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Número 16º - Mayo 2.001


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EL PROBLEMA DE LAS CUERDAS ALTAS EN ESPAÑA.


Por John Krakenberger. Lee su curriculum.


Posiciones del arco según método Crickboom

Uno de los indicios más reveladores sobre el estado cultural de una nación es, por raro que parezca, su capacidad de formar instrumentistas de “cuerdas altas”, o sea, violines y violas, en contraste con los violonchelos y contrabajos, que serian las cuerdas bajas. “Dime cuantos violines tienes y te diré como anda tu vida cultural” podría ser una paráfrasis apta. (Para comprobar su verdad, hágase la prueba, con la única salvedad que no debemos comparar naciones democráticas con regímenes verticales – son dos especies diferentes).

 El resultado para España no podría ser peor. 80% de las cuerdas altas de las orquestas del país son extranjeros. En algunas – las de las capitales más importantes – el porcentaje es más bajo, en otras apenas hay músicos formados en casa. Las últimas estadísticas oficiales a las que tuve acceso datan de lustros atrás. Me acuerdo de un resultado significativo: En el decenio 1973-1983, los aprox. 100 conservatorios del país produjeron, según el Ministerio de Educación y Ciencia, un total de 6 (sic, 6) titulados en cuerdas (comprendiendo v.va.c.cb). Computando el 30% del coste total de los conservatorios (un porcentaje razonable considerando el número de cuerdas en una orquesta), cada uno de estos titulados costó a las arcas del Estado la friolera de 500 millones de pesetas (grosso modo), pesetas de aquel entonces, lo que hoy fácilmente seria un billón por cabeza. Es  evidente, que esto es una cifra absurda,  pero por mucho que se le dé vueltas, ahí está y se niega a bajar.

 Ante semejante barbaridad cabria pensar que alguien con el poder suficiente haya tomado alguna medida para paliar el mal. Por ello trataremos de examinar como nos va en la actualidad, cuando el país dispone de casi el doble de conservatorios que entonces. Y si bien nos apercibimos que las cosas han mejorado algo, en términos absolutos, con el aumento del número de orquestas la situación ha empeorado, en términos relativos.

 Conclusión: En España, el aparato educativo estatal encargado de formar violinistas o violistas, o no lo sabe hacer, o no lo quiere hacer, o no lo puede hacer. El tema sirve pues para un análisis de las causas, que son variopintas. Hay causas de tipo técnico, hay causas de tipo organizativo, hay causas sociales y causas, que tienen que ver con la idiosincrasia, un tanto particular, de los profesores de cuerda españoles. Propongo, pues, ir examinando paso a paso lo que sucede. Cuando se conocen   bien las causas de un mal, generalmente se es capaz de proponer remedios. Si a ello contribuyera algo este trabajo, quedaría justificado su planteamiento.

 Comencemos por la parte técnica. Aquí se trata, naturalmente, de la metodología empleada para lograr los mejores resultados posibles. En este capítulo ha habido mucha mala suerte, porque el único violinista español que aprendió la gran escuela de Ysaÿe y su congénere Thompson fue hijo de una familia republicana, lo que provocó en un momento dado el asesinato de su hermano, al cual estaba muy unido. Como consecuencia de esta tragedia, José de Anta – que así se llamaba este violinista que estrenó el concierto de Brahms en España en los años veinte – se negó a enseñar sus conocimientos a sus conciudadanos, y como consecuencia se impuso la escuela paralela de Crickboom, ex alumno de Ysaÿe pero del cual éste aparentemente renegó. La escuela de Crickboom es la más tiesa y dura que saliera a la luz en aquella época pionera de la pedagogía violinística, y como algunos profesores españoles habían estudiado con éste (al no alcanzar las cotas de calidad exigidas por Ysaye o Thompson), naturalmente trajeron su método a casa. Los cuadernos de Crickboom ya no se utilizan en ninguna parte del mundo – a no ser, para demostrar como no se deben hacer las cosas – pero inundaron los conservatorios españoles gracias al acopio de material obsoleto en los países europeos – me imagino, a precio de papel viejo – por un comerciante imaginativo con buenas relaciones con el Conservatorio Superior de Madrid, que en aquella época dictaba los programas para todos los conservatorios del país (cualquier alumno de conservatorio de los años 60 o 70 recordará el papel amarillento – calidad posguerra y viejo – de los cuadernillos del método).  Lo que es increíble es que aún hoy se utilice este material, obsoleto por los cuatro costados, y que la casa editora – Schott, Bruxelles – sin vínculo formal alguno con la casa Schott de fama internacional, siga imprimiéndolo... Claro, mientras que alguien lo compra, ¿porqué no? Como los propietarios de Schott, Bruxelles se hacen representar por abogados locales, no es posible averiguar quienes realmente son.

 Es significativo que se llame a ésta escuela “belga-francesa”, como una especie de marca de calidad. Pero es igualmente significativo que el puñado de grandes violinistas belgas o franceses de la actualidad tocan todo menos bajo los cánones de esta escuela, como cualquiera puede verificarlo, viéndolos u oyéndolos. Pregunté el otro día al excelente violinista francés Renaud Capuçon, si alguien destacado tocaba aún acorde con esta escuela belga-francesa y me contestó que no, que eso era cosa del pasado. Pues parece que en muchas partes de España aún vivimos en este pasado. ¿No sería hora ya de cambiar de rumbo?

 Con la globalización ha venido imponiéndose una escuela unificada. Lo más moderno es reconocer que el violín/la viola se tocan con músculos, y que éstos deben ser entrenados con métodos similares a los utilizados en deportes de competición. Pero como en éste dominio, España tampoco destaca demasiado – a parte de algunos esfuerzos individuales – no nos debemos sorprender si esta corriente de pensamiento no haya entrado en los conservatorios. En la mayoría de ellos se enseña como hace 50 años o más – y éstos métodos ya no funcionan con la juventud de hoy. Hay un ejemplo bien reciente que echa luz sobre esta materia: Durante el régimen soviético, Rusia producía raudales de violinistas capaces. Con el cambio de régimen, esto ya no sucede – el nivel ha bajado  sensiblemente, tanto en calidad como en cantidad. La realidad es que tocar bien el violín/la viola significa dominar una de las disciplinas más difíciles que el hombre se ha planteado, y requiere del profesorado una pericia muy especial. Bajo amenaza, con miedo, el joven tal vez se deje amaestrar; pero en un país democrático deben encontrarse otros alicientes para formar a un buen instrumentista de arco.

 Y esto nos lleva directamente al análisis de circunstancias de orden social. En primer lugar cabe destacar que la educación “enciclopédica” que se imparte en España no es precisamente la mejor para que se produzca una eficaz selección de los más aptos para una carrera de músico profesional. La clase de música de los pequeños, en la escuela primaria, debería servir para hacer una selección de los más talentosos, para que aprendan un instrumento. Aún hoy, no todos los niños reciben esa clase de música, y tampoco se instituye esa selección: Algunos maestros inquietos avisan a los padres del talento de sus hijos, pero la mayoría no se siente motivado para hacerlo. Este detalle tendría fácil remedio si existiera interés – pero por lo visto hasta ahora, no lo hay.

 España no está tan desprovista de músicos como parece – mucha gente ha estudiado música, pero no ejerce la profesión, porque su formación no fue eficaz. Por ello, estamos sobrados de profesores de teoría. Lo que no tenemos es instrumentistas de cuerda. Y una de las razones lo constituyen los programas de los conservatorios. Una edad crucial para avanzar sobre el instrumento es la comprendida entre 15 y 18 años, o sea, la edad en que los jóvenes están en el Instituto y se preparan para su bachillerato. Todo músico debe tener por lo menos el bachillerato, para que su educación tenga una base cultural sólida. Pero sucede que durante estos años – en vez de concentrar todos los esfuerzos sobre el aprendizaje del instrumento - los conservatorios obligan a los alumnos a aprender otras disciplinas, en su mayoría teóricas, que podrían postergarse para más adelante, porque sobrecargan el ya pesadísimo horario de éstos jóvenes, frustrando en muchos casos el avance en el violín o la viola. ¿Y porqué se hace esto así, si es absurdo? Pues, la respuesta parece evidente: Porque muchos profesores de teoría se quedarían sin trabajo (sería durante un periodo transitorio, porque 2 – 3 años después, dictarían sus cursos a esos mismos jóvenes, ya bachilleres, alumnos por supuesto más exigentes por ser más maduros ¿Será que le tienen miedo a eso?).

 Otro factor que contribuye al estado en que nos hallamos en el asunto “cuerdas altas” son los horarios escolares. En los países donde el número de jóvenes generaciones de violinistas/violistas bien preparados satisface las necesidades de la sociedad, el horario escolar es continuo. Siendo así,  las tardes están disponibles para los alumnos de un instrumento y les permite trabajar lo suficiente. Evidentemente,  esto facilita enormemente las cosas.

 El aprendizaje del violín/viola es arduo. Si bien al principio se trata de que sea un juego, de que los jóvenes de 5-8 años se diviertan y se lo pasen bien para llegar a las cotas exigidas hoy día en la profesión, a partir de los 9 años la cosa se pone bastante más dura, y llegado a los 15 se trata de 4-5 horas diarias de práctica necesaria. En todo ese proceso el profesorado debe tener una participación muy estrecha y personal: Las relaciones profesor/alumno deben ser de confianza mutua, de compañeros de viaje, de interés del uno en el otro, de profundo conocimiento de la personalidad  del aspirante. Eso requiere curiosidad y destreza psicológica por parte de los profesores, que echo de menos en la gran mayoría de los casos. Ello no es necesariamente achacable  al profesorado: Dentro del marco un tanto burocrático de los conservatorios no es fácil enseñar instrumentos tan difíciles como lo son el violín y la viola. Todos los alumnos son diferentes y sin embargo se les debe aplicar el mismo programa, cuando en realidad los caminos posibles hacia el éxito pueden ser variopintos, según las necesidades de cada caso.  Por esta razón un alto porcentaje de los alumnos necesita clases de refuerzo fuera del aula, con los inconvenientes que dos orientaciones divergentes puedan ocasionar, además de eventuales celos profesionales que algunas veces se hacen visibles a través de las calificaciones de fin de año.

 Con el auge de versiones historicistas, la necesidad de instrumentistas que sepan tocar el violín barroco ha aumentado, y seguirá aumentando. Salvo en Salamanca, donde en materia de pedagogía se está más avanzado, y donde existe una orquesta barroca, ésta enseñanza no se imparte aún. Menos mal que en Cataluña un violinista que toca “a la barroca” puede aprobar sus exámenes; en otras partes recibiría un cate por “arco deficiente”. ¿Cuándo nos pondremos al día?

 Conviene destacar que en España la implantación de un sector nacional de la ESTA (European String Teachers’ Association) ha sido un fracaso total. Este “club” de profesores existe en USA (ASTA) desde poco después de la 2ª guerra mundial, y la idea fue adoptada pocos años después en Europa. ¿Por qué aquí no? Pues para mí significa un afán de esconder las propias insuficiencias por un segmento mayoritario del profesorado, que no vería con buenos ojos que alguien le dijera que lo que está haciendo está mal hecho, aún si eso no trascendiera. Leo con regularidad las minutas de los congresos de ESTA de otros países; las lecciones y demostraciones que algunos profesores hacen ante los asistentes son de enorme provecho, tanto para los demás maestros como para jóvenes que se inician en la pedagogía. Los congresos de ESTA son comparables con congresos de médicos, para ponerse al día de las últimas novedades. Es, por tanto, algo útil y necesario. El secretismo que reina en España hace  sospechar que aquí no se desea que ojos ajenos vean lo que se hace en las clases de violín/viola. Es por eso mismo que no nos debe extrañar que algunos maestros inquietos de música de cámara tengan relaciones un tanto tensas con los profesores de instrumento, cuando se dan cuenta de las deficiencias de los alumnos. Y hablando de las clases de música de cámara: Sería interesante ver cuántas oportunidades tienen violinistas y violistas jóvenes de tocar entre ellos, entre instrumentos no temperados, o sea, sin piano. Para la calidad de sonido, una afinación natural en los instrumentos de cuerda es indispensable. La mayoría de los alumnos se entera de este tema recién en clases teóricas de acústica, y no en el aula de violín, único lugar donde se quedaría patente su importancia. 

 Está demostrado que los jóvenes españoles que aspiran a ser buenos instrumentistas de cuerda  pueden lograrlo si reciben una enseñanza adecuada. Muchos se van al extranjero, donde les va bien, y algunos tienen la suerte de recibir una beca de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, donde compiten  con jóvenes de otros países y demuestran un excelente rendimiento.

 Otro enorme inconveniente del “status quo” es el siguiente: Un egresado diplomado de conservatorio se presenta para ocupar una plaza en una de las orquestas del país. No obtiene el puesto, porque un extranjero le aventaja, tocando mejor. ¿Qué hace este joven músico?  Necesariamente, se ha de dedicar a la enseñanza, y lo probable es que sus alumnos tampoco llegarán a ser buenos profesionales. Nos hallamos  pues ante un círculo vicioso, del cual es difícil salir, y esto podría explicar por qué en 5 lustros de democracia no se han hecho avances en la dirección correcta.

 Cabe, pues, un cambio drástico de rumbo. Una mejor selección a edad precoz, unos programas flexibles, una mayor concentración sobre el instrumento, dejando las materias teóricas para después, la adopción de métodos modernos y repertorios que respondan a las exigencias actuales, el cultivo de la música de cámara entre instrumentos no temperados para aprender a afinar mejor, y una desmasificación de la enseñanza superior (¡¡aún nadie sabe cómo ha de funcionar ésta!!), son medidas de  fácil implantación si existe voluntad para ello.  Lo que está totalmente probado es que seguir como hasta ahora no ha de mejorar las cosas. Es  verdad que lentamente el profesorado va rejuveneciéndose, y que los jóvenes traen nuevas ideas que seguramente funcionarán mejor. Pero para que eso cambie el actual “status quo” pasarán fácilmente otros 25 años, cuando se trata de arrañarle años a los 40-50 de atraso que ya  padecemos.         

 Una cosa es segura: el 80% de cuerdas extranjeras en las orquestas nacionales constituye un certificado de pobreza inaceptable, vergonzoso, indefendible. Se imponen pues medidas que modifiquen ésta triste realidad. Con un poco de imaginación, rompiendo algunos moldes vetustos, esto debe y puede lograrse. Pero mientras no haya voluntad política para ello, y se continúe despilfarrando dinero público en formar alumnos que luego no dan la talla, esto no ha de cambiar. Si aquí se tratase de una actividad económica, hace tiempo alguien habría actuado. Pero, claro, se trata de una cosa tan baladí como formar violinistas, y a quién le puede importar esto. Lo único malo es que eso deja el prestigio de España por los suelos, y eso sí causa muchos perjuicios. La gente de negocios no es tonta y se dice: Un país que no sabe formar violinistas, no sabe formar buenos profesionales.  ¡Cuidado! Con lo cual quiero simplemente significar que algo tan esotérico como la pedagogía del violín finalmente puede influir en decisiones de mucho mayor calado. Conozco a un presidente de un importante banco de inversiones que se guía precisamente por baremos de ésta índole. También supe que no recomendaba invertir en España. A ver si finalmente conseguimos convencer a los políticos para que se ocupen del asunto.  Se trata de un reto serio, complejo, de largo alcance. ¿Quién levanta el guante?