|
|
Sobre el papel de la
interpretación en la vida humana Por Elisa Rapado. Lee su curriculum.
Queridos lectores de Filomúsica: Hoy me dirijo a vosotros en forma de carta para haceros partícipes así de una experiencia personal en nuestro campo, el terreno musical. No sería justo para el arte ni menos para la ciencia presentar como datos empíricos mis impresiones, recientes y subjetivas, acerca del fenómeno educativo ruso. Por eso he huido del habitual formato de artículo, sistema al que me reintegraré en próximas colaboraciones. En Octubre he realizado un viaje de estudios a Moscú. Allí estuve estudiando música de cámara en la Academia Musical Estatal "Gnessin", durante solamente un mes, acogiéndome a un moderno plan de enseñanza sin pruebas de accesos ni exámenes, llamado "Educación para subir el nivel". Cualquier alumno que piense que necesita un apoyo para conseguir acceder a un curso determinado del Conservatorio (Prueba de Grado superior, paso a Postgrado etc) puede realizar uno de estos cursos y familiarizarse con el sistema de enseñanza al que quiere acceder. Este es el primer detalle que me pareció significativo. Aunque no estuve en contacto suficientemente con el centro neurálgico de la actividad musical rusa, que es el Conservatorio Chaikovski, o con otros centros del país, (San Petersburgo, por ejemplo), creo que mis reflexiones pueden representar una parte de la verdad de la situación de la música en Rusia, en especial en lo que se refiere a los jóvenes intérpretes. Sin embargo, este no es mi único objetivo: deseo que mis impresiones sirvan para animar y formar a los músicos de nuestro país, a mis compañeros de estudios de cualquier ciudad y conservatorio. Aterrizar en España tras este viaje fue el primer punto de introspección, el arranque de mi relato. Al contactar de nuevo con nuestra extraña civilización occidental, capitalista, me di cuenta de la paradoja que se plantea en el orden político y social en que vivimos. La razón es que tenemos un país o un colectivo de naciones que se empeñan en mimarnos en cosas de las que ya no nos damos cuenta: se conceden algunas ayudas a la familia, se nos permite viajar libremente por un territorio enorme, hay instituciones y comodidades públicas (sanidad, policía, trenes, teléfonos, correo) que salvo excepciones funcionan, y, sin embargo, nuestro país no es especialmente sincero con nosotros. ¿A dónde quiero llegar con esta idea? Afirmo, aun con temor a equivocarme, que la educación y especialmente la formación musical, no es, por más que así se diga, una prioridad, no es un factor importante para el Estado. Esta frase circula en boca de numerosos intelectuales y otras personalidades profundamente preocupadas por la situación del hombre de hoy. Muchos de ellos se angustian, pensando que el hombre está renunciando a su razón en favor de su fisiología, que el hombre, pese a todos los adelantos que ha conseguido, continúa cediendo en exceso a su instinto animal. Comparto esta opinión, que trataré de defender mediante un ejemplo llevado al extremo: frente a un colectivo social se presenta a una persona que vive de un modo acomodado: trabaja para obtener medios para vivir: una casa cómoda, un coche, una nevera llena.. y sin embargo, carece de interés por su trabajo o por cualquier otra actividad. Socialmente, esta persona es difícil que provoque rechazo a priori. Analicemos el caso de una persona que, llevada por su afán de conocimiento, dedica todas las horas del día a estudiar un determinado tema, interpretar música todo el día o pintar sin descanso, olvidándose de comer, de descansar, de su propio aspecto. Esta persona, sin duda, provocaría rechazo. Es evidente que ninguno de estos casos puede plantearse en la vida real. Pero sí existen en la persona ciertas tendencias contrapuestas, que luchan entre sí y que llevan la victoria a un lado u otro. En mi viaje a Rusia he conocido personas que parecían carecer completamente de tedio. No poseían demasiadas cosas y ello les conducía a volcarse en las actividades de la mente, las artes etc. Era el caso de la mayoría de los profesores que trabajaban en los centros educativos rusos: sus salarios eran extraordinariamente bajos, creo que entre las 20 y las 30 mil pesetas, en un país solo un poco más barato que el nuestro. Sin embargo, estos profesores trabajaban con auténtica vocación. En España no conozco tantas. Quizá la vida sea aquí demasiado cómoda, más de lo que debería ser si queremos que nuestra condición de hombre redima nuestro animalismo, como era la voluntad de los platónicos. Con ello no estoy diciendo que sea necesario llevar una vida de privaciones. O que sea mejor una civilización que hace primar los aspectos intelectuales sobre los vitales. Entiendo que los cientos de teatros de Moscú, la mayoría de los cuales poseen compañías permanentes y cartel cada día, sus conciertos diarios etc no compensan las dificultades de la vida diaria de la mayoría de los habitantes de ese país. Pero si nosotros tenemos las condiciones idóneas para desarrollarnos como personas inteligentes, es absurdo intentar quedarse solamente en estas condiciones y olvidar que la vida puede tener elevados objetivos humanos, morales, artísticos. Al menos en eso estoy de acuerdo con los platónicos. Hace pocos días estuve escuchando una buena joven orquesta española y no pude evitar sentir cierta lástima. El problema, la diferencia con la joven orquesta de la Academia Gnessin, por ejemplo, no estaba solamente en la calidad de sonido, ni en la preparación técnica, ni siquiera, creo, en la preparación teórica de los intérpretes. Sencillamente, la orquesta española carecía de entrega: los alumnos tocaban, sí, como podían hacer cualquier otra cosa: su interpretación carecía completamente de trascendencia. No les importaba demasiado tocar, parecía a simple vista algo tan prosaico como ver la tele o fumar. Ahor veo que en muchas facetas de la vida, las personas que no han sabido despertar su espíritu ahogadas bajo las muchas comodidades, carecen por completo de pasión y entrega. Por eso, cuando algún estudiante de la orquesta española sí ponía realmente espíritu, irradiaba, sin querer, de forma que las personas de alrededor no podían por menos que contagiarse. Con que una persona por atril fuese más operativa, toda la orquesta mejoraría. Sin embargo, buscando la causa de la pasividad de estos jóvenes intérpretes, uno descubre que también demasiados profesores enseñan como funcionarios que acaban su jornada a cierta hora y olvidan transmitir espíritu de lucha y encuentro con la música, relatando historias, como decían personalidades tan dispares como Neuhaus y Kirpatrick, que enciendan la imaginación y la capacidad transmisora del alumno. Conseguir este último objetivo me parece una tarea digna del esfuerzo de todos los que creemos en la música y luchamos por ella. ¿Por qué? Porque, evidentemente, la música no es necesaria en nuestra vida animal. Sí, puede tener efectos terapéuticos en nuestro físico, pero incluso esta acción benéfica de los sonidos está regida por la escucha atenta, labor que pertenece a la cabeza, y, con perdón de Hanslick, que los arrojó de la ciencia musical, al lugar donde residan los subjetivos y maravillosamente poéticos sentimientos y valores humanos que promueve la contemplación artística, organismos que no se conforman, pues, con interpretaciones no intelectuales, sino que requieren de una comprensión e implicación profunda con el arte. Conseguir que cada persona que interpreta desee (lo conseguirá más o menos acertadamente según sus medios de expresión, la temible "técnica") tener algo que decir puede ser el pirmer objetivo. La tarea parece larga, pero es hermoso comprobar que todos los elementos implicados en ella tienen algo que aportar: los estudiantes no podemos echar la culpa a los profesores, ni éstos a los planes de estudios. Todos podemos colaborar seria y conscientemente en un cambio de situación de la música. --- Breve epílogo, a la manera del Winterreise------ Al releer lo escrito no puedo evitar sonreír. Pienso en el músico sentado frente a la ventana, al calor de su chimenea. En cómo mira los copos de nieve, que no son grandes y blancos como en las postales de Navidad, sino finos y duros como agujas: ¿será capaz de levantarse del sofá y abrir la puerta, salir a caminar aventurándose en el aire condenadamente frío de la noche? ¿Dejar su sólida y apacible tranquilidad para salir a comprobar no-se-sabe-qué extraño destino? ¿Arriesgarse a descubrir quizá que aún no sabe interpretar, escuchar, soñar, amar, anhelar o sufrir verdaderamente? ¡Pueden ser emociones demasiado crudas para un espíritu curioso recién nacido! Pienso en el caminante del Winterreise de Müller, reteniendo el aliento hasta perder de vista para siempre las torres de la ciudad de la que huye, corriendo sin sentir cansancio y evocando en su imaginación las luces y sombras de su vida hasta caer en una cabaña, extenuado de dolor, como si él mismo fuese el propio Arte herido. No todos creen en Platón. Incluso puede que mi visión de las cosas esté demasiado influida por mi viaje y por Schubert. Pero quizá deberíamos intentarlo.
|