Revista mensual de publicación en Internet
Número 13º - Febrero 2.001


Secciones: 
Portada
Archivo
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
El lector opina
Crítica discos
Web del mes
Midi del mes 
Tablón anuncios
Suscribir
Buscar
 

 

PIAZZOTANGO SINFÓNICO.

 Por Elisa Ramos. Lee su curriculum.

 

A menudo la sistematización de la música deviene en una provocación de inútiles comparaciones en el amplio abanico de compositores,  géneros y estilos del arte sonoro. Convenciones establecidas en el siglo XIX, de las que no es fácil sustraerse y con gran arraigo en la memoria colectiva, han venido estableciendo una escala de valores que determinaba rígidamente puestos de honor y privilegio. Entre los muchos sucesos decimonónicos, aparecen el folklore, el concepto de pueblo –visto desde la elite - el genio, la figura del virtuoso, se descubre a compositores del pasado y el músico se emancipa de su condición servil. Recién estrenado el Tercer Milenio, la dicotomía culto/popular y su imaginaria frontera parecen seguir vigentes. En algunas ocasiones, se suscitan asociaciones peyorativas de ciertas músicas con relación al ámbito de la que - a falta de consenso para denominarla de otra forma -  se viene denominando música clásica o culta.

Probablemente serán muchos los que conozcan la figura de Astor Piazzolla (1921–1992), pero quizá a alguien le apetezca viajar con nosotros desde el componente urbano y popular de su música hasta su entronque con la música sinfónica. La vida y obra de Astor Piazzolla, como la del tango y otras músicas, son viajes de ida y vuelta donde referentes culturales e identidades se fusionan en  feliz mestizaje y  nuevos lenguajes musicales. No será posible detenernos en los numerosos destinos que requiere su extensa obra y biografía, pero intentaremos trazar una semblanza de su acontecer como compositor  y las características de su música.

Fue en Nueva York donde el pequeño Astor - emigrado desde Mar del Plata- comenzó a entusiasmarse con la música. Su contacto con el bandoneón y el interés por este instrumento pronto le llevaría  a tomar clases de piano con Rashmaninov. Su idea inicial de adaptar partituras pianísticas a su instrumento preferido supone un primer punto de inflexión creativo. Sus inquietudes amplificadas y trabajadas terminarían por convertirle en un magnífico compositor. Sin embargo, no podemos desligar su faceta de intérprete, puesto que el bandoneón seguirá siendo su fiel compañero en una suerte de  prolongación de su yo  musical.

Con el bandoneón seguirá haciendo música en el seno de los conjuntos que frecuenta al retornar a su ciudad natal, pero será en Buenos Aires donde su creatividad comenzará a desbordarse. En las partituras que se interpretaban en la orquesta del  excelente bandoneista Anibal Troilo, el joven Astor comenzaría a intentar plasmar sus ideas. Con un enorme afán renovador, dibujaba su música sobre aquellas partituras al realizar los arreglos, a la par que actuaba como intérprete de bandoneón y ocasional pianista. Su intento de transformar el tango en algo más  que una canción o  una música bailable no era precisamente compartido por  Troilo, quien propiciaba con éxito por aquellos años cuarenta un popular apogeo del tango en un  tradicional estilo cayengue. Este localismo, asociado con el duelo criollo de principios del siglo XX en el puerto de Buenos Aíres, viene a definir la mezcla de valentía, malevaje y códigos de nobleza de los rivales. Aunque el estilo cayengue  de la orquesta troilana se practicaba con calidad y elegancia, no pasaría mucho tiempo hasta que Astor comenzara a dirigir su propia orquesta y a componer sus primeros  tangos instrumentales. 

 
Fotografía de Piazzolla con el bandoneón ( Copyright Astor Piazzolla Tango: Zero Hour. Nonesuch 7559-79469-2)

 

Circulaban ya nuevos aires en torno a Piazzolla, en un torbellino de ideas que se concretarían al lado de Ginastera. La ocasión de estudiar piano y composición con él – animado y recomendado por el pianista Rubinstein - le sumergió en nuevas y gratas dimensiones de la música. Sus propias palabras definen claramente la forma en la que se involucraba en la creación musical y la satisfacción que le proporcionaba hacerlo: Ir a casa de Ginastera, era como ir a la casa de la novia...  En esa casa encontró el caldo de cultivo que soñaba y se abrió la línea de su horizonte musical. Maestro y alumno, conformaban un dúo incansable con un ideal común: a partir de sus propias raíces nacionales, encontrar como trascender musicalmente lo argentino en universal. Una tarea que discurrió por los cauces del conocimiento profundo de la música a través del estudio y análisis de las obras de otros compositores y de las que el mismo Ginastera ya gestaba por entonces. Era tanto el entusiasmo de Astor que, tras detallados análisis y enamorado  de la música de Stravinsky, acabo fijando en su memoria, compás por compás,  La Consagración de la Primavera.

Sus progresos como compositor darían su fruto con la obtención del Primer Premio de Composición en Francia (1952). La consiguiente beca, para estudiar en París con Nadia Boulanger, sería el  resorte que abriría de par en par la puerta a su propia concepción musical; el resplandor de Nadia y la Ciudad de la Luz, iluminaron definitivamente su camino como compositor. En el obrador de la Boulangerie -acertado término con el que se conocía coloquialmente la escuela de la compositora - se amasaban y cocían ingredientes que daban lugar a nuevas recetas musicales. La magnífica acogida del jazz en los ambientes parisinos, el sucesivo paso por la escuela de compositores americanos, las obras de otros compositores europeos y la música stravinskyana, ejercieron influencias mutuas que depararían espléndidas páginas musicales. El contexto de la escuela como lugar de encuentro y perfeccionamiento de compositores respetaba la particular idiosincrasia de sus alumnos. Haciendo gala de sus reconocidas cualidades como maestra, Nadia detectó rápidamente en Piazzolla la vía por la que su talento y potencial como compositor podían ser mejor enfocados. Y así fue como, profundizando y aplicando los conocimientos que adquiría al servicio de su propia música piazzollana, Astor lograría encontrar su propio camino con el tango y el bandoneón.

Por vía instrumental, el carácter popular del tango se fundía con la música clásica mediante la aplicación de estilos fugados, impactantes contrapuntos y los ritmos sincopados, rubatos e improvisación del jazz. El resultado fue una exquisita bandeja de pasteles con las sabrosas, personales y magníficas cualidades de la música de Astor Piazzolla. Podríamos sintetizar que en la enorme variedad de recursos armónicos, sus combinaciones instrumentales,  la riqueza tímbrica que otorgan a sus composiciones y especialmente en su constante polirritmia, es donde reside la mayor cualidad de su música; un lenguaje musical  propio  y  una cualidad que nos invita a escucharla para descubrir cómo esa fuerza rítmica - de acentos contrapuestos- se matiza para ofrecernos también la riqueza de su bella línea melódica. Una música de tango para escuchar que se introducía en la música sinfónica  interpretada y grabada por  la Orquesta de la Ópera de París. Astor disfrutaba de las mieles del triunfo como compositor y  derrochaba sus cualidades como intérprete.

Sin embargo, Buenos Aires no era París,  y de vuelta a La Argentina, sus conjuntos Octeto de Buenos Aires  y la Orquesta de Cuerdas provocaron una verdadera revolución. La música de Piazzolla resultó excesivamente innovadora para una sociedad asentada  en rígidas consideraciones musicales, y poco abierta al cambio. Muchos entendieron que desvirtuaba el contexto de la música clásica y del propio tango. El debate estaba servido: del mismo modo que no se toleraban semejantes invasiones en la música clásica, también se consideraba que la tradición del tango había sido profanada. Se cumplió la sentencia paremiológica “nadie es profeta en su tierra” y el triunfo obtenido fuera de su país  se tornó en amargo desengaño. A las desafortunadas críticas sobre su música se sumaban las que se dirigían hacia su controvertida personalidad: un desmedido y arrasador orgullo le incitaba a expresar cuanto pensaba sin calcular el alcance de sus palabras y sus actitudes dejaban bastante que desear. Sería plausible suponer que la constante necesidad creativa y  la búsqueda del reconocimiento de su talento musical debieron mantenerle continuamente en un intenso debate personal.

 Yo hice una revolución en el tango, rompí con viejos moldes, por eso me atacaron y tuve que defenderme. Pero lo que nadie me puede negar es mi origen; tengo el tango marcado en el orillo. (Astor Piazzolla)


Astor Piazzolla con Manos Hadjidakis en Atenas (Julio de 1990). Copyright (c) Astor Piazzolla, Bandoneón sinfónico. Milan latino vol.2 34268-2

 

A pesar de llevar el tango pegado en el orillo,  repetía constantemente: Mi música no es tango; es la música de Buenos Aires.

Los conocedores del ambiente bonaerense definen al hombre porteño como un compendio de nostalgia, tristeza, visión de la vida algo errática y dispersa con acomodación constante y un trasfondo de inferioridad, solapado por un cierto complejo de superioridad. Quienes le conocieron y trataron señalan que esas características confluyen en la personalidad de Piazzolla y se ven reflejadas en su música. Por muy reprobables que pudieran ser sus actitudes personales, lo que importa musicalmente es la medida en la que su carácter, unido a su talento, contribuyó a su legado musical. Un legado en el que podemos apreciar cómo sin renunciar a sus vivencias juveniles, trasladó de forma innovadora la tradición de un género hacia el presente. Se añadía  un nuevo matiz a los variados referentes de identidad que el tango poseía.

El clima creado en Buenos Aires le impulsaría a volver a Nueva York para seguir luchando por sus ideales. Desde allí se producirían retornos a su país, viajes por Europa y América, nuevas creaciones y nuevos conjuntos en los que los decanos instrumentos sinfónicos acogían en hermandad a otros recién llegados. Cabe señalar, como una de sus mejores formaciones, el famoso Quinteto activo en la década de los sesenta integrado por músicos de lujo: Astor (bandoneón), Antonio Agri (violín), Osvaldo Marzione (Piano), Horacio Malvacino (guitarra) y “Kicho” Díaz (contrabajo). Luchador incansable, casi septuagenario, Astor Piazzolla seguía retomando vida y música en sus viajes de ida y vuelta. En su primera estancia en París encontró su música y el destino quiso que fuera en el mismo lugar donde se apagara su llama creativa. Enfermo, tuvo que volar a Buenos Aires para enfrentarse al último viaje sin retorno.

De sus encuentros/desencuentros, filias/fobias, amor/desamor, éxitos/fracasos y cuantas antinomias se puedan sugerir, surge la calidad de su música, equiparable a la de otros compositores consagrados, y sigue viajando en el tiempo. Prestigiosos intérpretes de música clásica profundizan en su obra, la graban, la interpretan en salas de conciertos y el ‘fenómeno piazzolla’ se extiende por las procelosas aguas de la Red. Afortunadamente, ocupa ya un merecido espacio en el panorama internacional siendo reconocido junto a Ginastera como un genial compositor que otorgó a la Nación Argentina un nuevo lenguaje musical.  La ilusión acariciada por Astor Piazzolla de que su música se siguiera  escuchando en el siglo XXI parece discurrir por buenos cauces. Conocer los detalles de su vida y sus composiciones –tanto las más como las menos populares - puede ser muy gratificante, pero escuchar su música con atención nos proporcionará la clave para apreciar su excelencia.