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Número 26º - Marzo 2.002


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Concierto BBB: de Béla Bartók a Boulez. 
Bueno, Bonito y Barato

Por Elisa Ramos. Lee su curriculum.

CÁMARA XXI. Dir. A. Tamayo. D. Gifford, A. Jovanovic y J. Gallego, piano; G. Reitano, M. Granados y B. Millán, arpa; J. Guillén, J. Rubio y A. Picó, percusión. Programa: Béla Bartók, Sonata para dos pianos y percusión; Pierre Boulez, ‘Sur incises’ para tres pianos y tres percusiones (estreno en España). Ciclo Clásicos del Siglo XX. Consorcio 2002 en colaboración con el CDMC y el CPMS. Auditorio del Conservatorio Profesional de Música de Salamanca, 25 de febrero de 2002.

Comenzamos con la Sonata para dos pianos y percusión de Béla BartóK (estrenada en 1938) para ir hacia Boulez. Éste compuso su obra Sur incises (1996-98) sobre otra de su catálogo compuesta en 1994 (Incises)  planteando de forma tridimensional la dualidad de la concepción instrumental de la sonata de Bartók. La trilogía se completa con el nexo de unión de Paul Sacher, amigo de ambos compositores y ‘responsable’ de la creación de las dos obras programadas: la primera por encargo expreso de Sacher a Bartók; la segunda como homenaje que Boulez rindió a Sacher en su nonagésimo cumpleaños. Y, siguiendo con el número tres, el concierto fue:  bueno desde el punto de vista musical; bonito, porque –además de escuchar- era todo un espectáculo contemplar la interpretación; y barato, porque para poder asistir bastaba con recoger una entrada gratuita.

En el Auditorio del Conservatorio Profesional me gusta acomodarme en el piso superior. La razón no es otra que tratar de escuchar la música allí donde el local ofrece mejor acústica. Si se llega a tiempo de encontrar libre alguna butaca en la zona central y en las primeras filas, el aliciente añadido de observar los aspectos visuales de la interpretación puede ser interesante. La vista aérea es magnífica: ni muy lejos, ni muy cerca, ni demasiado alto; permite ver enfrente estupendamente los rostros de los intérpretes, se pueden contemplar muy bien los movimientos de los instrumentistas y hasta se puede colocar el abrigo en la barandilla. Así es que, ni corta ni perezosa, suelo madrugar todo lo que puedo para llegar a tiempo, escuchar bien y no perder detalle. En esta ocasión, ya era todo un espectáculo ver el despliegue instrumental del escenario antes de comenzar el concierto.

Las dos obras requieren una atractiva y amplia plantilla instrumental de carácter percusivo. En Bartok, además de los dos pianos, dos instrumentistas de percusión se reparten instrumentos temperados (tres timbales y un xilófono) y varios de altura indefinida (bombo, dos tambores -con y sin bordón-, platos suspendidos, platillos, tam-tam y triángulo). Por si no fuera bastante, unas estupendas bandejas repletas de baquetas van poniendo guindas al pastel con los variados ataques que el compositor se preocupó de indicar meticulosamente en la partitura. Todo un arte dejar unas y tomar otras con precisión, cada dos por tres, para producir una amplia variedad de matices.

Puestos en situación no creo descubrir nada nuevo  al tildar la Sonata para dos pianos y percusión  como una de las obras magistrales de Béla Bartók. Su compleja magnitud toma cuerpo cuando el papel pautado se transforma en ondas sonoras conjugadas en el aire. A pesar de que su carácter predominantemente rítmico y percusivo está presente también en la mayoría de las articulaciones de los pianos, no por ello abandona el componente melódico y la riqueza tímbrica. CÁMARA XXI la interpretó con una espectacular precisión rítmica y sonora, derrochando técnica a raudales en un excelente alarde de expresividad matemática convertida en música: el diálogo que complementan los dos grupos instrumentales emergió con su riqueza de timbres y armonías gravitando sobre los ejes que colorean la partitura; el contrapunto melódico con sus motivos en canon y el  ostinato de los ritmos circularon con fluidez a través de efectivos acentos dinámicos y los acertadísimos juegos malabares de  los instrumentistas; ambos pianistas mostraron su virtuosismo en los monólogos individuales, los diálogos compartidos y el dialogo con sus respectivos grupos de percusión. Todos hicieron gala de una concentración envidiable para llevar a buen puerto la obra dirigiéndose a si mismos. Así pues,  el espectáculo sonoro corrió parejo al visual provocando la satisfacción del público y sus enardecidos aplausos.

Volviendo a la tridimensionalidad de Boulez, para interpretar Sur incises se necesitan además de tres pianos y tres arpas, tres percusionistas. Cada uno tiene a su cargo tres instrumentos temperados colocados estratégicamente en escena: a la derecha del espectador campanas tubulares, marimba y crótalos; al lado izquierdo vibráfono, glockensspiel y timbales; en el centro, vibráfono, crótalos y unos bidones metálicos afinados (steel drums ) que, por cierto, eran de un llamativo color rojo; ocupando en semicírculo el centro se colocaron intercaladas las tres arpas con los tres pianos. Casi al borde del escenario quedó el sitio justito para acoger  el podium del director.

Con este panorama era de esperar aún mayor espectacularidad sonora. Además de  nuevos instrumentistas se unía al grupo un Tamayo que tenía por delante  la ardua tarea de cohesionar la obra con su batuta. Las cotas interpretativas alcanzadas fueron similares a las de la primera parte, pero el despliegue instrumental inundando el escenario no se transmutó en la brillantez sonora de Bartók. Tal vez por las características inherentes de una obra en la que  se evidencia un gran trabajo compositivo de Boulez, pero que -haciendo honor a su nombre- incide excesivamente en la similitud del uso tímbrico y la reiteración de motivos musicales. Por una parte, arpas y pianos se utilizan prácticamente como instrumentos de percusión. Por otra, las ideas musicales van y vienen, con buenos momentos pero también con cierta monotonía -especialmente al comienzo-  provocando impaciencia y algo de desconcierto.

Me había entretenido en consultar la instrumentación mientras colocaban el escenario, pero preferí acercarme a la primera audición del estreno sin leer previamente en las ‘Notas al programa’ las explicaciones del propio Boulez sobre su obra. Sonreí después leyendo en el último párrafo la cita del autor: “No se reconocen las cosas, se van a reconocer, nos parece reconocerlas, y finalmente las reconocemos sin estar muy seguros de cuando las hemos reconocido”. Respiré tranquila. Mi oído no me había abandonado.

A pesar de resultar un tanto dura para el oyente, el público reaccionó positivamente con abundantes aplausos. A la enorme y preciosa perra  -lazarillo de un aficionado- que tuve muy cerca también debió gustarle el concierto. Tumbada plácidamente en el pasillo se comportó como una excelente melómana. Para tranquilidad de su dueño no se alteró en ningún momento ante los  contrastes y la grandeza sonora del programa.

 

* Fotografía:
O. García. La Gaceta.