió a consecuencia de otro duelo, esta vez no artístico.

 Las rivalidades entre los dos bandos se prolongaron incluso después de la partida de Gluck a Viena. En 1942, el compositor alemán Richard Strauss ambientó su ópera Capriccio en  París, en plena  guerra entre gluckinistas y piccinistas.

 Su último trabajo parisino de Gluck, Echo et Narcisse,  no tuvo el éxito esperado. Ello se debió, en parte a la debilidad del libreto del Barón von Tschudi. Gluck, decepcionado por la pobre recepción  y alarmado por un ataque de apoplejía, se retiró Viena, donde ocupó nuevamente un cargo en la corte. Entabló una cierta amistad con Leopold y Wolfgang Amadeus Mozart en los últimos años de su vida. Christoph Willibald Gluck,  murió de un segundo ataque de apoplejía después de desafiar a su médico que le había prescrito la bebida, el 15 de noviembre de 1787. 

 A pesar de que Gluck fue muy popular y recibió grandes honores en su tiempo, muchísimos más que Mozart, pasó al olvido durante el siglo XIX y fue durante el pasado siglo XX cuando se produjo una revitalización de su obra, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué nos deparará a los gluckinistas el presente siglo?

 

Bibliografía

Mi página web: http://www.galeon.com/gluck

René Leibowitz HISTORIA DE LA ÓPERA Taurus humanidades 1990 ISBN 8430601686

Enst Krause MUSIK ALS DIENERIN DER TEXT Philips Classics 1985

Hector Berlioz GLUCK & THE OPERA Reprint Services Corporation 1988 ISBN 0781204747 

Ernest Newman GLUCK & THE OPERA: A STUDY IN MUSICAL HISTORY Reprint Services Corporation 1990 ISBN 0781290643

Roger Alier LA DISCOTECA IDEAL DE LA ÓPERA Planeta 1995 ISBN

Kurt Pahlen DICCIONARIO DE LA ÓPERA Emecé Editores 1995 ISBN 8478882294

Emilia de Zanders BREVE HISTORIA DE LA ÓPERA Monte Ávila Editores 1991 ISBN 9800106022