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Concierto
BBB: de Béla Bartók a Boulez.
Bueno, Bonito y Barato
CÁMARA XXI. Dir. A.
Tamayo. D. Gifford, A. Jovanovic y J. Gallego, piano; G. Reitano, M.
Granados y B. Millán, arpa; J. Guillén, J. Rubio y A. Picó, percusión.
Programa: Béla Bartók, Sonata para
dos pianos y percusión; Pierre Boulez, ‘Sur
incises’ para tres pianos y tres percusiones (estreno en España).
Ciclo Clásicos del Siglo XX. Consorcio 2002 en colaboración con el CDMC
y el CPMS. Auditorio del Conservatorio Profesional de Música de
Salamanca, 25 de febrero de 2002.
Comenzamos
con la Sonata para dos pianos y
percusión de Béla BartóK (estrenada en 1938) para ir hacia Boulez.
Éste compuso su obra Sur incises (1996-98)
sobre otra de su catálogo compuesta en 1994 (Incises)
planteando de forma tridimensional la dualidad de la concepción
instrumental de la sonata de Bartók. La trilogía se completa con el nexo
de unión de Paul Sacher, amigo de ambos compositores y ‘responsable’
de la creación de las dos obras programadas: la primera por encargo
expreso de Sacher a Bartók; la segunda como homenaje que Boulez rindió a
Sacher en su nonagésimo cumpleaños. Y, siguiendo con el número tres, el
concierto fue: bueno desde el
punto de vista musical; bonito, porque –además de escuchar- era todo un
espectáculo contemplar la interpretación; y barato, porque para poder
asistir bastaba con recoger una entrada gratuita.
En
el Auditorio del Conservatorio Profesional me gusta acomodarme en el piso
superior. La razón no es otra que tratar de escuchar la música allí
donde el local ofrece mejor acústica. Si se llega a tiempo de encontrar
libre alguna butaca en la zona central y en las primeras filas, el
aliciente añadido de observar los aspectos visuales de la interpretación
puede ser interesante. La vista aérea es magnífica: ni muy lejos, ni muy
cerca, ni demasiado alto; permite ver enfrente estupendamente los rostros
de los intérpretes, se pueden contemplar muy bien los movimientos de los
instrumentistas y hasta se puede colocar el abrigo en la barandilla. Así
es que, ni corta ni perezosa, suelo madrugar todo lo que puedo para llegar
a tiempo, escuchar bien y no perder detalle. En esta ocasión, ya era todo
un espectáculo ver el despliegue instrumental del escenario antes de
comenzar el concierto.
Las
dos obras requieren una atractiva y amplia plantilla instrumental de carácter
percusivo. En Bartok, además de los dos pianos, dos instrumentistas de
percusión se reparten instrumentos temperados (tres timbales y un xilófono)
y varios de altura indefinida (bombo, dos tambores -con y sin bordón-,
platos suspendidos, platillos, tam-tam y triángulo). Por si no fuera
bastante, unas estupendas bandejas repletas de baquetas van poniendo
guindas al pastel con los variados ataques que el compositor se preocupó
de indicar meticulosamente en la partitura. Todo un arte dejar unas y
tomar otras con precisión, cada dos por tres, para producir una amplia
variedad de matices.
Puestos
en situación no creo descubrir nada nuevo
al tildar la Sonata para dos
pianos y percusión como
una de las obras magistrales de Béla Bartók. Su compleja magnitud toma
cuerpo cuando el papel pautado se transforma en ondas sonoras conjugadas
en el aire. A pesar de que su carácter predominantemente rítmico y
percusivo está presente también en la mayoría de las articulaciones de
los pianos, no por ello abandona el componente melódico y la riqueza tímbrica.
CÁMARA XXI la interpretó con una espectacular precisión rítmica y
sonora, derrochando técnica a raudales en un excelente alarde de
expresividad matemática convertida en música: el diálogo que
complementan los dos grupos instrumentales emergió con su riqueza de
timbres y armonías gravitando sobre los ejes que colorean la partitura;
el contrapunto melódico con sus motivos en canon y el
ostinato de los ritmos
circularon con fluidez a través de efectivos acentos dinámicos y los
acertadísimos juegos malabares de los
instrumentistas; ambos pianistas mostraron su virtuosismo en los monólogos
individuales, los diálogos compartidos y el dialogo con sus respectivos
grupos de percusión. Todos hicieron gala de una concentración envidiable
para llevar a buen puerto la obra dirigiéndose a si mismos. Así pues,
el espectáculo sonoro corrió parejo al visual provocando la
satisfacción del público y sus enardecidos aplausos.
Volviendo
a la tridimensionalidad de Boulez, para interpretar Sur
incises se necesitan además de tres pianos y tres arpas, tres
percusionistas. Cada uno tiene a su cargo tres instrumentos temperados
colocados estratégicamente en escena: a la derecha del espectador
campanas tubulares, marimba y crótalos; al lado izquierdo vibráfono,
glockensspiel y timbales; en el centro, vibráfono, crótalos y unos
bidones metálicos afinados (steel
drums ) que, por cierto, eran de un llamativo color rojo; ocupando en
semicírculo el centro se colocaron intercaladas las tres arpas con los
tres pianos. Casi al borde del escenario quedó el sitio justito para
acoger el podium del
director.
Con
este panorama era de esperar aún mayor espectacularidad sonora. Además
de nuevos instrumentistas se
unía al grupo un Tamayo que tenía por delante
la ardua tarea de cohesionar la obra con su batuta. Las cotas
interpretativas alcanzadas fueron similares a las de la primera parte,
pero el despliegue instrumental inundando el escenario no se transmutó en
la brillantez sonora de Bartók. Tal vez por las características
inherentes de una obra en la que se
evidencia un gran trabajo compositivo de Boulez, pero que -haciendo honor
a su nombre- incide excesivamente en la similitud del uso tímbrico y la
reiteración de motivos musicales. Por una parte, arpas y pianos se
utilizan prácticamente como instrumentos de percusión. Por otra, las
ideas musicales van y vienen, con buenos momentos pero también con cierta
monotonía -especialmente al comienzo-
provocando impaciencia y algo de desconcierto.
Me
había entretenido en consultar la instrumentación mientras colocaban el
escenario, pero preferí acercarme a la primera audición del estreno sin
leer previamente en las ‘Notas al programa’ las explicaciones del
propio Boulez sobre su obra. Sonreí después leyendo en el último párrafo
la cita del autor: “No se reconocen las cosas, se van a reconocer, nos
parece reconocerlas, y finalmente las reconocemos sin estar muy seguros de
cuando las hemos reconocido”. Respiré tranquila. Mi oído no me había
abandonado.
A
pesar de resultar un tanto dura para el oyente, el público reaccionó
positivamente con abundantes aplausos. A la enorme y preciosa perra
-lazarillo de un aficionado- que tuve muy cerca también debió
gustarle el concierto. Tumbada plácidamente en el pasillo se comportó
como una excelente melómana. Para tranquilidad de su dueño no se alteró
en ningún momento ante los contrastes
y la grandeza sonora del programa.
* Fotografía:
O. García. La Gaceta.
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