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La sección del Apócrifo: Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum. La dificultad que entraña poder entrevistar a una figura de primerísima línea del mundo de la música en ocasiones hacen que el hecho se convierta en una verdadera misión imposible. Pero intentarlo (y a veces conseguirlo) es el único consuelo que nos queda. El haber conseguido entrevistar a personalidades relevantes de la música como Pendereki nos dio la confianza suficiente como para intentarlo con el señor Rostopovich. Como elementos que dificultaban la operación se encontraba el poco tiempo que iba a permanecer en la ciudad (menos de veinticuatro horas) y la edad (setenta y cinco años). Sortear la primera dificultad resultó cuanto menos que imposible puesto que nada más llegar del aeropuerto soltó las maletas en la habitación del hotel y se fue para realizar unas compras por la ciudad. Las repetidas llamadas a la recepción del hotel no sirvieron para nada. Bueno, para no faltar a la verdad sí que sirvieron para algo, conocimos a la recepcionista. Desde aquí te mando un saludo, Gema. Es lo menos que se puede hacer después de haber soportado más de veinte llamadas en un día preguntando por el señor Rostopovich. El único momento donde podríamos haber tenido una posibilidad fue en el ensayo de la tarde, pero de esas cosas uno se entera cuando ya no hace falta. Por otro lado la agenda del maestro no se publica a los cuatro vientos. Se nos escurrió entre los dedos. La única oportunidad que nos quedaba era intentar entrevistarle en el descanso del concierto o al final del mismo. Con esa intención fuimos. Afortunadamente, el personal del teatro nos conoce y nos trata de una forma exquisita. Por ese lado teníamos mucho ganado. Algo con lo que no contábamos era con la aparición de un personaje desconocido por nosotros hasta ahora: el relaciones públicas. Intentamos hacer entrar en razón al relaciones públicas del señor Rostopovich, pero resultó ser un hueso realmente duro de roer al que no pudimos clavar el diente. Este pequeño contratiempo no nos desanimó, todo lo contrario, agudizó nuestro ingenio para poder conseguir nuestro objetivo. Nos quedamos esperando a que llegara el descanso para intentar el primer asalto, pero no resultó, ya que seguridad había cerrado las puertas para que nadie pasara. Ahora sólo quedaba una carta por jugar: el final del concierto. El segundo factor que nos podía dificultar las cosas (la avanzada edad del músico) iba a resultar determinante a la hora de llevar a cabo nuestro objetivo. El relaciones públicas nos comunicó que al final del concierto ni siquiera se iban a firmar autógrafos, el maestro acabaría cansado y debía tomar un avión que saldría muy temprano al día siguiente. La cosa pintaba realmente mal y casi nos estaba dejando sin posibilidades. El concierto terminó y se cerraron todas las puertas de acceso a los camerinos. Nosotros nos quedamos dentro porque habíamos estado esperando durante todo el concierto y ya éramos como de la familia en el teatro. Milagrosamente, cuando lo único que nos quedaba era la esperanza, apareció un empleado del teatro (al que quiero expresarle nuestro agradecimiento) que nos hizo señas para pasar a la zona de camerinos. Allí sólo habían miembros de la orquesta que felicitaban al maestro por el concierto. Por supuesto también estaba el relaciones públicas. Por suerte, nuestro aliado del teatro se encargó de que por fin pudiéramos ver a Rostropovich en persona; Rostropovich se mostró enormemente amable en nuestra conversación, e incluso llegó a dar dos besos al director de esta revista. Al final de la noche nos fuimos a la cama con la tranquilidad del deber cumplido pero muy trabajado al mismo tiempo.
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