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EL PROBLEMA DE LAS CUERDAS ALTAS EN ESPAÑA.
Uno de los indicios más reveladores sobre el estado cultural de una
nación es, por raro que parezca, su capacidad de formar instrumentistas
de “cuerdas altas”, o sea, violines y violas, en contraste con los
violonchelos y contrabajos, que serian las cuerdas bajas. “Dime cuantos
violines tienes y te diré como anda tu vida cultural” podría ser una
paráfrasis apta. (Para comprobar su verdad, hágase la prueba, con la única
salvedad que no debemos comparar naciones democráticas con regímenes
verticales – son dos especies diferentes). El
resultado para España no podría ser peor. 80% de las cuerdas altas de
las orquestas del país son extranjeros. En algunas – las de las
capitales más importantes – el porcentaje es más bajo, en otras apenas
hay músicos formados en casa. Las últimas estadísticas oficiales a las
que tuve acceso datan de lustros atrás. Me acuerdo de un resultado
significativo: En el decenio 1973-1983, los aprox. 100 conservatorios del
país produjeron, según el Ministerio de Educación y Ciencia, un total
de 6 (sic, 6) titulados en cuerdas (comprendiendo v.va.c.cb). Computando
el 30% del coste total de los conservatorios (un porcentaje razonable
considerando el número de cuerdas en una orquesta), cada uno de estos
titulados costó a las arcas del Estado la friolera de 500 millones de
pesetas (grosso modo), pesetas de aquel entonces, lo que hoy fácilmente
seria un billón por cabeza. Es evidente, que esto es una cifra absurda,
pero por mucho que se le dé vueltas, ahí está y se niega a
bajar. Ante
semejante barbaridad cabria pensar que alguien con el poder suficiente
haya tomado alguna medida para paliar el mal. Por ello trataremos de
examinar como nos va en la actualidad, cuando el país dispone de casi el
doble de conservatorios que entonces. Y si bien nos apercibimos que las
cosas han mejorado algo, en términos absolutos, con el aumento del número
de orquestas la situación ha empeorado, en términos relativos. Conclusión:
En España, el aparato educativo estatal encargado de formar violinistas o
violistas, o no lo sabe hacer, o no lo quiere hacer, o no lo puede hacer.
El tema sirve pues para un análisis de las causas, que son variopintas.
Hay causas de tipo técnico, hay causas de tipo organizativo, hay causas
sociales y causas, que tienen que ver con la idiosincrasia, un tanto
particular, de los profesores de cuerda españoles. Propongo, pues, ir
examinando paso a paso lo que sucede. Cuando se conocen
bien las causas de un mal, generalmente se es capaz de proponer
remedios. Si a ello contribuyera algo este trabajo, quedaría justificado
su planteamiento. Comencemos
por la parte técnica. Aquí se trata, naturalmente, de la metodología
empleada para lograr los mejores resultados posibles. En este capítulo ha
habido mucha mala suerte, porque el único violinista español que aprendió
la gran escuela de Ysaÿe y su congénere Thompson fue hijo de una familia
republicana, lo que provocó en un momento dado el asesinato de su
hermano, al cual estaba muy unido. Como consecuencia de esta tragedia, José
de Anta – que así se llamaba este violinista que estrenó el concierto
de Brahms en España en los años veinte – se negó a enseñar sus
conocimientos a sus conciudadanos, y como consecuencia se impuso la
escuela paralela de Crickboom, ex alumno de Ysaÿe pero del cual éste
aparentemente renegó. La escuela de Crickboom es la más tiesa y dura que
saliera a la luz en aquella época pionera de la pedagogía violinística,
y como algunos profesores españoles habían estudiado con éste (al no
alcanzar las cotas de calidad exigidas por Ysaye o Thompson), naturalmente
trajeron su método a casa. Los cuadernos de Crickboom ya no se utilizan
en ninguna parte del mundo – a no ser, para demostrar como no se
deben hacer las cosas – pero inundaron los conservatorios españoles
gracias al acopio de material obsoleto en los países europeos – me
imagino, a precio de papel viejo – por un comerciante imaginativo con
buenas relaciones con el Conservatorio Superior de Madrid, que en aquella
época dictaba los programas para todos los conservatorios del país
(cualquier alumno de conservatorio de los años 60 o 70 recordará el
papel amarillento – calidad posguerra y viejo – de los cuadernillos
del método). Lo que es increíble
es que aún hoy se utilice este material, obsoleto por los cuatro
costados, y que la casa editora – Schott, Bruxelles – sin vínculo
formal alguno con la casa Schott de fama internacional, siga imprimiéndolo...
Claro, mientras que alguien lo compra, ¿porqué no? Como los propietarios
de Schott, Bruxelles se hacen representar por abogados locales, no es
posible averiguar quienes realmente son. Es
significativo que se llame a ésta escuela “belga-francesa”, como una
especie de marca de calidad. Pero es igualmente significativo que el puñado
de grandes violinistas belgas o franceses de la actualidad tocan todo
menos bajo los cánones de esta escuela, como cualquiera puede
verificarlo, viéndolos u oyéndolos. Pregunté el otro día al excelente
violinista francés Renaud Capuçon, si alguien destacado tocaba aún
acorde con esta escuela belga-francesa y me contestó que no, que eso era
cosa del pasado. Pues parece que en muchas partes de España aún vivimos
en este pasado. ¿No sería hora ya de cambiar de rumbo? Con
la globalización ha venido imponiéndose una escuela unificada. Lo más
moderno es reconocer que el violín/la viola se tocan con músculos, y que
éstos deben ser entrenados con métodos similares a los utilizados en
deportes de competición. Pero como en éste dominio, España tampoco
destaca demasiado – a parte de algunos esfuerzos individuales – no nos
debemos sorprender si esta corriente de pensamiento no haya entrado en los
conservatorios. En la mayoría de ellos se enseña como hace 50 años o más
– y éstos métodos ya no funcionan con la juventud de hoy. Hay un
ejemplo bien reciente que echa luz sobre esta materia: Durante el régimen
soviético, Rusia producía raudales de violinistas capaces. Con el cambio
de régimen, esto ya no sucede – el nivel ha bajado
sensiblemente, tanto en calidad como en cantidad. La realidad es
que tocar bien el violín/la viola significa dominar una de las
disciplinas más difíciles que el hombre se ha planteado, y requiere del
profesorado una pericia muy especial. Bajo amenaza, con miedo, el joven
tal vez se deje amaestrar; pero en un país democrático deben encontrarse
otros alicientes para formar a un buen instrumentista de arco. Y
esto nos lleva directamente al análisis de circunstancias de orden
social. En primer lugar cabe destacar que la educación “enciclopédica”
que se imparte en España no es precisamente la mejor para que se produzca
una eficaz selección de los más aptos para una carrera de músico
profesional. La clase de música de los pequeños, en la escuela primaria,
debería servir para hacer una selección de los más talentosos, para que
aprendan un instrumento. Aún hoy, no todos los niños reciben esa clase
de música, y tampoco se instituye esa selección: Algunos maestros
inquietos avisan a los padres del talento de sus hijos, pero la mayoría
no se siente motivado para hacerlo. Este detalle tendría fácil remedio
si existiera interés – pero por lo visto hasta ahora, no lo hay. España
no está tan desprovista de músicos como parece – mucha gente ha
estudiado música, pero no ejerce la profesión, porque su formación no
fue eficaz. Por ello, estamos sobrados de profesores de teoría. Lo que no
tenemos es instrumentistas de cuerda. Y una de las razones lo constituyen
los programas de los conservatorios. Una edad crucial para avanzar sobre
el instrumento es la comprendida entre 15 y 18 años, o sea, la edad en
que los jóvenes están en el Instituto y se preparan para su
bachillerato. Todo músico debe tener por lo menos el bachillerato, para
que su educación tenga una base cultural sólida. Pero sucede que durante
estos años – en vez de concentrar todos los esfuerzos sobre el
aprendizaje del instrumento - los conservatorios obligan a los alumnos a
aprender otras disciplinas, en su mayoría teóricas, que podrían
postergarse para más adelante, porque sobrecargan el ya pesadísimo
horario de éstos jóvenes, frustrando en muchos casos el avance en el
violín o la viola. ¿Y porqué se hace esto así, si es absurdo? Pues, la
respuesta parece evidente: Porque muchos profesores de teoría se quedarían
sin trabajo (sería durante un periodo transitorio, porque 2 – 3 años
después, dictarían sus cursos a esos mismos jóvenes, ya bachilleres,
alumnos por supuesto más exigentes por ser más maduros ¿Será que le
tienen miedo a eso?). Otro
factor que contribuye al estado en que nos hallamos en el asunto
“cuerdas altas” son los horarios escolares. En los países donde el número
de jóvenes generaciones de violinistas/violistas bien preparados
satisface las necesidades de la sociedad, el horario escolar es continuo.
Siendo así, las tardes están
disponibles para los alumnos de un instrumento y les permite trabajar lo
suficiente. Evidentemente, esto
facilita enormemente las cosas. El
aprendizaje del violín/viola es arduo. Si bien al principio se trata de
que sea un juego, de que los jóvenes de 5-8 años se diviertan y se lo
pasen bien para llegar a las cotas exigidas hoy día en la profesión, a
partir de los 9 años la cosa se pone bastante más dura, y llegado a los
15 se trata de 4-5 horas diarias de práctica necesaria. En todo ese
proceso el profesorado debe tener una participación muy estrecha y
personal: Las relaciones profesor/alumno deben ser de confianza mutua, de
compañeros de viaje, de interés del uno en el otro, de profundo
conocimiento de la personalidad del
aspirante. Eso requiere curiosidad y destreza psicológica por parte de
los profesores, que echo de menos en la gran mayoría de los casos. Ello
no es necesariamente achacable al
profesorado: Dentro del marco un tanto burocrático de los conservatorios
no es fácil enseñar instrumentos tan difíciles como lo son el violín y
la viola. Todos los alumnos son diferentes y sin embargo se les debe
aplicar el mismo programa, cuando en realidad los caminos posibles hacia
el éxito pueden ser variopintos, según las necesidades de cada caso. Por esta razón un alto porcentaje de los alumnos necesita
clases de refuerzo fuera del aula, con los inconvenientes que dos
orientaciones divergentes puedan ocasionar, además de eventuales celos
profesionales que algunas veces se hacen visibles a través de las
calificaciones de fin de año. Con
el auge de versiones historicistas, la necesidad de instrumentistas que
sepan tocar el violín barroco ha aumentado, y seguirá aumentando. Salvo
en Salamanca, donde en materia de pedagogía se está más avanzado, y
donde existe una orquesta barroca, ésta enseñanza no se imparte aún.
Menos mal que en Cataluña un violinista que toca “a la barroca” puede
aprobar sus exámenes; en otras partes recibiría un cate por “arco
deficiente”. ¿Cuándo nos pondremos al día? Conviene
destacar que en España la implantación de un sector nacional de la ESTA
(European String Teachers’ Association) ha sido un fracaso total. Este
“club” de profesores existe en USA (ASTA) desde poco después de la 2ª
guerra mundial, y la idea fue adoptada pocos años después en Europa. ¿Por
qué aquí no? Pues para mí significa un afán de esconder las propias
insuficiencias por un segmento mayoritario del profesorado, que no vería
con buenos ojos que alguien le dijera que lo que está haciendo está mal
hecho, aún si eso no trascendiera. Leo con regularidad las minutas de los
congresos de ESTA de otros países; las lecciones y demostraciones que
algunos profesores hacen ante los asistentes son de enorme provecho, tanto
para los demás maestros como para jóvenes que se inician en la pedagogía.
Los congresos de ESTA son comparables con congresos de médicos, para
ponerse al día de las últimas novedades. Es, por tanto, algo útil y
necesario. El secretismo que reina en España hace sospechar que aquí no se desea que ojos ajenos vean lo que
se hace en las clases de violín/viola. Es por eso mismo que no nos debe
extrañar que algunos maestros inquietos de música de cámara tengan
relaciones un tanto tensas con los profesores de instrumento, cuando se
dan cuenta de las deficiencias de los alumnos. Y hablando de las clases de
música de cámara: Sería interesante ver cuántas oportunidades tienen
violinistas y violistas jóvenes de tocar entre ellos, entre instrumentos no
temperados, o sea, sin piano. Para la calidad de sonido, una afinación
natural en los instrumentos de cuerda es indispensable. La mayoría de los
alumnos se entera de este tema recién en clases teóricas de acústica, y
no en el aula de violín, único lugar donde se quedaría patente su
importancia. Está
demostrado que los jóvenes españoles que aspiran a ser buenos
instrumentistas de cuerda pueden
lograrlo si reciben una enseñanza adecuada. Muchos se van al extranjero,
donde les va bien, y algunos tienen la suerte de recibir una beca de la
Escuela Superior de Música Reina Sofía, donde compiten
con jóvenes de otros países y demuestran un excelente
rendimiento. Otro
enorme inconveniente del “status quo” es el siguiente: Un egresado
diplomado de conservatorio se presenta para ocupar una plaza en una de las
orquestas del país. No obtiene el puesto, porque un extranjero le
aventaja, tocando mejor. ¿Qué hace este joven músico?
Necesariamente, se ha de dedicar a la enseñanza, y lo probable es
que sus alumnos tampoco llegarán a ser buenos profesionales. Nos hallamos
pues ante un círculo vicioso, del cual es difícil salir, y esto
podría explicar por qué en 5 lustros de democracia no se han hecho
avances en la dirección correcta. Cabe,
pues, un cambio drástico de rumbo. Una mejor selección a edad precoz,
unos programas flexibles, una mayor concentración sobre el instrumento,
dejando las materias teóricas para después, la adopción de métodos
modernos y repertorios que respondan a las exigencias actuales, el cultivo
de la música de cámara entre instrumentos no temperados para aprender a
afinar mejor, y una desmasificación de la enseñanza superior (¡¡aún
nadie sabe cómo ha de funcionar ésta!!), son medidas de
fácil implantación si existe voluntad para ello.
Lo que está totalmente probado es que seguir como hasta ahora no
ha de mejorar las cosas. Es verdad
que lentamente el profesorado va rejuveneciéndose, y que los jóvenes
traen nuevas ideas que seguramente funcionarán mejor. Pero para que eso
cambie el actual “status quo” pasarán fácilmente otros 25 años,
cuando se trata de arrañarle años a los 40-50 de atraso que ya
padecemos.
Una cosa es segura: el 80% de cuerdas extranjeras en las orquestas nacionales constituye un certificado de pobreza inaceptable, vergonzoso, indefendible. Se imponen pues medidas que modifiquen ésta triste realidad. Con un poco de imaginación, rompiendo algunos moldes vetustos, esto debe y puede lograrse. Pero mientras no haya voluntad política para ello, y se continúe despilfarrando dinero público en formar alumnos que luego no dan la talla, esto no ha de cambiar. Si aquí se tratase de una actividad económica, hace tiempo alguien habría actuado. Pero, claro, se trata de una cosa tan baladí como formar violinistas, y a quién le puede importar esto. Lo único malo es que eso deja el prestigio de España por los suelos, y eso sí causa muchos perjuicios. La gente de negocios no es tonta y se dice: Un país que no sabe formar violinistas, no sabe formar buenos profesionales. ¡Cuidado! Con lo cual quiero simplemente significar que algo tan esotérico como la pedagogía del violín finalmente puede influir en decisiones de mucho mayor calado. Conozco a un presidente de un importante banco de inversiones que se guía precisamente por baremos de ésta índole. También supe que no recomendaba invertir en España. A ver si finalmente conseguimos convencer a los políticos para que se ocupen del asunto. Se trata de un reto serio, complejo, de largo alcance. ¿Quién levanta el guante?
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