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Cantar de Coimbra, huella de un pasado Por Isabel Francisca Álvarez Nieto.
Portugal, el país vecino, es también el gran olvidado. Muy poco se conoce de él, muchas veces porque la cultura social se orienta hacia "la gran Europa" o porque se le salta para cruzar el Atlántico en busca de las tendencias americanas. Por unos u otros motivos, este cercano reino sigue siendo un misterio para muchos. Con la intención de que esto se corrija trataré de
hacerles llegar mensualmente un pedacito de la música lusófona, que a
poco que se la conozca, enamora. Comenzaremos con el fado que, con su carácter melancólico, es sin duda la canción más
representativa de Portugal; popularidad que se encuentra íntimamente
ligada a la comunidad universitaria, aunando en este discurso musical, estético
y cultural a todos los individuos que la componen. El Fado de
Coimbra, del que hablaré en esta ocasión, representa a la concurrencia
estudiantil a la que acoge, adaptándose, a merced de factores endógenos
y exógenos, a su propia realidad académica. El fado es
una canción popular asociada a la vida bohemia e ideada en un ambiente
geográfico y arquitectónico concreto, de callejuelas por las que tenía
lugar la lamentación amorosa o los rituales de seducción. Su origen, sin embargo, no es totalmente nítido,
aunque la tendencia más fundamentada remite al lundum, procedente de los negros de Brasil, que habría sido
extendido por Lisboa en 1822, al regreso de Juan VI. De este modo, en la segunda mitad del siglo XIX,
surge el Fado de Coimbra, como
resultado de una síntesis de géneros musicales ligados algunos de ellos
a las hogueras de S. Juan y a las marchas de Semana Santa.
En sus primeros treinta años, la poética del fado
era acompañada por la viola Toeira,
siendo esas primeras composiciones baladas influenciadas por las
tendencias palaciegas de la época y por arias de la ópera italiana. A finales de este período se produce, debido a dos
estudiantes lisboetas, la sustitución de la viola por la guitarra y la
designación de fado a estas
composiciones; aunque eran muchos los que argumentando motivos de estética
musical continuaban con la habitud. A finales del siglo XIX y principios de XX el Fado
de Coimbra despertó su faceta más romántica, lo que supuso una ruptura
con la anterior forma operística de cantar, orientándose hacia un estilo
más dolorido y con una voz más quebrada y sentida. Consecuencia de esto
fue el gusto por argumentos mórbidos y nocturnos. Pero pronto surgen movimientos de ruptura con esta
tendencia, que marcan la definitiva personalidad del Fado de Coimbra como género musical. Dos nombres destacan de este
grupo de artistas presencistas, Edmundo Bettencourt y Artur Paredes. Este
último introdujo además algunas alteraciones a la guitarra coimbrana que
la harían inconfundible. En la segunda mitad del siglo XX surgió un grupo de
artistas dedicado al estudio de la música antigua y a la música del
cancionero popular. Y en los albores de los años 60 surge una nueva
tendencia de intervención y denuncia social que, aun rompiendo con el
estilo clásico de cantar, privilegiaba
el uso de la viola frente a la guitarra. Se trataba de un género a
caballo entre lo romántico y los popular. De este modo, en 1960 conviven dos movimientos
opuestos, la línea clásica y la canción de intervención. Esta última
se impondría favorecida por la convulsión social que llevó a muchos a
la denuncia en favor de los derechos humanos y que desembocaría en la
Crisis Académica del 69 que, a pesar de los esfuerzos de algunos
artistas, ahogó al fado. En el 78, y a raíz de un cambio político en el
sistema académico, se organizó un seminario sobre el Fado de Coimbra en
el que se puso de manifiesto el fervoroso interés por recuperarlo. Fue precisamente en este seminario donde, tras un
estudio sobre su origen y evolución, se resolvió llamarlo Canción de Coimbra por representar así de mejor forma las
condiciones sociológicas y culturales en las que nació y se desarrolló. Se recuperan así baladas como la de Machado Soares
“Coimbra ten mais encanto”, convirtiéndose en símbolo y
estandarte del canto colectivo. Desde entonces el fado no sufriría cambios en su estructura, quedando formulado en
compás binario y en dos partes, la primera en tono menor y la segunda en
tono mayor. A partir de ese momento la Asociación
Académica le dedicó una sección propia y la Cámara Municipal
puso en marcha una escuela de cantantes y guitarristas. A lo largo de los últimos, el fado coimbrano se ha sustentado en las acciones de conocidas
figuras, aunque nuevos grupos van introduciendo detalles del panorama académico
actual. Quizás así vayan asumiéndose esquemas tradicionales, historia
viva de la Canción de Coimbra, para transmitirlos a las generaciones
futuras. Este recorrido histórico-musical ha llegado a su
fin; en el próximo artículo les daré a conocer el instrumento acompañante
y guía del fado por excelencia,
la guitarra portuguesa.
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