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Número 26º - Marzo 2.002


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MÁS VIVARTE EN SONY CLASSICAL

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.


Dos nuevos títulos se suman al ya amplio catálogo de la serie Vivarte de SONY CLASSICAL dedicada a la interpretación con instrumentos y criterios de época: el primero, una grabación del Réquiem de Rosenmüller a cargo de Musica Fiata Köln y Roland Wilson (S2K 89470) y el segundo, Quintetos de Dvorak por L’Archibudelli (SK 89605).

Rosenmüller -cuya música comparte mucho con la de Schütz del que se cree fue su alumno- es uno de los nombres habituales del Barroco alemán aunque su obra no haya tenido la repercusión de otros. Como es sabido, Rosenmüller que era organista en la Iglesia de San Nicolás de Leipzig fue acusado de prácticas sexuales poco edificantes y consecuentemente encarcelado. Consiguió escaparse y de allí se fue a Italia que por entonces era un auténtico hervidero musical. Venecia era el centro musical de Italia con varios teatros de ópera famosos en toda Europa. Pasó gran parte de su vida en Venecia como trombonista en San Marcos. Allí conoció y trabajó con maestros como Alessandro Grandi, Giovanni Rovetta, Francesco Cavalli, y Giovanni Legrenzi. También fue maestro de coros en el Ospedale della Pietà que llegaría a ser muy conocido en tiempos de Vivaldi. Esta exposición a los modos y estilos italianos hizo que su estilo compositivo se enriqueciera al conjugar las tradiciones alemana e italiana. Ambas tradiciones y sus diferentes estilos musicales pueden ser apreciados en esta grabación. 

A pesar de haber estado a la sombra de otros maestros del Barroco, en los últimos años su obra instrumental ha sido recuperada con numerosas interpretaciones y grabaciones. Sin embargo, salvo contadas excepciones, su música vocal aún no ha tenido el reconocimiento que merece. Es muy ilustrativo el hecho de que el pionero y extraordinario trabajo en diez volúmenes del Ricercar Consort titulado Deutsche Barock Kantaten no incluyera ni una sola pieza sacra de este maestro alemán. Son contados los trabajos monográficos dedicados al compositor alemán. Por ello, el de Roland Wilson debe ser aplaudido y tenido muy en cuenta. No sólo porque representa poder disfrutar de obras hasta ahora inéditas en disco sino porque confiere a Rosenmüller un protagonismo que se le había negado hasta el momento. (A modo de curiosidad apuntemos que el primero en grabar la Cantata Von den himmlischen Freuden de Rosenmüller fue, salvo error, el barítono alemán, Dietrich Fischer-Dieskau.)

Como explica el propio Roland Wilson en las notas al libreto, Rosenmüller sólo compuso la secuencia del Dies Irae de la Misa de Difuntos por lo que para esta grabación titulada “Missa et Motetti pro defunctis” Wilson ha incluido sus Kyrie y Agnus Dei -iguales para todas las misas- además de motetes, canto llano y piezas instrumentales como era costumbre en la época. De este modo, podemos disfrutar del servicio completo en una gran variedad de formas musicales. Los solistas agrupados bajo el nombre de La Capella Ducale son Mona Spägele, soprano; Ralf Popken, contratenor; Wilfried Jochens, tenor y Harry van der Kamp, bajo. El conjunto Musica Fiata Köln apenas llega a la decena de instrumentistas y está formado por dos violines, dos violas, corneto, trombón, bajón, chitarrone y órgano.

Es el Dies Irae -de casi veinte minutos de duración- la obra central de esta grabación y que por su intensidad y riqueza expresiva supone una excelente tarjeta de presentación de la obra sacra de Rosenmüller. Compuesta para cuatro voces y acompañamiento instrumental la obra recibe una interpretación contenida con momentos de delicado intimismo y bellas ornamentaciones italianizantes. Las voces se ajustan bien al estilo barroco y el acompañamiento es discreto excepto por el chitarrone que asoma demasiado. Otra pieza de gran interés es el Misere mei Deus que presenta un bello y original comienzo. El contratenor Ralf Popken delinea con punzante expresividad sus frases sin traspasar nunca la línea de recogimiento a la que obliga la obra. Mejor aún está el tenor Wilfried Jochens de voz timbrada que canta con delicadeza lo cual sienta muy bien al carácter contemplativo de la obra.

Los primeros trágicos acordes de Domine ne in furore tuo que recuerdan tanto a Purcell y la sutil entrada del bajo con bellas figuraciones sobre la palabra "Domine" presagian una obra de intensa belleza como luego resulta ser. La interpretación de Harry van der Kamp en esta pieza para bajo es sobresaliente, rica en matices, contrastada y de dicción nítida y expresiva. Su voz bien proyectada realiza la coloratura con desahogo y alcanza las notas más graves con delicada rotundidad. El acompañamiento instrumental reviste a la obra de tristeza en los momentos más conmovedores y de vigor en aquellos de mayor exaltación. Cómo una obra de tal belleza no ha sido grabada antes es algo difícil de entender. Las secciones de canto llano suponen un excepcional contraste con las polifónicas. Están a cargo del Ensemble Canticum y son interpretadas con mesura y recogimiento aunque sin la espiritualidad que se pudiera esperar. 

En conjunto, el disco representa una importante contribución al catálogo barroco y entusiasmará a todos aquellos aficionados a la música coral de la segunda mitad del siglo XVII.

El segundo disco nos lleva doscientos años más adelante en el tiempo, a uno de los compositores más importantes de la segunda mitad del siglo XIX, Antonín Dvořák. El mayor exponente del nacionalismo checo junto a Bedřich Smetana, Dvořák fue un compositor que tocó todos los campos posibles y dejó un copioso legado musical. Su música de cámara está plagada de obras importantes. Las más conocidas e imprescindibles serían el Quinteto para piano y cuerdas op 81, el Cuarteto nº 12 op 96 “Americano”, el Trío para violín, violoncello y piano op 90 “Dumky”, el Sexteto para cuerdas op 48, la Sonatina para violín y piano op100  y el Quinteto para cuerdas op 97, una de las tres obras recogidas en esta nueva grabación que lleva el título de “Old and New World”: el viejo (Europa) representado por la op 77 y el nuevo (América) representado por la op 97 compuesta, claro está, durante su estancia en América. Anotemos que el segundo violín es Marc Destrubé de sorprendente parecido físico con Anner Bylsma y que substituye a la habitual Lucy van Dael.

Este trabajo de L’Archibudelli con instrumentos orginales contiene los dos quintetos para cuerdas importantes (faltaría la op 1, de menor interés) con el añadido del Nocturno. El Quinteto op 77 a pesar de su alto número de opus es una obra temprana. Aun así, es inequívocamente dvořákiana en modos y maneras. Su tercer movimiento, Poco andante, es un buen ejemplo del Dvořák más intimista con una música serena, plácida y ligeramente triste. Anner Bylsma y sus colegas hacen una lectura intensa y de gran claridad con sus instrumentos de sonido brillante aunque sin el carácter otoñal de la del Vienna Octet (Decca, 1970). El Stradivarius de Vera Beths tiene momentos de gran belleza expresiva como su frase final en la que recoge y desarrolla la idea musical de violonchelo y viola en un intenso crescendo para coronarlo con un brillante aunque discreto vibrato.

Le sigue el Nocturno para cuerdas Op 40 que como recuerda Kenneth Slovik debiera haber tenido especial significado para el compositor pues usó su música en repetidas ocasiones. Originalmente formó parte del movimiento lento, Andante Religioso, del Cuarteto para cuerdas nº 4. Luego, la incluyó en el Quinteto y de manera independiente hizo una versión para orquesta de cuerdas y más tarde para violín y piano. Como la versión para Quinteto no se conserva, L’Archibudelli ha preparado para la grabación una versión para quinteto de cuerdas a partir de la versión orquestal. La obra, nocturnal y apacible, recibe una recogida lectura por parte del conjunto holandés.

La última obra muestra al Dvořák maduro. Sin entrar en la polémica del origen de las melodías que usa el compositor en sus obras americanas, estamos ante una obra de una riqueza temática extraordinaria. Las ideas musicales de mayor carga emocional son desarrolladas ampliamente aprovechando todos los recursos expresivos a su alcance y no se quedan en agradables melodías. La obra rezuma americanismo por los cuatro costados y recuerda tanto a su Novena Sinfonía como al Cuarteto para cuerdas nº 12, ambas pertenecientes a su periodo americano. L’Archibudelli hace lecturas atentas y detallistas aunque algo fláccidas sin conseguir dar cohesión a algunas de las variaciones del Larghetto, salvo a las últimas. Por su parte, el comienzo del Finale es de gran dinamismo, ágil y tenso y progresa con desenfado y contrastes rítmicos bien realizados. El final es brillante y contundente. 

Para ilustrar la portada se ha elegido el extraordinario cuadro de Egon Schiele “Stadtende” (1918) pintado en el último año de su vida. De angustioso expresionismo y a pesar de no ajustarse temporalmente al contenido del disco es todo un derroche de colorido y expresividad como la música de Dvořák. Muy recomendable.