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MÁS VIVARTE EN SONY CLASSICAL
Por Ignacio
Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.
Dos nuevos títulos se suman al ya amplio catálogo de la serie
Vivarte de SONY CLASSICAL dedicada a la interpretación con
instrumentos y criterios de época: el primero, una grabación del Réquiem
de Rosenmüller a cargo de Musica Fiata Köln y Roland Wilson (S2K
89470) y el segundo, Quintetos de Dvorak por L’Archibudelli
(SK 89605).
Rosenmüller -cuya música comparte mucho con la de Schütz del que se
cree fue su alumno- es uno de los nombres habituales del Barroco alemán
aunque su obra no haya tenido la repercusión de otros. Como es
sabido, Rosenmüller que era organista en la Iglesia de San Nicolás
de Leipzig fue acusado de prácticas sexuales poco edificantes y
consecuentemente encarcelado. Consiguió escaparse y de allí se fue a
Italia que por entonces era un auténtico hervidero musical. Venecia
era el centro musical de Italia con varios teatros de ópera famosos
en toda Europa. Pasó gran parte de su vida en Venecia como
trombonista en San Marcos. Allí conoció y trabajó con maestros como
Alessandro Grandi, Giovanni Rovetta, Francesco Cavalli, y Giovanni
Legrenzi. También fue maestro de coros en el Ospedale della Pietà
que llegaría a ser muy conocido en tiempos de Vivaldi. Esta exposición
a los modos y estilos italianos hizo que su estilo compositivo se
enriqueciera al conjugar las tradiciones alemana e italiana. Ambas
tradiciones y sus diferentes estilos musicales pueden ser apreciados
en esta grabación.
A pesar de haber estado a la sombra de otros maestros del Barroco, en
los últimos años su obra instrumental ha sido recuperada con
numerosas interpretaciones y grabaciones. Sin embargo, salvo contadas
excepciones, su música vocal aún no ha tenido el reconocimiento que
merece. Es muy ilustrativo el hecho de que el pionero y extraordinario
trabajo en diez volúmenes del Ricercar Consort titulado Deutsche
Barock Kantaten no incluyera ni una sola pieza sacra de este
maestro alemán. Son contados los trabajos monográficos dedicados al
compositor alemán. Por ello, el de Roland Wilson debe ser aplaudido y
tenido muy en cuenta. No sólo porque representa poder disfrutar de
obras hasta ahora inéditas en disco sino porque confiere a Rosenmüller
un protagonismo que se le había negado hasta el momento. (A modo de
curiosidad apuntemos que el primero en grabar la Cantata Von den
himmlischen Freuden de Rosenmüller fue, salvo error, el barítono
alemán, Dietrich Fischer-Dieskau.)
Como explica el propio Roland Wilson en las notas al libreto, Rosenmüller
sólo compuso la secuencia del Dies Irae de la Misa de Difuntos por lo
que para esta grabación titulada “Missa et Motetti pro defunctis”
Wilson ha incluido sus Kyrie y Agnus Dei -iguales para todas las
misas- además de motetes, canto llano y piezas instrumentales como
era costumbre en la época. De este modo, podemos disfrutar del
servicio completo en una gran variedad de formas musicales. Los
solistas agrupados bajo el nombre de La Capella Ducale son Mona Spägele,
soprano; Ralf Popken, contratenor; Wilfried Jochens, tenor y Harry van
der Kamp, bajo. El conjunto Musica Fiata Köln apenas llega a la
decena de instrumentistas y está formado por dos violines, dos
violas, corneto, trombón, bajón, chitarrone y órgano.
Es el Dies Irae -de casi veinte minutos de duración- la obra central
de esta grabación y que por su intensidad y riqueza expresiva supone
una excelente tarjeta de presentación de la obra sacra de Rosenmüller.
Compuesta para cuatro voces y acompañamiento instrumental la obra
recibe una interpretación contenida con momentos de delicado
intimismo y bellas ornamentaciones italianizantes. Las voces se
ajustan bien al estilo barroco y el acompañamiento es discreto
excepto por el chitarrone que asoma demasiado. Otra pieza de gran
interés es el Misere mei Deus que presenta un bello y original
comienzo. El contratenor Ralf Popken delinea con punzante expresividad
sus frases sin traspasar nunca la línea de recogimiento a la que
obliga la obra. Mejor aún está el tenor Wilfried Jochens de voz
timbrada que canta con delicadeza lo cual sienta muy bien al carácter
contemplativo de la obra.
Los primeros trágicos acordes de Domine ne in furore tuo que
recuerdan tanto a Purcell y la sutil entrada del bajo con bellas
figuraciones sobre la palabra "Domine" presagian una obra de
intensa belleza como luego resulta ser. La interpretación de Harry
van der Kamp en esta pieza para bajo es sobresaliente, rica en
matices, contrastada y de dicción nítida y expresiva. Su voz bien
proyectada realiza la coloratura con desahogo y alcanza las notas más
graves con delicada rotundidad. El acompañamiento instrumental
reviste a la obra de tristeza en los momentos más conmovedores y de
vigor en aquellos de mayor exaltación. Cómo una obra de tal belleza
no ha sido grabada antes es algo difícil de entender. Las secciones
de canto llano suponen un excepcional contraste con las polifónicas.
Están a cargo del Ensemble Canticum y son interpretadas con mesura y
recogimiento aunque sin la espiritualidad que se pudiera esperar.
En conjunto, el disco representa una importante contribución al catálogo
barroco y entusiasmará a todos aquellos aficionados a la música
coral de la segunda mitad del siglo XVII.
El
segundo disco nos lleva doscientos años más adelante en el tiempo, a
uno de los compositores más importantes de la segunda mitad del siglo
XIX, Antonín Dvořák. El mayor exponente del nacionalismo checo
junto a Bedřich Smetana, Dvořák fue un compositor que tocó
todos los campos posibles y dejó un copioso legado musical. Su música
de cámara está plagada de obras importantes. Las más conocidas e
imprescindibles serían el Quinteto para piano y cuerdas op 81,
el Cuarteto nº 12 op 96 “Americano”, el Trío para violín,
violoncello y piano op 90 “Dumky”, el Sexteto para cuerdas op 48, la
Sonatina para violín y piano op100 y el Quinteto para
cuerdas op 97, una de las tres obras recogidas en esta nueva
grabación que lleva el título de “Old and New World”: el viejo
(Europa) representado por la op 77 y el nuevo (América) representado
por la op 97 compuesta, claro está, durante su estancia en América.
Anotemos que el segundo violín es Marc Destrubé de sorprendente
parecido físico con Anner Bylsma y que substituye a la habitual Lucy
van Dael.
Este trabajo de L’Archibudelli con instrumentos orginales contiene
los dos quintetos para cuerdas importantes (faltaría la op 1, de
menor interés) con el añadido del Nocturno. El Quinteto op 77
a pesar de su alto número de opus es una obra temprana. Aun así, es
inequívocamente dvořákiana en modos y maneras. Su tercer
movimiento, Poco andante, es un buen ejemplo del Dvořák más
intimista con una música serena, plácida y ligeramente triste. Anner
Bylsma y sus colegas hacen una lectura intensa y de gran claridad con
sus instrumentos de sonido brillante aunque sin el carácter otoñal
de la del Vienna Octet (Decca, 1970). El Stradivarius de Vera Beths
tiene momentos de gran belleza expresiva como su frase final en la que
recoge y desarrolla la idea musical de violonchelo y viola en un
intenso crescendo para coronarlo con un brillante aunque
discreto vibrato.
Le sigue el Nocturno para cuerdas Op 40 que como recuerda
Kenneth Slovik debiera haber tenido especial significado para el
compositor pues usó su música en repetidas ocasiones. Originalmente
formó parte del movimiento lento, Andante Religioso, del Cuarteto
para cuerdas nº 4. Luego, la incluyó en el Quinteto y de
manera independiente hizo una versión para orquesta de cuerdas y más
tarde para violín y piano. Como la versión para Quinteto no
se conserva, L’Archibudelli ha preparado para la grabación una
versión para quinteto de cuerdas a partir de la versión orquestal.
La obra, nocturnal y apacible, recibe una recogida lectura por parte
del conjunto holandés.
La última obra muestra al Dvořák maduro. Sin entrar en la polémica
del origen de las melodías que usa el compositor en sus obras americanas,
estamos ante una obra de una riqueza temática extraordinaria. Las
ideas musicales de mayor carga emocional son desarrolladas ampliamente
aprovechando todos los recursos expresivos a su alcance y no se quedan
en agradables melodías. La obra rezuma americanismo por los
cuatro costados y recuerda tanto a su Novena Sinfonía como al Cuarteto
para cuerdas nº 12, ambas pertenecientes a su periodo americano.
L’Archibudelli hace lecturas atentas y detallistas aunque algo fláccidas
sin conseguir dar cohesión a algunas de las variaciones del
Larghetto, salvo a las últimas. Por su parte, el comienzo del Finale
es de gran dinamismo, ágil y tenso y progresa con desenfado y
contrastes rítmicos bien realizados. El final es brillante y
contundente.
Para ilustrar la portada se ha elegido el extraordinario cuadro de
Egon Schiele “Stadtende” (1918) pintado en el último año de su
vida. De angustioso expresionismo y a pesar de no ajustarse
temporalmente al contenido del disco es todo un derroche de colorido y
expresividad como la música de Dvořák. Muy recomendable.
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